A lo largo de la historia, las grandes inspiraciones de los artistas, e incluso, sus propias obsesiones, se convirtieron en el leitmotiv absoluto de sus obras a tal punto de ser caracterizados como absolutos maestros en su campo: Rembrandt tenía una obsesión por retratarse a sí mismo; Cézanne por las manzanas; Van Gogh, por los cipreses y Monet, por los nenúfares. Sin embargo, si de hablar de Degas se trata, a nuestro imaginario sobrevuelan tímidas bailarinas con los brazos extendidos al aire.
Desde su invención en la Italia del siglo XV, las bases sustanciales del ballet no han cambiado mucho. Sin embargo, la popularidad de las artes del bel canto y de la danza gozaron su auge en a finales del siglo XIX gracias al talento de un artista completamente moderno: Hilaire-Germain-Edgar Degas.
Cuadrillas de mujercitas vestidas de florecientes tutús son el tema recurrente de aproximadamente 1500 composiciones, pinturas, bocetos y dibujos que Degas dedicó al ballet y que hoy hacen parte de uno de los capítulos más queridos del artista francés. Y es que lo que a primera vista parece ser representado en medio de la tierna inocencia de infantes que se contorsionan y extienden sus brazos al aire, en realidad hablan de una insidiosa cultura donde estas actuaciones de danza se habían reducido a espectáculos grotescos en los interludios de la ópera, propios de un cabaret indecoroso.
Tras su llegada a París, el ballet había sido el escenario perfecto para mancillar contratos de prostitución y explotación sexual con las bailarinas. Justamente, el Palais Garnier, la gran ópera de la ciudad, fue diseñado con esta idea. De hecho, la foyer de la danse , una antecámara ubicada detrás del escenario, que era el lugar donde los bailarines se preparaban antes de sus actuaciones, también hacía las veces de un club masculino, donde los abonnés , suscriptores masculinos adinerados de la ópera, podían hacer negocios, socializar y proponerles favores sexuales a las bailarinas.
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Estos vestíbulos eran frecuentados por Degas desde que era un niño, cuando pasaba largas horas observando a las bailarinas junto sus profesores durante su entrenamiento y él, con los ojos muy abiertos y siempre con lápiz y papel a mano les dibujaba, prefiriendo la contemplación en momentos de intimidad, por ejemplo cuando estaban entre rutinas, durante las conversaciones entre ellos, cuando estaban cansados y comenzaban a bostezar y mientras se ajustaban los corsés antes del show.
“Dibujar no es lo mismo que formar; es una forma de ver la forma” es una de las notas al pie que dejó expresadas en sus memorias. Aunque con su ojo perspicaz, Degas describió el mundo de la danza altamente romantizado con un fuerte sentido de realismo, no sería hasta 1874 cuando Degas presentó una obra íntegramente dedicada al ballet en la primera exposición impresionista. Él no estaba preocupado por la luz y la naturaleza de la obra, pero sí estaba fascinado por el movimiento.
Con un gusto visceral por la experimentación, el pincel de Degas afilaba los puntiagudos dedos de las bailarinas con extrema maestría al tiempo que la mezcla de los colores pasteles de una escena en vivo definieron un revolucionario estilo monotípico en la pintura, una técnica que consiste en dibujar con pastel o gouache directamente sobre un lienzo entintado para crear un diseño único y único.
Como dibujante, Degas a menudo experimentaba con diferentes medios, mezclando planos de lavados al pastel y de acuarela con tinta negra. Este híbrido vanguardista de dibujo y grabado es evidente en muchas de sus obras, incluyendo Dos bailarinas saliendo al escenario (1878), una pieza definida por contrastes dramáticos en color, textura y línea. Estas piezas a menudo tienen la atmósfera de fotografías espontáneas, lo que les permite servir como instantáneas de lo cotidiano.
A diferencia de los dibujos al pastel y las pinturas sobre lienzo, Degas no produjo una colección completa de esculturas inspiradas en bailarinas. Sin embargo, la única pieza que creó, La pequeña bailarina de catorce años, se ha convertido en una de sus representaciones de bailarinas más famosas.
Degas esculpió la figura de cera en 1880 y la exhibió en la sexta exposición impresionista al año siguiente. La escultura de un metro de altura, está inspirada en Marie van Goethem, una estudiante de ballet francesa. Con énfasis en la autenticidad, Degas la representó originalmente en una pose clásica y la vistió con un tutú auténtico y una peluca de cabello real. Tras su muerte, en septiembre de 1917, se fabricaron 28 réplicas de bronce del modelo de cera, siendo desde entonces y hasta la actualidad, una de las piezas más populares de algunos de los museos más famosos del mundo.