En la mitología griega, Perséfone —hija de Zeus y Deméter— es la diosa de la agricultura. En medio de ese complejo y enredado árbol genealógico está Hades, dios del inframundo, el más cercano a la oscuridad y visto como el costado menos maravilloso del Olimpo. Hades, bien sea por envidia a su hermano Zeus o movido por una extraña fijación, se enamora de Perséfone y en vista de la imposibilidad de un vínculo amoroso con ella, Hades escapa de su universo subterráneo en un carruaje de cuatro caballos negros y opta por secuestrarla un día en el campo, en medio de una siembra de flores junto a las ninfas.
Desde su trono, Zeus escucha los gritos de su hija y sale en su ayuda, pero no alcanza a librarla del rapto. Perséfone quedó encerrada en el infierno de Hades, lejos del campo y limitada a la oscuridad que enajenaba su don. Hades la condenó a ese mundo y en medio de esa vida obligada, Perséfone cedió hasta casarse con él. Sin embargo, Deméter decidida a recuperarla, llegó al inframundo para llevarla a casa, aunque eso implicara una negociación con el secuestrador.
Con la partida de Perséfone, el mundo había perdido la dulzura y la belleza. Ya no habían flores en el campo y todos los paisajes parecían desolados sin su rastro mágico. Por eso, fue inevitable que sus padres intercedieran por ella y fueran en su búsqueda. Esa presión fue el vehículo para acordar un trato con Hades, una división del tiempo de Perséfone. La diosa debería pasar medio año con él en el mundo de los muertos, y el resto del tiempo estaría en la tierra, junto a su madre tomando el sol.
Por eso el mito de Perséfone ha sido bautizado como el Mito de la Primavera, es la metáfora para explicar las estaciones y el tiempo de duración del nacimiento de la naturaleza. Además, en el marco de la historia, el invierno, la lluvia, es el llanto de Deméter que no terminó de reponerse de la distancia que Hades interpuso entre ella y su hija.
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La complejidad emocional de la historia se convirtió en una de las más grandes inspiraciones de Gian Lorenzo Bernini, escultor, pintor, arquitecto y uno de los artistas italianos más importantes durante el periodo Barroco, a principio del siglo XVII. Un movimiento que sirvió como punto de encuentro entre las construcciones arquitectónicas religiosas y la expresividad. Si bien, no hubo uniformidad en las técnicas de representación, la religión y la tradición mitológica fue un hilo conductor para los artistas. Esa temática caracteriza el movimiento.
Bernini pasó a la historia como un maestro de la expresividad. Su trabajo con el mármol fue la prueba de un talento único y genial, al encarnar en la mayoría de sus esculturas escenas dramáticas que bebían de algunos mitos o pasajes religiosos, la expresividad de los personajes se convirtieron en el sello de sus creaciones. Toda la ira y la angustia de esos seres, se hicieron carne sobre el mármol que Bernini supo modelar con gracia —y una estética claramente definida—, que bebía de otros artistas como Miguel Ángel y Michelangelo Merisi da Caravaggio, miembros del naturalismo barroco.
La obra de Bernini fue, a la vez, un punto de no retorno para el arte italiano y especialmente, para el campo de la escultura. Con un ojo impregnado de referentes clásicos y con un conocimiento pleno de las historias mitológicas griegas, sus universos y adaptaciones romanas, e incluso, su relación con algunos pasajes religiosos, le permitieron al artista jugar con los tiempos, los significados y encontrar algunos nuevos para las figuras católicas más tradicionales.
"El rapto de Proserpina" fue una obra creada por comisión. Fue encargada por Scipione Borghese, arzobispo de la época, y Bernini l entregó en 1622. Según varios registros del Museo del Prado, el artista tardó dos años en construirla. Ahora, la escultura es propiedad del Gobierno italiano y se encuentra expuesta en la Galería Borghese.
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De Proserpina —o Perséfone— Bernini se movió entre diosas, ninfas y santas. De estas ultimas inició una serie que no solo tuvo un impacto estético por su magnífico trabajo con el mármol, su capacidad de minuciosa y de tallar con cincel la marca de las emociones en el cuerpo; sino por llevar el erotismo a una de las figuras de mayor reserva en la iglesia. El éxtasis, el placer, los orgasmos tomaron forma en los rostros de las santas.
En su escultura "El éxtasis de santa Teresa" y con la idea de hacer el arte más cercano para los espectadores, basado en una forma particular de ver, Bernini añade nuevos elementos que complejizan y nutren su obra. En este punto, su dominio del mármol ha sido constantemente superado por el mismo, logrando cada vez más movimiento y caída en los cuerpos y en las telas de los personajes que esculpe.
Esta es, quizás, la obra más personal de Bernini. Creada entre 1644 y 1652, luego de un desengaño amoroso y la pérdida del Papa Urbano VIII, uno de sus mecenas y más grandes protectores, la luz inmensa del artista deja de ser protagonista en el panorama de Italia. Sin embargo, en ese periodo oscuro crea esta escultura que, para muchos historiadores del arte, es la síntesis de su talento, el escalón más elevado en su carrera.
El cardenal Federico Cornaro le pide a Bernini su ayuda para remodelar un costado de la Iglesia de Santa María della Vittoria, en Roma. EL objetivo era minar las dudas de fe que en ese momento se extendían entre los fieles y hacerlos regresar a la iglesia con la promesa de bienestar y seguridad. Bernini, como fue siempre su costumbre, elige una figura y un momento: se trata del instante en el que Santa Teresa de Ávila recibe el don místico de la transverberación, definida como una unión íntima con Dios. “Traspasado el corazón por un fuego sobrenatural”, como definen las sagradas escrituras.
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El éxtasis es un tríptico de las grandes pasiones de Bernini, mezcla arquitectura, escultura y pintura. La figura de mármol está dispuesta en un entorno particular con el fin de reforzar la sensación y el sentimiento que el artista buscaba trasmitir. El color y la luz son claves en esta obra.
En la capilla, "El éxtasis de Santa Teresa" se dispuso junto a una ventana que filtra una luz cenital y al iluminar el bronce de la obra, eleva la escena a la teatralidad y sume a los espectadores en un instante de revelación. Esa necesidad de entrenar la mirada de los otros fue una de los grandes objetivos de Bernini, quien se había entrenado en los teatros de Italia y en este caso en particular, retomó ese conocimiento de crear espacios únicos.
Sin duda, esta fue la obra que lo elevó como un referente clásico y enmarcó su nombre dentro de los más grandes artistas del Barroco y la historia del arte. A pesar de las desaprobaciones que tuvo su interpretación del éxtasis como un gesto de placer sexual, Bernini sostuvo que hacía parte de la fuerza del drama y quizás sea una representación fiel a lo que Santa Teresa expresó como "un flechazo en el corazón".