Entre los relatos breves que condujeron a que la escritora canadiense Alice Munro fuera galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2013, Radicales libres, contenido en su obra Demasiada felicidad (2011), destaca por presentar a una viuda reciente que busca reconstruir su vida. Sin embargo, es al enfrentarse a su condición de enferma terminal donde encuentra la fuerza necesaria para afrontar una situación extrema.*Al principio la gente llamaba por teléfono para cerciorarse de que Nita no estaba demasiado deprimida, ni demasiado sola, ni comía demasiado poco o bebía demasiado. (Había sido una bebedora de vino tan diligente que muchos olvidaban que tenía completamente prohibido beber.) Ella mantenía las distancias, sin parecer ni dignamente afligida ni anormalmente animada, ni distraída ni confundida. Decía que no necesitaba que le hicieran la compra, que se las arreglaba con lo que tenía a mano. Tenía las medicinas que le habían recetado y suficientes sellos para las cartas de agradecimiento. Sus mejores amigos probablemente sospechaban la verdad: que no se molestaba en comer mucho y que si llegaba alguna carta de pésame la tiraba a la basura. Ni siquiera había escrito a personas que vivían lejos, para evitar dichas cartas. Ni siquiera a la anterior esposa de Rich, que vivía en Arizona, ni al hermano, que vivía en Nueva Escocia y del que estaba bastante distanciado, a pesar de que ellos quizá entenderían mejor que la gente más cercana por qué había seguido adelante con el no funeral como lo había hecho. Rich le gritó que se iba al pueblo, a la ferretería. Eran como las diez de la mañana; había empezado a pintar la verja de la terraza. Es decir, estaba raspándola para pintarla y la vieja rasqueta se le rompió en las manos.A Nita no le dio tiempo a pensar por qué tardaba Rich. Él se inclinó sobre el cartel que había en la acera, delante de la ferretería, que anunciaba cortacéspedes de oferta. No le dio tiempo ni a entrar en la tienda. Tenía ochenta y un años y buena salud, salvo una leve sordera en el oído derecho. El médico le había hecho un reconocimiento hacía solo una semana. Nita se enteraría de que el reciente reconocimiento, el certificado médico favorable, se repetía en un sorprendente número de los casos de muerte súbita con que se encontró de repente. Casi te da por pensar que habría que evitar tales visitas, dijo. Solamente debería haber hablado en esos términos con sus malhabladas amigas Virgie y Carol, sus íntimas, mujeres casi de su misma edad, sesenta y dos años. A los más jóvenes ese lenguaje les parecía indecoroso y ambiguo. Al principio estaban más que dispuestos a formar una piña alrededor de Nita. No llegaron a hablar del proceso de duelo, pero Nita se temía que empezaran en cualquier momento. En cuanto se metió con los preparativos, todos menos los más fieles y fiables se replegaron, naturalmente. La caja más barata, a enterrarlo de inmediato, sin ceremonia de ninguna clase. En la funeraria dieron a entender que a lo mejor era ilegal, pero Nita y Rich lo tenían muy claro. Se habían informado hacía casi un año, cuando a Nita le dieron el diagnóstico definitivo. «¿Cómo iba yo a saber que se me iba a adelantar?» La gente no se esperaba un funeral tradicional, pero sí les apetecía algún rito moderno. La exaltación de la vida. Escuchar su música preferida, todos cogidos de la mano, contar anécdotas elogiosas de Rich mientras pasaban de puntillas y con humor sobre sus rarezas y sus perdonables defectos. Esas cosas que Rich decía que le daban ganas de devolver. 💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.De modo que el asunto se despachó enseguida y el revuelo y el calor que la había rodeado se disiparon, si bien ella suponía que algunas personas seguirían diciendo que las tenía preocupadas. Virgie y Carol no lo decían. Únicamente decían que era una vieja bruja y una egoísta si pensaba diñarla antes de lo necesario. Se pasarían por su casa y la resucitarían con Grey Goose; eso decían. Nita decía que no pensaba hacerlo, aunque sí le veía cierta lógica. De momento su cáncer había remitido; a saber qué quería decir eso realmente. No significaba que estuviera «en regresión». O no para siempre. Su hígado es la principal sala de operaciones y mientras ella se limite a comisquear no se queja. Lo único que deprimiría a sus amigas sería recordarles que no puede beber vino. Ni vodka. Después de todo, de algo le había servido la radioterapia de la primavera pasada. Ahora es pleno verano. Piensa que ya no tiene un color tan bilioso, pero a lo mejor eso solo significa que se ha acostumbrado. Se levanta temprano, se lava y se viste con lo que tenga a mano. Pero al menos se viste y se lava, se cepilla los dientes y se arregla un poco el pelo, que ha vuelto a salirle bastante bien, canoso alrededor de la cara y oscuro por detrás, como antes. Se pinta los labios y se oscurece las cejas, que se le han quedado muy despobladas, y por la misma consideración de toda la vida hacia una cintura estrecha y unas caderas moderadas, comprueba los progresos que ha hecho en ese sentido, aunque sabe que la palabra adecuada para calificar todo su cuerpo en esos momentos sería «escuálido». Se sienta en su amplio sillón de costumbre, rodeada de montones de libros y revistas sin abrir. Da unos sorbos cautelosos a la infusión aguada que ahora sustituye al café. En su momento pensó que no podría vivir sin café, pero resulta que en realidad lo que quiere entre las manos es el tazón caliente; eso es lo que ayuda a pensar o a hacer lo que haga durante la sucesión de las horas, o de los días. Esa casa era de Rich. La compró cuando estaba con su esposa Bett.No iba a ser sino un sitio para los fines de semana, cerrado durante el invierno. Dos dormitorios minúsculos, una cocina adosada, a un kilómetro del pueblo. Pero al cabo de poco tiempo ya estaba trabajando en ella: aprendió carpintería, construyó un ala con dos dormitorios y dos cuartos de baño y otra para su despacho, transformó la casa original en un salón-comedor-cocina. A Bett empezó a interesarle; al principio decía que no entendía por qué había comprado semejante cuchitril, pero siempre se implicaba en las mejoras prácticas y compró dos mandiles de carpintero a juego. Necesitaba algo a lo que dedicarse cuando terminó y publicó el libro de cocina que le había llevado varios años. No tenían hijos. Y mientras Bett le contaba a la gente que había encontrado su lugar en la vida como ayudante de carpintero y que eso los había unido más a Rich y a ella, Rich se enamoraba de Nita. Ella trabajaba en la secretaría de la universidad donde Rich daba clase de literatura medieval. La primera vez que hicieron el amor fue entre las virutas y la madera serrada de lo que llegaría a ser la habitación principal con techo arqueado. Nita se dejó las gafas de sol, no a propósito, aunque Bett, que jamás se dejaba nada en ningún sitio, no se lo creyó. Después vino la consabida y dolorosa trifulca, tras la cual Bett se marchó a California y después a Arizona, Nita dejó su trabajo por sugerencia de la secretaría y Rich perdió la oportunidad de ser decano de letras. Él se prejubiló y vendió la casa de la ciudad. Nita no heredó el mandil de carpintero más pequeño y se dedicó a leer de buena gana sus libros en medio del desorden, a preparar cenas elementales en un hornillo, a dar largos paseos de exploración de los que volvía con desaliñados ramilletes de lirios atigrados y zanahorias silvestres que metía en latas de pintura vacías. Más adelante, cuando Rich y ella ya se habían instalado, se avergonzaba un poco al pensar en lo dispuesta que había estado a desempeñar el papel de la mujer joven, la feliz rompehogares, la ingenua risueña y atolondrada. En realidad era una mujer —no precisamente una chica— seria, físicamente torpe, tímida, capaz de enumerar todas las reinas de Inglaterra, no solo los reyes sino también las reinas, y que se sabía de memoria la guerra de los Treinta Años, pero a quien le daba vergüenza bailar en público y que jamás aprendería a subirse a una escalera de mano, al contrario que Bett. Su casa tiene una hilera de cedros a un lado y el terraplén de la vía del tren al otro. El tránsito ferroviario nunca ha sido gran cosa, y ahora pueden pasar solo un par de trenes al mes. Entre los raíles la maleza crecía profusamente. Una vez, a las puertas de la menopausia, Nita incitó a Rich a hacer el amor allí arriba, no sobre las traviesas, naturalmente, sino en el estrecho arcén de al lado, y después bajaron exageradamente contentos. Nita pensaba con detenimiento, cada mañana al sentarse, en los sitios donde Rich no estaba. No estaba en el cuarto de baño pequeño, donde seguían sus cosas para afeitarse y las píldoras para diversos achaques, molestos pero no graves, que Rich se negaba a tirar. Tampoco en el dormitorio del que Nita acababa de salir después de haberlo recogido. Ni en el cuarto de baño grande, al que Rich solamente entraba para bañarse. Ni en la cocina, que se había convertido en el dominio casi exclusivo de Rich durante el último año. Por supuesto, tampoco estaba en la terraza con la verja a medio raspar, dispuesto a atisbar en broma por la ventana, frente a la cual en otros tiempos a veces Nita fingía iniciar un striptease. Ni en el despacho. Ese era el sitio donde su ausencia tenía que establecerse con más firmeza. Al principio Nita necesitaba abrir aquella puerta y quedarse allí, contemplando los montones de papeles, el ordenador moribundo, las carpetas desbordantes, los libros que se habían quedado abiertos o boca abajo y los que se apiñaban en las estanterías. Después empezó a conformarse con imaginarse las cosas.Un día de estos tendría que entrar. Lo veía como una invasión. Tendría que invadir el cerebro muerto de su marido. Algo que jamás se había planteado. Rich le parecía tal pilar de eficacia y capacidad, una presencia tan enérgica y firme que siempre había creído, absurdamente, que viviría más que ella. Después, durante el último año, aquella convicción absurda se convirtió en una certeza para los dos, o eso pensaba ella. Primero arreglaría el almacén de abajo. En realidad era un almacén subterráneo, no un sótano. Unos tablones servían de pasarelas sobre el suelo de tierra, y las altas ventanitas estaban cubiertas de telarañas sucias. Allí abajo no había nada que fuera a necesitar. Solamente estaban las latas de pintura medio vacías de Rich, varias tablas de diversas longitudes que algún día podían venir bien, herramientas en buen uso o que más valía tirar. Había abierto la puerta y bajado los escalones solo en una ocasión, para ver si había alguna luz encendida y para comprobar que allí estaban los interruptores, con etiquetas al lado para que supiera cuál correspondía a qué. Cuando subió echó el cerrojo como de costumbre, por el lado de la cocina. Rich se reía de esa costumbre suya, y le preguntaba qué amenaza creía que podía entrar allí, por las paredes de piedra y las ventanas del tamaño de un elfo. De todos modos sería más fácil empezar por allí, cien veces más fácil que por el despacho. Hacía la cama y arreglaba lo que había dejado tirado en la cocina o el cuarto de baño, pero el esfuerzo de una limpieza a fondo era algo superior a sus fuerzas. Apenas era capaz de tirar un clip torcido o un imán de la nevera que hubiera perdido la fuerza de atracción, por no hablar del plato de monedas irlandesas que se habían traído Rich y ella de un viaje hacía quince años. Todo parecía haber adquirido un peso y una extrañeza propios.Carol o Virgie llamaban todos los días, normalmente a la hora de cenar, cuando pensaban que a Nita la soledad debía de resultarle menos soportable. Ella decía que estaba bien, que pronto saldría de su guarida, que necesitaba tiempo, que se dedicaba a pensar y a leer. Y que comía bien y dormía. También eso era verdad, salvo lo de leer. Se sentaba en el sillón, rodeada de libros, y no abría ninguno. Siempre había leído tanto —una de las razones por las que según Rich era la mujer adecuada para él: se sentaba a leer y lo dejaba en paz—, y ahora no aguantaba ni media página seguida. Nita no era de los que nunca vuelven a leerse un libro. Los hermanos Karamazov, El molino del Floss, Las alas de la paloma, La montaña mágica una y otra vez. Cogía uno, pensando en leer un trocito concreto, y se veía incapaz de dejarlo hasta volver a tragárselo entero. También leía novela moderna. Siempre novela. Detestaba la palabra «evasión» aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real. Pero esto era demasiado importante para discutirlo. Y de repente, aunque pareciera mentira, todo aquello había desaparecido. No solo con la muerte de Rich, sino con la inmersión en su enfermedad. Después pensó que se trataba de un cambio temporal y que resurgiría la magia cuando le retirasen ciertas medicinas y el tratamiento que la dejaba agotada. Al parecer no fue así. A veces intentaba explicar el porqué a un interrogador imaginario.—Tengo mucho que hacer.—Es lo que dice todo el mundo. ¿Qué tienes que hacer?—Prestar atención.—¿A qué?—Quiero decir pensar.—¿En qué?—Da igual.Una mañana, después de estar un rato sentada, pensó que hacía mucho calor. Debía levantarse y poner los ventiladores. O bien, para ser más respetuosa con el medio ambiente, podía abrir las puertas de delante y de atrás y dejar que la brisa, si la había, entrase a la casa por la tela metálica. Primero descorrió el cerrojo de la puerta delantera. E incluso antes de que se hubiera colado un centímetro de la luz de la mañana, vio una raya oscura que le cerraba el paso a esa luz. Había un joven ante la puerta de tela metálica, que tenía el gancho puesto.—No quería asustarla —dijo—.Estaba buscando un timbre o algo. He dado un golpecito en el marco, pero supongo que no me ha oído.—Perdone —dijo Nita. —Tendría que echarle un vistazo a su caja de fusibles. Si me dice dónde está. Nita se apartó un poco para que el joven entrase. Tardó unos momentos en recordarlo.—Sí. Abajo —dijo—. Voy a encender la luz para que lo vea. Él cerró la puerta y se agachó para quitarse los zapatos.—No se preocupe —dijo Nita—. No es como si estuviera lloviendo.—No está de más. Es una costumbre. En lugar de barro igual le dejaba huellas de polvo. Nita entró en la cocina, incapaz de volver a sentarse hasta que aquel hombre se marchase. Le abrió la puerta mientras él subía las escaleras.—¿Todo bien? —preguntó Nita—. ¿Lo ha encontrado?—Sí. Bien.Nita se adelantó para acompañarlo hasta la puerta y se dio cuenta de que no oía pisadas detrás. Se volvió y lo vio de pie, en la cocina.—No tendrá por casualidad algo que pueda prepararme para comer, ¿no? Se había producido un cambio en su voz, un estallido, con un tono ascendente, que a Nita le hizo pensar en un humorista de la televisión imitando un gañido con acento rural. Bajo la claraboya de la cocina vio que no era tan joven. Al abrir la puerta solamente se había fijado en un cuerpo flacucho, una cara oscura recortada contra el resplandor de la mañana. Al volver al verlo, el cuerpo era efectivamente flacucho, pero más consumido que juvenil, con una simpática caída de hombros. Tenía la cara alargada y como gomosa, y unos ojos prominentes azul claro. Una mirada jocosa, pero persistente, como si siempre se saliera con la suya.—Es que resulta que soy diabético —dijo—. No sé si conoce a algún diabético, pero el caso es que cuando te entra el hambre tienes que comer, o se te pone el organismo raro. Debería haber comido antes de venir, pero me entraron las prisas. ¿Le importa que me siente?—Ya se había sentado a la mesa de la cocina—. ¿Tiene café?—Tengo té. Una infusión, si le apetece.—Claro, claro.Nita puso una medida de té en una taza, enchufó el hervidor y abrió la nevera.—No tengo gran cosa —dijo—. Unos huevos. A veces hago un huevo revuelto y le pongo salsa de tomate. ¿Le apetece? Y podría tostar unos bollos de pan inglés.—Inglés, irlandés, abisinio… Lo mismo me da. Nita cascó un par de huevos en la sartén, rompió las yemas y lo removió todo con un tenedor; después cortó un bollo y lo puso en la tostadora. Sacó un plato del aparador, lo colocó delante del hombre. Luego sacó cuchillo y tenedor del cajón de la cubertería.—Bonito plato —dijo él levantándolo como para verse la cara. Justo cuando Nita se daba la vuelta para seguir con los huevos oyó que se estrellaba contra el suelo. —Vaya por Dios —dijo él con otro tono de voz, chillón y decididamente desagradable—. Mire lo que he hecho. —No pasa nada —contestó Nita, sabiendo que sí pasaba. —Se me habrá escurrido de la mano. Nita sacó otro plato, lo dejó en la encimera hasta que las rebanadas de pan estuvieron tostadas y después puso los huevos cubiertos de salsa de tomate encima. Mientras tanto el hombre se había agachado para recoger los trozos de loza. Cogió un trozo que tenía la punta afilada. Cuando Nita dejó la comida sobre la mesa el hombre se raspó ligeramente un antebrazo con la punta. Brotaron minúsculas gotitas de sangre, al principio separadas, después formando un hilillo. —No es nada —dijo—. Solo una broma. Sé cómo hacerlo para gastar una broma. Si hubiera querido hacerlo en serio no habríamos necesitado salsa de tomate, ¿no? Quedaban unos trozos en el suelo que él no había visto. Nita se dio la vuelta, con la intención de coger la escoba, que estaba en un armario cerca de la puerta trasera. Él la agarró por un brazo como un rayo. —Usted siéntese. Quédese aquí sentada mientras yo como. Levantó el brazo ensangrentado para volver a enseñárselo. Después se hizo un bocadillo con los huevos y el pan y se lo comió de unos cuantos mordiscos. Masticaba con la boca abierta. El agua estaba hirviendo. —143— —¿La bolsa de té está en la taza? —Sí. Bueno, es té en hebras. —No se mueva. No la quiero cerca del agua hirviendo, ¿me entiende? Echó agua en la taza. —Parece heno. ¿No tiene otra cosa? —Lo siento. No. —Deje de decir que lo siente. Si no tiene otra cosa, no tiene otra cosa. No se ha creído que venía a ver la caja de fusibles, ¿verdad? —Pues sí —dijo Nita. —Ahora ya no. —No. —¿Está asustada? Nita decidió no tomárselo como una burla sino como una pregunta en serio. —No lo sé. Supongo que estoy más sorprendida que asustada. No sé. —Hay una cosa, una cosa de la que no debe tener miedo. No voy a violarla. —No se me había ocurrido. —Nunca se sabe. —El hombre tomó un sorbo de té y torció el gesto—. Solo porque es usted una mujer vieja. Hay cada uno por ahí… Se lo harían a cualquier cosa. Niños pequeños, perros, gatos o viejas. Viejos. No son tiquismiquis. Pero yo sí. A mí solo me interesa lo normal, y con una señora agradable que me gusta y que le gusto. O sea que quédese tranquila. —Lo estoy, pero gracias por decírmelo —dijo Nita. El hombre se encogió de hombros, aunque dio la impresión de sentirse satisfecho de sí mismo. —¿El coche de ahí enfrente es suyo?—De mi marido. —¿De su marido? ¿Dónde está? —Ha muerto. Yo no sé conducir. Quiero venderlo, pero todavía no lo he hecho. Qué estúpida, qué estúpida era por contárselo. —¿Dos mil cuatro? —Creo que sí. Sí. —Por un momento he pensado que iba a engañarme con lo del marido, pero no habría funcionado. Es que lo huelo, si una mujer está sola. Lo sé nada más entrar en una casa. En cuanto me abren la puerta. Instinto. ¿Y va bien? ¿Sabe el último día que lo cogió? —El siete de junio. El día que murió. —¿Tiene gasolina? —Supongo que sí. —Estaría bien que lo hubiera llenado. ¿Tiene las llaves? —Aquí no, pero sé dónde están. —Vale. —Empujó la silla y le dio un golpe a un trozo de loza. Se levantó, sacudió la cabeza, como sorprendido, y volvió a sentarse—. Estoy hecho polvo. Tengo que sentarme un momento. Pensaba que me sentiría mejor comiendo. Lo de ser diabético me lo he inventado. Nita empujó su silla y el hombre se levantó de un salto. —Usted se queda donde está. No estoy tan hecho polvo para dejarla escapar. Es que me he pasado la noche andando. —Iba a por las llaves. —Usted se espera hasta que yo lo diga. He venido por la vía del tren. Ni un tren he visto. He venido andando hasta aquí y no he visto ni un tren. —Raramente pasa un tren. —Sí. Mejor. Bajé a la cuneta al pasar por esos poblachos de catetos. Cuando amaneció todavía estaba bien, salvo cuando atravesaba —145— la carretera y tuve que echar a correr. Y cuando al mirar para aquí vi la casa y el coche, pensé, ahí lo tengo. Podría haberme llevado el coche de mi viejo, pero todavía me queda un poco de cabeza. Nita sabía que aquel hombre quería que le preguntase qué había hecho. También estaba segura de que cuanto menos supiera, mejor para ella. Y de pronto, por primera vez desde que aquel hombre entró en la casa, Nita pensó en su cáncer. Pensó en cómo la liberaba, en que la salvaba del peligro. —¿Por qué sonríe? —No sé. ¿Estaba sonriendo? —Me imagino que le gusta que le cuenten cosas. ¿Quiere que le cuente una historia? —A lo mejor preferiría que se marchase. —Me marcharé, pero primero le voy a contar una cosa. Metió la mano en uno de los bolsillos traseros. —Mire. ¿Quiere ver una foto? Mire. Era una fotografía de tres personas, en un salón con las cortinas de flores echadas como telón de fondo. Un hombre mayor —no viejo, tal vez de sesenta y tantos años— y una mujer más o menos de la misma edad sentados en un sofá. Una mujer más joven, enorme, en una silla de ruedas junto a un extremo del sofá, un poco adelantada. El hombre era grueso, canoso, con los ojos entrecerrados y la boca ligeramente abierta, como si tuviera dificultades para respirar pero se esforzaba por sonreír. La mujer era mucho más menuda, llevaba el pelo teñido de oscuro, los labios pintados y lo que antes se llamaba una blusa de campesina, con lacitos rojos en el cuello y las muñecas. Sonreía con decisión, casi con ardor, con los labios estirados sobre una dentadura quizá en mal estado. Pero era la mujer más joven quien monopolizaba la fotografía.Claramente definida y monstruosa con su vestido hawaiano de vivos colores, el pelo oscuro recogido en una serie de ricitos sobre la frente y las mejillas desparramadas sobre el cuello. Y a pesar de la mole de carne, una expresión de cierta satisfacción y astucia. —Son mi madre y mi padre. Y mi hermana Madelaine. La de la silla de ruedas. »Nació rara. No pudieron hacer nada, ni los médicos ni nadie. Y comía como un cerdo. Nos tuvimos tirria desde que siempre. Era cinco años mayor que yo y me hacía la vida imposible. Me tiraba todo lo que tenía a mano, me pegaba e intentaba atropellarme con su puta silla. Usted perdone. —Debió de pasarlo usted mal. Y sus padres. —Sí, ya. Ellos miraban para otro lado y lo permitían. Es que iban a una iglesia de esas, y el predicador les decía: es un regalo de Dios. Se la llevaban a la iglesia y ella se ponía a aullar como un puto gato y ellos decían: oh, intenta hacer música, que Dios la bendiga, me cago en… Usted perdone otra vez. »Así que yo no paraba mucho en casa y hacía mi vida. Vale, decía yo, no tengo por qué soportar esta mierda. Hacía mi vida. Tenía trabajo. Casi siempre tenía trabajo. Nunca me quedaba tocándome los huevos y bebiéndome el dinero del gobierno. O sea, haciendo el zángano. Nunca le pedí ni un centavo a mi viejo. Me levantaba y me iba a poner alquitrán a un tejado a más de treinta grados o a fregar el suelo de un puto restaurante o de ayudante de mecánico en un garaje de mierda. Y lo hacía.Pero como no siempre estaba dispuesto a tragar quina no duraba mucho. Esa gentuza siempre anda mangoneando a la gente como yo y yo no tengo por qué tragar. Soy de una familia como es debido. Mi padre trabajó hasta que estuvo demasiado enfermo, trabajó en los autobuses. A mí no me criaron para tragar quina. Pero bueno, eso da igual. Lo que siempre me habían dicho mis padres es: la casa es tuya. La casa está pagada, está en buenas condiciones y es tuya. Eso es lo que me dijeron. Sabemos que aquí tuviste las cosas difíciles cuando eras joven y que si no hubieras tenido las cosas tan difíciles igual podrías haber estudiado, de modo que queremos compensarte como podamos. Así que no hace mucho estaba yo hablando con mi padre por teléfono y me dice: bueno, supongo que comprenderás el trato. Y yo digo: ¿qué trato? Y él: solo hay trato si firmas los papeles para ocuparte de tu hermana mientras viva. La casa es tuya solo si también es su casa, me dice. »Dios santo. Yo no sabía eso. Yo no sabía que ese fuera el trato.Yo siempre había pensado que el trato era que cuando se murieran, ella se iría a una casa de acogida. Que no iba a ser mi casa. »Así que le dije a mi viejo que no era así como yo lo entendía y él me dice: está todo arreglado para que firmes, y si no quieres firmar, no tienes que hacerlo. Tu tía Rennie se pasará por aquí y estará pendiente de ti y de que cuando nosotros faltemos te atengas al acuerdo. »Sí, claro, mi tía Rennie. Es la hermana pequeña de mi madre, un bicho de mucho cuidado. »De todas formas me dice: ya te vigilará tu tía Rennie, y de repente cambié de idea. Dije: bueno, supongo que las cosas son así y que es justo. De acuerdo, ¿os va bien que vaya a cenar este domingo? »Claro, me dice. Me alegro de que te lo tomes como es debido. Tú siempre te enciendes demasiado pronto, y a tu edad deberías tener un poco de sentido común. »Qué curioso que tú digas eso, pensé yo. »Así que allí me fui, y mamá había preparado pollo. Olía bien cuando entré en casa. Después me llega el olor de Madelaine, el mismo olor asqueroso de siempre que no sé qué es pero que ahí está aunque mamá la lave todos los días. Pero actué muy bien. Es una ocasión especial, les dije, así que voy a hacer una foto.Les conté que tenía una cámara nueva, estupenda, que revelaba al momento y podrían ver la foto. Te ves en un pispás, ¿qué os parece? De modo que los senté a todos en el salón como le he enseñado a usted. Mamá dice: venga, deprisa, que tengo que volver a la cocina. Si no tardo nada, le digo. Hago la foto, y ella: venga, vamos a ver cómo hemos salido, y yo: un momento, un poco de paciencia, solo tardará un minuto. Y mientras esperan a ver cómo han salido, yo saco mi pistolita y pim, pam, pum, me los cargo. Después hice otra foto, fui a la cocina, comí un poco de pollo y no volví a mirarlos. Pensaba que la tía Rennie estaría allí también, pero mamá dijo que tenía no sé qué en la iglesia. Me la habría cargado igual. Así que mire. Antes y después. La cabeza del hombre estaba caída de lado, la de la mujer hacia atrás. Sus expresiones habían volado por los aires. La hermana había caído hacia delante, de modo que no se le veía la cara, solamente las enormes rodillas envueltas en tela floreada y la cabeza oscura con el peinado enrevesado y pasado de moda. —Podría haberme quedado allí tranquilamente una semana. Estaba tan relajado… Pero me marché al oscurecer. Me lavé bien, me terminé el pollo y pensé que lo mejor era largarme. Estaba preparado para que la tía Rennie se presentara de un momento a otro, pero se me pasaron las ganas, y sabía que tendría que ponerme otra vez de humor para cargármela a ella. Ya no me apetecía. Es que tenía el estómago lleno, porque era un pollo grande.Me lo había comido todo en lugar de llevarme un poco porque me daba miedo que lo olieran los perros y montaran un escándalo cuando me metiera por los senderos del campo, como me figuraba que tendría que hacer. Pensé que el pollo que me había metido entre pecho y espalda me duraría una semana, pero fíjese el hambre que traía cuando llegué aquí. Recorrió la cocina con la mirada.—Supongo que no tendrá nada de beber, ¿no? Ese té es asqueroso. —A lo mejor hay vino —dijo Nita—. No sé. Yo ya no bebo… —¿Es de Alcohólicos Anónimos? —No. Es que no me sienta bien. Se levantó y notó que le temblaban las piernas. Natural. —Me he ocupado del teléfono antes de entrar —dijo el hombre—. Es para que lo sepa. Si bebía, ¿se tranquilizaría un poco y se pondría más amable? ¿O más odioso y bruto? ¿Cómo iba a saberlo ella? Encontró el vino sin necesidad de salir de la cocina. Rich y ella solían beber vino tinto con moderación todos los días, porque se supone que es bueno para el corazón. O malo para algo que no es bueno para el corazón. Con el miedo y la confusión no se acordaba de cómo se llamaba aquello. Porque tenía miedo. Por supuesto. El cáncer no iba a servirle de ayuda en ese momento, de ninguna ayuda. El hecho de que fuera a morirse al cabo de un año se empeñaba en no anular el hecho de que podía morirse en aquel mismo momento. —Oiga, este es del bueno —dijo él—. Sin tapón de rosca. ¿No tiene un sacacorchos? Nita fue hacia un cajón, pero él se levantó de un salto y la apartó, sin demasiada brusquedad. —No, no, ya lo cojo yo. Usted ni se acerque a este cajón. Vaya, qué cantidad de cosas buenas hay aquí. Puso los cuchillos en el asiento de su silla, donde Nita no pudiera alcanzarlos, y empezó a abrir la botella con el sacacorchos. A Nita no le pasó inadvertido hasta qué punto podía ser perverso aquel instrumento en sus manos, pero ella no tenía la menor posibilidad de poder llegar a usarlo. —Solo iba a coger unos vasos —explicó, pero él dijo que no.—Nada de cristal. ¿No tiene de plástico? —No. —Pues tazas. Y la estoy viendo. Nita sacó dos tazas y dijo: —Para mí solo un poquito. —Para mí también —contestó él, muy formal—. Tengo que conducir. —Pero se llenó la taza hasta el borde—. No quiero que un madero meta la cabeza por la ventanilla para ver cómo estoy. —Los radicales libres —dijo Nita. —¿Y eso qué significa, a ver? —Es algo del vino tinto. O los destruye porque son malos o los refuerza porque son buenos. No me acuerdo. Tomó un sorbo de vino y no le dieron ganas de vomitar, al contrario de lo que esperaba. Él bebió, de pie. —Cuidado con esos cuchillos cuando se siente —dijo Nita. —No empiece a tomarme el pelo. —Cogió los cuchillos, los metió en el cajón y se sentó—. ¿Se cree que soy tonto? ¿Se cree que estoy nervioso? Nita se arriesgó. —Solamente pienso que nunca había hecho una cosa así —dijo. —Claro que no. ¿Qué se ha creído, que soy un asesino? Sí, vale, los maté, pero no soy un asesino. —Es distinto —dijo Nita. —Hombre, claro. —Yo sé lo que es. Sé lo que es librarse de alguien que te ha ofendido. —¿Ah, sí? —He hecho lo mismo que usted. —Venga ya… Empujó la silla hacia atrás pero no se levantó.—No me crea si no quiere, pero lo he hecho —afirmó Nita. —Y una mierda. ¿Cómo lo hizo? —Con veneno. —Pero ¿qué dice? ¿Que les dio ese puto té o qué? —Solo a una persona. Una mujer. Al té no le pasa nada. En teoría alarga la vida. —Yo no quiero que me alarguen la vida si tengo que beber una guarrería así. Además, pueden descubrir el veneno en el cuerpo de un muerto. —No estoy segura de que sea así con los venenos vegetales. De todos modos, a nadie se le habría ocurrido mirar. Era una de esas chicas que tuvo fiebre reumática cuando era pequeña y lo fue arrastrando toda la vida; no podía practicar deporte ni hacer gran cosa, continuamente tenía que sentarse a descansar. Nadie se llevaría una sorpresa si se moría. —¿A usted qué le había hecho? —Era la chica de la que se había enamorado mi marido. Iba a dejarme para casarse con ella. Me lo había dicho. Yo lo había hecho todo por él. Estábamos arreglando esta casa juntos. Él era lo único que tenía. No habíamos tenido hijos porque él no quería. Aprendí carpintería y aunque me daba miedo subirme a las escaleras, lo hacía. Él era mi vida. Y de repente me iba a echar a patadas por esa quejica inútil que trabajaba en la secretaría. Todo aquello por lo que habíamos trabajado se lo quedaría ella. ¿Era justo? —¿Cómo se consigue veneno? —Yo no tuve que buscarlo. Estaba en el jardín de atrás. Ahí mismo. Había un huerto con ruibarbos desde hacía años. En las nervaduras de las hojas del ruibarbo hay veneno más que suficiente. No en los tallos. Los tallos son lo que nos comemos. Son buenos, pero las nervaduras rojas y finitas de las hojas, esas son venenosas. Yo lo sabía, —152— aunque tengo que confesar que ignoraba la cantidad exacta que necesitaría para que fuera efectivo, así que lo que hice fue una especie de experimento. Tuve suerte en varias cosas. En primer lugar, mi marido estaba fuera, en un simposio, en Minneapolis. Podría habérsela llevado, claro, pero eran las vacaciones de verano y ella tenía que quedarse a cargo de la oficina.Otra cosa era que a lo mejor no estaba completamente sola, que podía haber otra persona. Y además, ella podría haber sospechado de mí. Tuve que suponer que ella no sabía que yo lo sabía y que seguía considerándome una amiga. La habíamos invitado a casa, nos llevábamos bien. Tuve que confiar en que mi marido, que era de esas personas que lo dejan todo para el final, me lo habría contado a mí para ver cómo me lo tomaba pero no le habría dicho a ella que me lo había contado. Entonces, ¿por qué deshacerse de ella? A lo mejor él no se había decidido. »No. Habría seguido con ella de alguna manera. Y aunque no siguiera, ella nos había envenenado la vida. Había envenenado mi vida, así que yo tenía que envenenar la suya. »Preparé dos tartaletas, una con las nervaduras venenosas y otra sin ellas. Naturalmente, hice una señal en la que no tenía. Fui a la universidad, compré dos cafés y fui a su oficina. Estaba sola. Le dije que tenía que ir a la ciudad y que al pasar por los jardines de la universidad había visto una panadería muy bonita que mi marido siempre elogiaba por su café y sus pasteles, de modo que entré a comprar las tartaletas y los cafés, pensando en que estaría sola cuando el resto de la gente se había ido de vacaciones y en que yo también estaba sola, con mi marido en Minneapolis. Ella estaba encantadora, muy agradecida. Dijo que se aburría un poco y que como la cafetería estaba cerrada tenías que ir al edificio de ciencias a por café y que le ponían ácido clorhídrico. Ja, ja, qué gracia. Así que fue como una fiestecita.—Yo el ruibarbo no puedo ni verlo —dijo el hombre—. Conmigo no habría funcionado. —Pero con ella sí. Tuve que arriesgarme a que empezara a hacer efecto deprisa, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba y le hicieran un lavado de estómago, pero no demasiado rápido para que no lo relacionara conmigo. Tenía que quitarme de en medio enseguida. El edificio estaba vacío, y hasta la fecha, que yo sepa nadie me vio entrar ni salir. Naturalmente, conocía algunos atajos. —Se cree muy lista. Se fue de rositas. —Como usted. —Lo que yo he hecho no es tan rebuscado como lo que hizo usted. —Pero para usted era necesario. —Hombre, claro. —Lo mío también era necesario. Salvé mi matrimonio. Mi marido comprendió que ella no le habría hecho ningún bien. Estoy casi segura de que se habría puesto enferma con él. Ella era así. Habría sido una carga para él. Y él lo comprendió. —Más vale que no haya puesto nada en los huevos esos —dijo el hombre—. Como lo haya hecho, se va a arrepentir. —Claro que no. Ni se me habría ocurrido. No es algo que haga con frecuencia. La verdad es que no sé nada de venenos. Me enteré de eso por pura casualidad. El hombre se levantó con tal brusquedad que derribó la silla en la que se sentaba. Nita observó que no quedaba mucho vino en la botella. —Necesito las llaves del coche. Nita fue incapaz de pensar por un instante. —Las llaves del coche. ¿Dónde las ha puesto? Podía ocurrir. En cuanto le diera las llaves del coche podía ocurrir. ¿Serviría de algo contarle que se estaba muriendo de cáncer? Qué estupidez. No serviría de nada. Morir de cáncer más adelante no le impediría hablar hoy. —Nadie sabe lo que le he contado —dijo—. Es usted la única persona con quien he hablado de esto. Sí que iba a remediar eso las cosas. La ventaja que había alegado probablemente le había entrado por un oído y le había salido por el otro. —No lo sabe nadie todavía —dijo el hombre, y Nita pensó: Gracias a Dios. Va por buen camino. Lo comprende. ¿O no? Quizá, gracias a Dios. —Las llaves están en la tetera azul. —¿Dónde? ¿En qué jodida tetera? —En la esquina de la encimera… Se rompió la tapa y la usábamos para guardar cosas… —Cállese. Cállese o la hago callar yo bien callada. —Intentó meter la mano en la tetera azul, pero no le cabía—. ¡Joder, joder, joder! —gritó; volcó la tetera, le dio un golpe contra la encimera, y no solo cayeron al suelo las llaves del coche, las de la casa, monedas diversas y un fajo de dinero antiguo de Canadian Tire, sino que unos cuantos trozos de cerámica azul se desparramaron por el suelo. —Las del cordel rojo —dijo Nita con un hilo de voz. El hombre se puso a dar patadas a las cosas hasta que cogió las llaves que quería. —Bueno, ¿qué va a decir del coche? Que se lo ha vendido a un desconocido, ¿no? Nita tardó unos segundos en comprender la importancia de aquellas palabras. Cuando cayó en la cuenta, la habitación se puso a temblar. —Gracias —dijo Nita, pero tenía la boca tan seca que no sabía si le había salido ningún sonido. Algo debió de salirle, porque el hombre dijo: —155— —No me dé las gracias todavía. Tengo buena memoria —añadió—. Muy buena memoria. Y ese desconocido, no se parecerá en nada a mí. No querrá que se pongan a desenterrar cadáveres en los cementerios, ¿no? Acuérdese: como suelte algo, lo suelto yo. Nita seguía mirando al suelo. Sin moverse ni hablar, solo miraba el revoltijo del suelo. Se había marchado. Se cerró la puerta. Nita siguió sin moverse. Quería cerrar la puerta con llave pero no podía dar ni un paso.Oyó que arrancaba el motor, después se apagó. ¿Qué pasaba? El hombre estaría tan nervioso que lo hacía todo mal. Otra vez arrancaba, volvía a arrancar y giraba. Los neumáticos en la grava. Fue temblando hasta el teléfono y comprobó que aquel hombre había dicho la verdad; lo había cortado. Junto al teléfono había una de las múltiples estanterías que tenían. Aquella estaba llena sobre todo de libros viejos, libros que no se abrían desde hacía años. La torre orgullosa. Albert Speer. Los libros de Rich. Alabanza de las verduras y las frutas conocidas. Platos suculentos y elegantes y nuevas sorpresas, recopilados, probados y creados por Bett Underhill. Cuando terminaron la cocina, Nita cometió el error de intentar cocinar como Bett durante una temporada. Una temporada muy corta, porque resultó que Rich no quería que le recordaran todo aquel follón y ella no tenía suficiente paciencia para tanto cortar y hervir. Pero aprendió unas cuantas cosas que la sorprendieron, como las propiedades tóxicas de ciertas plantas conocidas y por lo general inofensivas. Debería escribir a Bett. Querida Bett, Rich ha muerto y yo he salvado la vida haciéndome pasar por ti. ¿Qué le importa a Bett que haya salvado la vida? Solo hay una persona a la que realmente merece la pena contárselo.Rich. Rich. Ahora se da cuenta de lo que es echarlo en falta de verdad. Como si al cielo le chuparan todo el aire. Debería ir al pueblo. Había una comisaría detrás del ayuntamiento. Debería comprarse un teléfono móvil. Estaba tan impresionada, tan terriblemente cansada que apenas podía moverse. En primer lugar, tenía que descansar. La despertó un golpe en la puerta, que seguía abierta. Era un policía, no uno del pueblo, sino de la policía provincial de tráfico. Le preguntó si sabía dónde estaba su coche. Nita miró hacia la grava donde lo aparcaban antes. —Ha desaparecido —dijo—. Estaba ahí. —¿No sabía que lo habían robado? ¿Cuándo fue la última vez que se asomó y lo vio? —Debió de ser anoche. —¿Estaban las llaves dentro? —Supongo que sí. —Tengo que decirle que ha sufrido un grave accidente. Un accidente sin otros coches implicados a este lado de Wallenstein. Al conductor se le fue a la cuneta y lo destrozó. Y eso no es todo. Buscan al hombre por triple asesinato. Esas son las últimas noticias que tenemos. Asesinato en Mitchellston. Ha tenido suerte de no tropezarse con él. —¿Está herido? —Muerto. Instantáneamente. Merecido se lo tiene. Luego siguió un sermón amable pero severo. Dejarse las llaves en el coche. Una mujer que vive sola. Nunca se sabe en los días que corren. Nunca se sabe.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con la aparición de Un pianista de provincias, el escritor uruguayo Ramiro Sanchiz se ha consolidado entre los mejores exponentes de la ciencia ficción latinoamericana. Esta novela transcurre en un futuro distópico con un trasfondo agudo sobre el medio ambiente: la naturaleza, quizás cansada de tanto plástico que le arrojan, termina asimilando esos desechos y ahora se extiende por todo el planeta una masa, mitad vegetal y mitad plástica, a la que llaman la maraña.En ese escenario demencial, un pianista y su manager van viajando de pueblo en pueblo, ofreciendo recitales de música clásica en pequeños salones. Esa trama le permite a Sanchiz involucrar en su prosa la música, en particular el repertorio para piano. Y una obra aparece mencionada constantemente, como una obsesión: las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach.Pero además, Un pianista de provincias presenta una vez más al personaje de Federico Stahl, que ya ha aparecido (de otras maneras) en sus libros anteriores. Se trata de un experimento en marcha, que sus lectores han seguido con mucho interés: en palabras de Sanchiz, todo hace parte de “una macronovela que narra las diversas alternativas en la historia personal de su protagonista”. Lo cierto es que, en esta encarnación, el protagonista se gana la vida tocando el piano. Ramiro Sanchiz visitó Bogotá y conversé con él acerca de este recurso narrativo, del género de la ciencia ficción y, por supuesto, de la música.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí. Quiero empezar preguntándote por Federico Stahl, el protagonista, porque es el mismo personaje de todas tus novelas, pero en cada libro tiene una vida diferente. ¿Por qué decidiste hacerlo pianista en esta historia?En las primeras versiones, Federico Stahl era un vehículo para que yo contara cosas autobiográficas. En los primeros cuentos, por ejemplo, estaba muy presente mi experiencia como guitarrista. Resulta que entre 2004 y 2006 mi banda se movió bastante: tocamos por todo Uruguay, queríamos ser una mezcla de David Bowie con Smashing Pumpkins. No nos salía nada de eso pero, bueno, fue un momento de mucha efervescencia del rock uruguayo, y muchas de esas experiencias fueron a parar a la primera novela. Después vinieron otros libros con Federico y otras vidas posibles, por decirlo así: historiador de la aviación, drag queen, muchas cosas. Pero quería tener un Federico pianista, en parte, por una fascinación de toda una vida con las Variaciones Goldberg de Bach. Y me gustó esa idea del pianista itinerante en un mundo post apocalíptico. Como escritor, ¿cómo haces para que se sienta que es el mismo personaje, y no distintos personajes con el mismo nombre?Siempre habrá una tensión entre las dos posibilidades. En esencia, es la misma persona que tomó distintas decisiones. ¿Cómo se resuelve? Con una apelación a determinadas experiencias de infancia que son comunes a todos esos posibles Federicos. Esa vida de los años ochenta, la música, los videojuegos, las series de televisión, todo eso es como un sustrato de identidad de donde todos los Federicos abrevan. Son como variaciones: tengo esta historia, esta línea básica, y le voy cambiando cosas. La novela tiene una ecología muy propia. Todo el tiempo está presente algo llamado la maraña, una mezcla de plástico y vegetal que lo devora todo. Me recordó el océano de la novela Solaris de Stanislaw Lem, que más que océano era un ser vivo enorme.Yo soy un super lector de Lem. Y Solaris me parece una de las grandes obras del siglo XX: esa idea del océano como una otredad absoluta. Y la ciencia, que en la novela quizá está más presente que en la película de Tarkovski, la ciencia que intenta dar cuenta del océano y fracasa todo el tiempo. Me gustaba la idea de algo que está más allá del entendimiento humano, una especie de “cosa-identidad”. Entonces la pregunta era cómo hacer eso, pero sin caer en el monstruo con tentáculos o con miles de ojos. Y dije: ¿Qué tal si no es un monstruo, si es una cosa que se reproduce, como una especie de virus? Así nació el escenario de la novela. Faltaba el personaje, quién iba a recorrer ese mundo, porque yo quería que fuera algo de carretera, y muy musical. Entonces, bueno, surgió un pianista. Un pianista de provincias, además.Exacto, porque en ese momento ya no hay más que provincias. En un mundo globalizado hay metrópolis y periferia, pero imagínate un mundo donde ya no haya esas subdivisiones. ¿Tuvo algo que ver la pandemia en esa inspiración para la novela?En muchos sentidos. En el sentido más inmediato, la escribí en 2020, que era un momento peculiar para ponerse a escribir. En Uruguay no sufrimos tanto en términos de aislamiento, porque teníamos, qué se yo, veinte casos diarios. Luego se disparó, pero ese máximo de contagio se matizó porque llegaron las vacunas. Pero lo que yo notaba más era la incertidumbre, los futuros perdidos. ¿Cuántos teníamos planes para el 2020? Y no pasó. Y otra cosa que notaba eran las teorías conspirativas. Entonces, para la maraña, imaginé que no había un discurso consensuado científico, que todos estaban arrojados a una especulación salvaje. Por eso casi todos los personajes tienen su teoría de qué es la maraña, de qué pasó, y el lector se queda sin saber. Federico Stahl y su manager se van adentrando en la selva, una selva que describes como prehistórica y de troncos carnosos, y no pude evitar pensar en tu coterráneo, Horacio Quiroga, quien hizo de la selva el escenario de muchos de sus relatos.Horacio Quiroga es alguien inevitable, está en el ADN de los lectores uruguayos. Desde la escuela primaria está muy presente, y él tiene todos estos cuentos de Misiones, de esa selva allá. Pero también me interesaba La Vorágine. En estos días caí en cuenta que yo la había leído, y me había impresionado muchísimo. Siempre recordé el final: se los tragó la selva. Pero lo que yo había leído era una versión abreviada ¡Yo pensaba que La Vorágine era un cuento corto! Porque era parte de una colección para estudiantes que había allá, muy barata, de tomos chiquitos… Bueno, ahora caigo en cuenta que no leí La Vorágine (risas). Pero toda esa idea de internarse en un paisaje que te va devorando, ese fue mi primer plan para la novela. Hablemos de música. La obra más mencionada a lo largo de la novela es el ciclo de las Variaciones Goldberg de Bach. Me llama la atención que eres guitarrista pero eliges una obra escrita para clavecín, que se adapta al piano.Yo soy guitarrista de atrevido, porque nunca tomé estudios formales, pero con el tiempo me fui interesando en aprender un poco de armonía. Mi amor por la música va mucho más allá de lo que yo puedo tocar. Allá por 2002 yo estaba en la universidad, estudiaba literatura, y mi proyecto era convertirme en un académico especializado en Marcel Proust. Y tuve la enorme fortuna de coincidir con una profesora que me enseñó sobre la influencia de la música en Proust. En algún momento ella planteó la idea de que Proust había estructurado sus siete tomos, su obra, como variaciones. Me dijo: “las Variaciones Goldberg son un referente” y yo pensé: “no tengo la más pálida idea de qué es eso”. Entonces me fui a una disquería y el vendedor me sacó la versión tocada en clavecín por Keith Jarrett. Una versión muy linda. Y a partir de ahí me fascinó. Seguí leyendo sobre Bach, en particular el libro de Douglas Hofstadter, y entré en una locura. Es una obra a la que vuelvo siempre, es fascinante. Federico Stahl es obligado a tocar lo que tú llamas los “clásicos pop”: Para Elisa de Beethoven y la Marcha turca de Mozart. ¿Por qué piensas que existen unos clásicos que se vuelven masivos?Hay una serie de factores. En Estados Unidos, en los años 50, la radio acercó muchas piezas del repertorio especializado al gran público. Pero incluso antes de eso, a mucha gente de niña se le enseñaba piano, era parte de la educación. Yo mismo estudié hasta cierto punto, me mandaba mi abuela, y ahí aprendí Para Elisa. También puede haber cosas intrínsecas sobre ciertas melodías brillantes y memorables: el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven… Y después las cosas que usa el cine: un día estaba yo escuchando el Concierto para piano No. 21 de Mozart y me dice mi padre: “¡Eso es de la película Elvira Madigan!”. El cine logró eso, que muchos clásicos sean instantáneamente reconocidos. Revisemos la discografía de Federico. Primero graba un disco de Chopin y Liszt, luego su segundo álbum coniene las Suites francesas de Bach. Hasta ahí tenemos un patrón muy claro, pero el trecer álbum está dedicado a Scriabin, eso es más raro…Me interesaba cierta pretensión de genio de Federico. Quería que eso lo llevara a meterse en esa línea de piezas para piano que cada vez se van volviendo más complejas. Y Scriabin, bueno, estaba loco, tenía esta obra que él suponía que iba a canalizar energías espirituales. Y me gustaba la idea de que Federico va a una provincia, tiene que tocar la Marcha turca, pero se las arregla para citar obras más esotéricas. Porque en los “clásicos pop” tenés toda una zona amable con el escucha, pero luego todos tenemos inmensos baches. Yo, por ejemplo, soy un ignorante en cuanto a ópera. Y más adelante tenés todas estas obras que son más raras: todas las vanguardias, el dodecafonismo, el serialismo. Me gustaba que Federico tuviera la obligación comercial pero se las arreglara para meter a Schönberg. En la novela eso se refleja en la carrera discográfica que él tiene. Yo sabía que él iba a fracasar con las Variaciones Goldberg, porque él sostiene que no las sabe tocar, pero quería que hubiera una presencia del barroco, del romanticismo y algo de vanguardia. Especulemos un poco con la carrera del pianista. Si no hubiera llegado la maraña, si su carrera hubiera continuado, ¿cuál hubiera sido su siguiente grabación?A lo mejor iba a tocar el Concierto para piano y orquesta No. 2 de Rachmaninov. Iba a tender a ese despliegue. A lo mejor iba a ser el Martha Argerich de su generación, pero la cuestión es que se corta esa discografía, ¿no? Pero creo que igual el libro tiene otra discografía implícita, porque también habla mucho del rock. Pero, para complicar la historia del rock, inventé que David Bowie se moría antes de hacer el disco Let’s Dance. En la ciencia ficción vos tenés ese concepto de la historia alternativa. Una de las imágenes más poderosas es la de un piano viejo que está carcomido por la maraña. Sin embargo, en todo este apocalipsis que plantea tu novela, la música se salva. ¿Por qué? ¿Qué tiene la música que podría sobrevivir a una hecatombe?Justo estaba leyendo un libro acerca de cómo pensar los mundos posibles. Y en uno de los ensayos hablaba de la evolución del lenguaje, de cómo en algún momento la ciencia dijo: “no vamos a saber esto, porque es imposible, no hay fósiles que te digan cómo hablábamos”. Pero más recientemente, con otras técnicas, se vuelve a plantear que se puede estudiar eso. Y resulta que la música y el lenguaje tienen en principio una base común y luego se separan. El primer lenguaje pudo ser la música. Entonces nosotros hablamos, expresamos, nos pensamos a nosotros mismos con la música. La música nos construye. En mi adolescencia la identidad consistía en saber si tú eras hincha de Guns N’ Roses o de Nirvana. Mi madre, cuando hablaba de los Beatles, siempre decía que su favorito era George. En el fondo quizá estamos hablando con música. Por eso me parece que si hay una catástrofe, o no sé qué proceso evolutivo que nos haga prescindir del lenguaje, no hay nada que pueda acabar con la música. No hay pandemia que pueda con eso. Excepto la extinción, pero yo no quería narrar la extinción.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En la quietud de una tarde de primavera, el mundo literario se viste de luto para despedir a una de sus luminarias más resplandecientes. El 14 de mayo de 2024, el universo de las letras se entristece al despedir a la incomparable Alice Munro, cuya pluma tejía historias que traspasaban las fronteras del tiempo y el espacio.Nacida el 10 de julio de 1931 en Wingham, Ontario, Munro exploró los recovecos más profundos del alma humana a través de relatos que se erigían como monumentos a la cotidianidad. Su prosa, sutil y penetrante, hilaba los hilos invisibles que conectan las vidas de sus personajes con las experiencias universales de amor, pérdida y redención."Ella no es una persona de la alta sociedad. De hecho, rara vez se la ve en público y no realiza giras de promoción de libros", comentó el crítico literario estadounidense David Homel después de que Munro alcanzara la fama mundial.La obra de Munro, marcada por una maestría narrativa incomparable, se erige como un testamento de la complejidad de la condición humana. En obras como "Dance of the Happy Shades", su primer libro de cuentos publicado en 1968, y "The Moons of Jupiter", exploró la intimidad de las relaciones familiares y los vínculos que nos atan y nos liberan.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Uno de los sellos distintivos de Munro fue su habilidad para tejer la vida rural canadiense en sus narrativas, dotando a sus relatos de una autenticidad que resonaba en el corazón de sus lectores. En "The Bear Came Over the Mountain", un cuento incluido en su colección "Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage", Munro exploró las complejidades del amor y la vejez con una delicadeza que conmovió a generaciones de lectores.Sin embargo, fue con su obra maestra, "Dear Life", publicada en 2012, que Munro se consagró como una de las voces más importantes de la literatura contemporánea. En este conjunto de relatos, la autora desnuda las verdades esenciales de la existencia humana, explorando la fragilidad del tiempo y la inevitabilidad del cambio con una lucidez desgarradora.A lo largo de su prolífica carrera, Munro fue galardonada con innumerables premios, incluido el Premio Nobel de Literatura en 2013, que reconoció su contribución excepcional al arte de la narrativa corta. Su legado perdurará en las páginas de sus libros, en las mentes y los corazones de aquellos que fueron tocados por su genio creativo. Hoy despedimos a una titán de las letras, pero su luz seguirá brillando en cada palabra escrita, en cada historia contada. No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
'El proceso' es una de las novelas más aclamadas del siglo XX que, nada más aparecer en 1925, tras la muerte de Kafka, fue admirada por escritores como Thomas Mann y elogiada por grandes pensadores como Walter Benjamin, Adorno o Hannah Arendt.El epílogo que completa esta nueva edición explica el origen biográfico de la obra y proporciona una visión panorámica de sus múltiples interpretaciones y resonancias, explicó este jueves Arpa.Esta novedosa traducción es obra del filósofo y germanista Luis Fernando Moreno Claros, que sigue fielmente los manuscritos originales de Kafka y recrea su estilo tan característico.Josef K., un ciudadano corriente, se despierta una mañana en presencia de unos misteriosos funcionarios que han ido a detenerlo a la pensión en la que reside.Le interrogan y le comunican que se le permite seguir con su vida diaria a pesar de estar detenido y, a partir de ahí, se ve envuelto en un proceso judicial laberíntico cuyo inexplicable entramado intentará desentrañar.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Para ello tendrá que adentrarse en el enigmático mundo del 'tribunal', una instancia omnisciente que todo lo domina desde las sombras.Con este argumento, 'El proceso' se ha interpretado como la novela que mejor simboliza la alienación y el desamparo del hombre moderno: un ser perdido en una maraña de burocracia absurda, anonadado ante la fuerza de un poder abstracto que lo somete, y que se ve abandonado a su desesperación en medio de un mundo falto de cordura, o simplemente condenado a existir y morir sin haber dado un sentido a su vida.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Yo tenía ocho años. En aquel momento de mi vida, nada me importaba más que el béisbol. Mi equipo era el New York Giants, y seguía las actividades de aquellos hombres de gorra naranja y negra con la devoción de un verdadero creyente. Incluso ahora, al recordar ese equipo que ya no existe, que jugaba en un estadio que ya no existe, soy capaz de recitar los nombres de casi todos los jugadores. Alvin Dark, Whitey Lockman, Don Mueller, Johnny Antonelli, Monte Irvin, Hoyt Wilhelm. Pero ninguno era tan grande, tan perfecto ni tan digno de veneración como Willie Mays, el incandescente Say-Hey Kid.Aquella primavera me llevaron a mi primer partido de liga. Unos amigos de mi padre tenían asientos de tribuna en el Polo Grounds, y una noche de abril fui con mis padres y sus amigos a ver a los Giants contra los Milwaukee Braves. No sé quién ganó, no recuerdo un solo detalle del partido, pero sí recuerdo que, cuando acabó, mis padres y sus amigos se quedaron charlando en sus asientos hasta que todos los espectadores se hubieron marchado. Se nos hizo tan tarde que tuvimos que cruzar el campo y salir por una de las puertas centrales, que era la única que estaba abierta. Y dio la casualidad de que esa salida estaba justo debajo de los vestuarios de los jugadores.En el momento en que nos acercamos a la puerta, atisbé a Willie Mays. No había duda alguna de que era él. Se trataba de Willie Mays en persona, ya sin el uniforme del equipo, vestido con ropa de calle a menos de tres metros de mí. Conseguí que mis piernas me llevaran hacia él, y a continuación, haciendo acopio de todo mi valor, hice que las palabras me salieran de la boca:—Señor Mays —le dije—, ¿podría firmarme un autógrafo?Mays debía de tener unos veinticuatro años, pero fui incapaz de llamarle por su nombre de pila.Su respuesta a mi pregunta fue brusca pero amigable.—Claro, chaval —dijo—. ¿Tienes un lápiz?Recuerdo que estaba tan lleno de vida, hasta tal punto rebosaba juventud y energía, que no dejaba de dar saltitos mientras hablaba.💬Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Pero yo no llevaba lápiz, de modo que le pedí a mi padre si podía prestarme el suyo. El tampoco llevaba. Ni mi madre. Y resultó que los demás adultos tampoco.El gran Willie Mays seguía allí, mirándome en silencio. Cuando quedó claro que no había nadie en el grupo que llevara nada con lo que escribir, se volvió hacia mí y se encogió de hombros.—Lo siento, chaval —dijo—. Si no tienes lápiz, no puedo firmarte un autógrafo.Y salió del estadio perdiéndose en la noche.No quería llorar, pero las lágrimas empezaron a caerme por las mejillas, y no pude hacer nada para impedirlo. Y lo peor fue que seguí llorando en el coche hasta que llegamos a casa. Sí, estaba abatido, decepcionado, pero también irritado conmigo mismo por no ser capaz de controlar las lágrimas. No era ningún crío. Tenía ocho años, y se suponía que un muchacho de esa edad no debía llorar por algo así. No sólo no tenia el autógrafo de Willie Mays, sino que tampoco tenía nada más. La vida me había puesto a prueba, y yo no había sabido dar la talla.Después de aquella noche, comencé a llevar un lápiz conmigo allí donde iba. Adquirí la costumbre de no salir de casa sin antes asegurarme de que llevaba un lápiz en el bolsillo. No es que planeara hacer nada con él, pero no quería que me cogieran otra vez desprevenido. En una ocasión ya me habían pillado con las manos vacías, y no iba a permitir que eso volviera a pasarme.Cuando menos, los años me han enseñado esto: si llevas un lápiz en el bolsillo, hay bastantes posibilidades de que algún día te sientas tentado a utilizarlo.Como me gusta decirles a mis hijos, así es como me hice escritor.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Paul Auster, nacido el 3 de febrero de 1947 en Newark, Nueva Jersey, fue un autor estadounidense cuyo trabajo significó uno de los paradigmas de la literatura norteamericana contemporánea. A lo largo de su carrera, Auster fue aclamado por su habilidad para explorar temas complejos como la identidad, el azar y la soledad a través de una prosa distintiva y evocadora.💬Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Uno de los aspectos más destacados de la obra de Paul Auster fue su famosa "Trilogía de Nueva York", compuesta por las novelas "Ciudad de cristal" (1985), "Fantasmas" (1986) y "La habitación cerrada" (1986). Esta trilogía, considerada una obra maestra del género posmodernista, fusionó elementos del thriller, la metaficción y la filosofía existencialista para crear una narrativa absorbente que desafió las convenciones literarias tradicionales.Auster fue conocido por su estilo de escritura conciso y reflexivo, así como por su uso magistral de la estructura narrativa fragmentada y la voz narrativa ambigua. Sus personajes a menudo se encontraban en mundos enigmáticos y laberínticos donde la realidad se entrelazaba con la fantasía, lo que invitaba al lector a reflexionar sobre cuestiones fundamentales de la vida y la experiencia humana.Además de su trilogía más famosa, Auster produjo una amplia gama de obras que abarcaban novelas, ensayos, poesía y memorias. Entre sus obras más destacadas se encontraban "El libro de las ilusiones" (2002), "Brooklyn Follies" (2005), "4 3 2 1" (2017) y "Diario de invierno" (2012). En cada una de estas obras, Auster demostró su maestría para tejer historias complejas y profundamente humanas que resonaban con los lectores a nivel emocional e intelectual.El trabajo de Auster fue destacable por su capacidad para capturar la esencia de la condición humana en todas sus complejidades y contradicciones. Su enfoque introspectivo y su exploración de temas universales como el destino, el azar y la búsqueda de significado consolidaron su lugar como uno de los escritores más influyentes de su generación.Auster falleció el martes 30 de abril a los 77 años después de padecer cáncer de pulmón. A lo largo de su carrera, fue galardonado con numerosos premios y reconocimientos, incluyendo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006. No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El martes 30 de abril del 2024 será recordado por el día en el que murió Paul Auster, el renombrado escritor estadounidense conocido por sus obras literarias que cautivaron a lectores de todo el mundo. Auster, de 77 años, partió tras padecer cáncer de pulmón, según lo reportado por el diario The New York Times el martes.Nacido con un don para la narrativa, Auster dejó una huella indeleble en la literatura contemporánea con obras que exploran las complejidades de la existencia humana y la condición moderna. Su famosa "Trilogía de Nueva York", que incluye obras emblemáticas como "Ciudad de cristal", "Fantasmas" y "La habitación cerrada", se ha ganado un lugar destacado en el canon literario.Más allá de su genio creativo, Auster será recordado por su carácter afable y su profundo compromiso con la escritura. Amigo y mentor para muchos, su legado trasciende las páginas de sus libros, dejando una marca perdurable en la comunidad literaria.
Homero dio la primera pista, al mencionar en su Ilíada que la isla griega de Kasos aportó barcos para la guerra de Troya. Tirando de ese hilo, un equipo de arqueólogos ha localizado ocho barcos hundidos frente a sus costas en los últimos 5.000 años y demostrado la importancia que tuvo ese rincón del Egeo."Algunos de los hallazgos que tenemos en Kasos son únicos y se encuentran por primera vez en el mar Egeo", dice Xanthí Argiri, arqueóloga de la Fundación Nacional de Investigación (ΕΙΕ) de Grecia y responsable de la exploración que se llevó a cabo entre 2019 y 2023.Los pecios, de épocas muy diferentes, se localizaron a profundidades de entre 20 y 50 metros. El más antiguo data del 3000 a. C, mientras que los demás son del período clásico (460 a. C.), helenístico (100 a. C. a 100 d. C.), la época romana (200 a. C. – 300 d. C.) y el período bizantino (800 – 900 d. C.).Además de estos barcos, durante la investigación, en la que ha participado el Ministerio de Cultura griego, se encontraron los restos de un buque que se hundió a inicios del siglo XIX y otro de la primera mitad del siglo XX.En uno de los dos pecios de la época romana, los arqueólogos hallaron cerámica de tipo terra sigilata, originaria de África, y ánforas españolas del tipo Dressel 20 de la zona del río Guadalquivir, entre las que destaca una con un sello que ha sido fechada entre el 150 y el 170 a.C.Aunque se han encontrado "quizás millones" de estas ánforas de aceite en Europa y el Mediterráneo occidental, ya que eran unas de las más difundidas durante los tres primeros siglos d.C, "hasta ahora no se había encontrado un naufragio que confirmara su comercio marítimo en el Egeo", señala Olga Marinaki, también arqueóloga de EIE."La carga mixta confirma además que África, España y el Egeo estuvieron conectados por intensas relaciones comerciales en la época romana", añade.Los investigadores descubrieron en los pecios también tesoros únicos originarios de Italia y Asia Menor.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Durante la exploración se hallaron cañones, anclas -una de ellas de piedra, del período arcaico- y centenares de vasijas y otros objetos cerámicos.Con la ayuda de HomeroLa búsqueda empezó con la segunda rapsodia de la Ilíada de Homero, cuenta Argiri.En ese pasaje, el poeta enumera todos los barcos que las diferentes ciudades griegas aportaron para la guerra contra Troya, entre las que cita también Kasos y a la contigua isla de Kárpatos.Partiendo de esta antigua referencia a la tradición marítima de Kasos, se empezó a indagar más sobre la isla, señala la arqueóloga.Los investigadores consultaron después otras fuentes históricas que mencionaban que Kasos ofreció barcos también para la guerra de la independencia griega contra el imperio otomano, que comenzó en 1821.Aunque entre estas dos referencias históricas había un vacío de varios siglos, el equipo de arqueólogos submarinos decidió iniciar la investigación.La amplia horquilla cronológica de los objetos encontrados, que datan desde la Prehistoria, pasando por los periodos clásico, helenístico, romano, bizantino y otomano, dio la razón a los investigadores.Argiri y Marinaki coinciden en que los hallazgos demuestran que Kasos fue un "enclave fundamental" en las rutas marítimas de la Antigüedad, especialmente las que unían el norte de África con el Egeo y, más concretamente, Egipto con Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino.A lo largo de este año el equipo seguirá la exploración en la contigua isla de Kárpatos, mientras se realiza un proyecto de conservación in situ de los hallazgos encontrados en Kasos.Financiación limitadaPese al importante papel que jugó el sureste del Mar Egeo, y sobre todo el archipiélago del Dodecaneso, en el comercio marítimo antiguo, este es el primer estudio sistemático del fondo marino en la zona.La larga distancia que separa estas islas de Atenas y la falta de infraestructura local para la investigación arqueológica subacuática, hace que los proyectos sean más costosos, ya que todo el equipo tiene que trasladarse desde la capital griega.Según Argiri, la mayoría de los casi treinta investigadores que trabajaron en el proyecto de Kasos lo hicieron de manera voluntaria, mientras que los demás gastos fueron pagados por patrocinadores privados."Es obvio que hay muchas cosas que no podemos hacer porque no tenemos los suficientes recursos", se lamenta la arqueóloga quien, sin embargo, mantiene la esperanza de que en un futuro se puedan construir en Kasos las infraestructuras necesarias para que la isla se convierta en un destino de turismo cultural submarino.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En una ceremonia presidida por Felipe VI y la reina Letizia, el autor, nacido en León en 1942, repasó su vida literaria, sus lecturas y su escritura desde niño en el discurso posterior a recibir el galardón en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).En presencia del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, otras autoridades y personalidades de la cultura, el escritor reconoció su "precaria incapacidad para escribir" lo que le pasa."Lo que en mi existencia sucede, lo que mi biografía propone, nada me interesa menos que yo mismo, y lo digo con una radicalidad sospechosa", aseguró el autor de obras como 'La fuente de la edad', ‘La ruina del cielo' y la trilogía ‘El reino de Celama’El escritor y miembro de la Real Academia Española, creador del mítico territorio de Celama, indicó que contar la vida ha sido siempre su aspiración, que ha vivido la literatura en la "conquista de lo ajeno" y que Don Quijote llegó a él de niño como un héroe "entrañable".Hasta que comenzó a saber que se trataba más bien de un "antihéroe" al que se fueron pareciendo sus propios personajes, que son, más bien, "héroes del fracaso".Precisamente, el autor recibió el Cervantes por “ser uno de los grandes narradores de la lengua castellana, heredero del espíritu cervantino, escritor frente a toda adversidad, creador de mundos y territorios imaginarios”, según destacó el jurado en su momento.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Es el único que ha recibido en dos ocasiones el Premio Nacional de Narrativa y el de la Crítica y que tiene también el Nacional de las Letras de España.Vestido con chaqué, que como confesó ayer a los periodistas está acostumbrado a llevar en ocasiones por ser académico pero que a veces le recuerda al conde Drácula, el escritor recordó que, desde niño, tuvo necesidad de escribir para contar lo más ajeno a lo que le sucedía y cómo esto le producía un efecto beneficioso.Don Quijote, compañero de infancia y de creación Y "el libro que escuché con mayor deleite y aprovechamiento, en alguna de aquellas versiones apropiadas de nuestros clásicos, fue Don Quijote de la Mancha, y puedo recordar muy bien la mañana de su primera lectura", recordó Luis Mateo Díez.El hidalgo manchego llegó para quedarse, y poco a poco, en el mundo que fue creando como escritor, los seres de ficción tenían "una incierta imagen quijotesca, una atrabiliaria fisonomía de perdición y extravío, en la que no era accidental la fragilidad de su voluntad luchadora por la vida, el afán de vivirla y sobrellevarla con el rendimiento de la generosidad".No obstante, matizó, sus personajes, que no le pertenecen, tienen "una incierta heroicidad, tan cervantina y quijotesca, en aras de una imaginación liberadora y redentora, siendo, acaso, héroes del fracaso". "A ellos vivo entregado, ya que son ellos quienes me salvan a mí", enfatizo el premio Cervantes.Ahora, literariamente, se encuentra "con la inquietud de un octogenario de salud razonable, y conciencia de las ausencias correspondientes, ya que la edad que procura supervivencia hace irremediable a la vez el curso de las desapariciones".“Un formidable creador de mundos imaginarios”Felipe VI ensalzó la figura de Luis Mateo Díez como “un formidable creador de mundos y de territorios imaginarios”, que corrobora, con su escritura, que “la ficción es una parte imprescindible de la existencia”.“Un novelista excepcional” que acrecienta “el legado de los grandes fabuladores de la literatura universal”, destacó el rey.Además de su “calidad artística y dominio del lenguaje”, del escritor español destacó que haya practicado todos los géneros literarios con maestría, de ahí que “la hibridez sea un rasgo sobresaliente” a lo largo de su trayectoria.“Novelas construidas a base de cuentos, ensayos intercalados de relatos o viceversa, fábulas unificadas en un ciclo y narraciones autónomas que agrupadas constituyen un sugerente mosaico narrativo”, sintetizó.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Así lo indicó este lunes el escritor en el encuentro que, como es tradicional, mantiene el galardonado con los medios de comunicación en la Biblioteca Nacional de España la víspera de la entrega del premio que recibirá mañana, Día del Libro, de manos de los reyes en una ceremonia en la madrileña Universidad de Alcalá de Henares.En el encuentro, Luis Mateo Díez (León, 1942), único autor galardonado dos veces con el Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica, y que cuenta además con el Nacional de las Letras Españolas, consideró que está en el momento en el que mejor escribe, aunque le cueste mucho.Escritor prolífico, recordó que comenzó siendo un autor "lento", aunque ahora escriba mucho. Y siempre tuvo la necesidad de crear un territorio imaginario, su mítica Celama, al igual que lo hicieron maestros como William Faulkner, Gabriel García Márquez, Juan carlos Onetti o Juan Benet.Precisamente, el Premio Cervantes le fue concedido por “ser uno de los grandes narradores de la lengua castellana, heredero del espíritu cervantino, escritor frente a toda adversidad, creador de mundos y territorios imaginarios”.Y en la fase "crepuscular" de su vida, debido a su condición de octogenario, dijo, quiere que su obra tenga la "armonía de la totalidad", tras una carrera literaria en la que todos los personajes que ha creado son "héroes del fracaso".💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Pero el fracaso, dice, le parece una palabra bonita, al igual que la de "pecado", una de sus preferidas. Será, consideró, por el aliciente que fue en su adolescencia confesar "pecados mortales", lo que le parecía la esencia de las maravillas del mundo: "era un pecador impecable".De pecados literarios hablan novelas que quedarán inéditas "cuando pase a mejor vida, a la nada", dijo el Premio Cervantes, porque el escritor prolífico "escribe más de lo que debe".Aunque el discurso que pronunciará mañana en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes es secreto, adelantó que será una reflexión sobre de dónde viene como escritor, qué le hizo serlo: "qué pinto aquí, dónde estoy y lo que dejo para el porvenir".A pesar de que "con el presente tenemos suficiente, vivimos en una época en la que no existe, porque está invadido por el futuro", consideró.No obstante, garantizó que será un discurso "agradable de oír", "entretenido y muy entrañable".Al acto de entrega que presidirán los reyes acudirá vestido con el tradicional chaqué, ya que, asegura, es "muy mandado", aunque "no sumiso". Pero como académico de la Real Academia Española (RAE) está acostumbrado a llevarlo en alguna ocasión. "Y cuando me lo pongo y me miro al espejo, me veo bien", afirmó, pero también dijo que a veces le vienen imágenes del conde Drácula.Confesó sentirse algo inquieto por la ceremonia, pero confía en que "el miedo escénico" le activará. También indicó que le llena de complacencia y agradecimiento este premio que está "por encima de todo", una huella que quedará en su obra.Aunque también aseguró sentir cierta inquietud por las ausencias que ha habido en este galardón y citó a uno de sus grandes maestros, Juan Eduardo Zúñiga: "no se puede haber sido tan grande y no haber tenido reconocimiento".Tras recibir el premio, el martes el galardonado iniciará la XXVIII Lectura Continuada del Quijote, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.Las actividades continuarán el jueves 25 de abril con la inauguración de la exposición 'Vivir contando' en torno a la vida y obra de Mateo Díez, coorganizada por la Universidad de Alcalá y el Ministerio de Cultura y, posteriormente, se presentará en el Instituto Cervantes 'Los días y las cosas', un fotolibro en homenaje al autor.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Desde los docentes de infancia, hasta las maestras de la universidad y de algunos cursos, a lo largo de nuestra formación conocemos muchos profesores, pero es una suerte cada vez que llegan aquellos que además de sus asignaturas, de su talento para compartir y crear conocimiento, también se han convertido en guías durante algún momento de nuestras vidas.En su trabajo, al frente de la educación de nuevas generaciones, existen profesores y profesoras con el que podemos llamar “don” o vocación para conectar con sus estudiantes, con sus realidades y aprovechar sus contextos para potenciar sus habilidades. Estas son algunas de las historias de esos profesores, y no por casualidad, varias de ellas están inspiradas en vidas reales.“Whiplash” (2014)Iniciamos esta selección con una película sobre jazz, música, sueños y los aprendizajes que surgen de la relación entre estudiantes y maestros. En el centro de esta historia el actor Miles Teller le da vida a Andrew Neiman, un joven baterista que estudia en el prestigioso Conservatorio de Música Shaffer en Nueva York.Con el Óscar como Mejor Actor de Reparto por está película, J.K. Simmons interpreta a Terence Fletcher, un maestro conocido por sus métodos de enseñanza extremadamente rigurosos y abusivos. Una relación tensionante, aclamada por su música y sus actuaciones.“Profesor Lazhar” (2011)La película canadiense está basada en la obra de teatro Bashir Lazhar de Evelyne de la Chenelière. Dirigida por el cineasta Philippe Falardeau, cuenta la historia del profesor Bachir Lazhar, interpretado por Mohamed Fellag.Lazhar es un inmigrante argelino que asume el cargo de maestro en una escuela primaria en Montreal. Al llegar a la escuela, encuentra que reemplaza a una profesora que se suicidó y se embarca en el duelo que transitan sus estudiantes, en la pérdida que vivieron ellos y paralelamente, conoceremos también sus pérdidas.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.“El gran debate” (2007)Dirigida y protagonizada por Denzel Washington, esta historia, basada en la vida real, nos pone en el contexto de la educación superior y los problemas raciales en Estados Unidos durante los años treinta.Un grupo de jóvenes afroamericanos es entrenado en el arte del debate para enfrentarse a importantes universidades del país, son liderados por Melvin B. Tolson, de quien este filme explora su faceta como docente. Tolson también fue un destacado poeta y político.“Música del corazón” (1999)Este drama, dirigido por el cineasta Wes Craven (reconocido por sus producciones de terror) y protagonizado por Meryl Streep, está basado en el documental de 1995 Small Wonders. La protagonista de esta historia real es Roberta Guaspari, una maestra de violín que lucha por enseñar música en una escuela pública de Nueva York.La película muestra la perseverancia de la profesora Guaspari en su rol como madre cabeza de hogar, pero también en su labor de inspirar a niños y niñas desde el arte y la música, pese a las dificultades institucionales o económicas que se presentan a lo largo de la historia.“En busca del destino” (1997)Es inevitable avanzar en esta lista sin la participación del actor Robin Williams. En esta historia, dirigida por Gus Van Sant y escrita por Matt Damon y Ben Affleck, Williams interpreta al terapeuta Sean Maguire, quien es el encargado de acompañar a Will Hunting (Matt Damon) en la solución de sus conflictos internos.Además, también lo acompaña el profesor de matemáticas Gerald Lambeau (Stellan Skarsgård) quien lleva a Hunting a terapia y reconoce su prodigioso talento en el área.“La sociedad de los poetas muertos” (1989)Ganadora de un Óscar a Mejor guion original y dos BAFTA en las categorías de Mejor Película y al Mejor Actor Protagónico para Robin Williams, La sociedad de los poetas muertos nos introdujo en el concepto de “carpe diem”, a través de una historia conmovedora e inspiradora.El poder de la palabra, la belleza del arte y el lenguaje apasionado de la poesía son algunos de los aspectos que el profesor de literatura inglesa, John Keating (Robin Williams) utiliza para alentar a un grupo de estudiantes de la prestigiosa academia masculina Welton, a mirar y vivir la vida desde perspectivas diferentes.“Al maestro, con cariño” (1967)Cerramos está lista con una película clásica sobre la docencia, la transformación social y el rol tan significativo que llegan a tener los maestros durante una etapa fundamental de nuestras vidas, la adolescencia.Esta película, dirigida por James Clavell y basada en la novela homónima de E.R. Braithwaite, cuenta la historia de Mark Thackeray, encarnado por Sidney Poitier, un ingeniero desempleado que acepta un trabajo como profesor en un colegio de Londres. Mark camina junto a estudiantes rebeldes, provenientes de barrios obreros, hasta ganarse su respeto y cariño.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
“Ponte Bonito”, de Systema Solar‘Ponte Bonito’, la nueva canción de Systema Solar, escrita por Jhonpri e inspirada en su amor por Barranquilla; además de ser el primer sencillo de su próximo disco "El Futuro Primitivo"; es un homenaje a la Barranquilla alegre, emprendedora y soñadora. Se trata de una dedicación sonora al territorio del Caribe colombiano que, en algún momento describió Joe Arroyo con palabras imborrables como: “Bella, encantadora / Con mar y río / Una gran sociedad”.Algunos años después, el colectivo creativo de contenidos musicales y visuales se adentra en la gestación de un regalo a esa ciudad pujante, rumbera y apasionada, que siempre marca el ritmo de su evolución a partir de sus tradiciones y su cultura. De ahí que Systema Solar le rinda tributo a Curramba la bella desde una propuesta musical innovadora."Jet love", de Conociendo a RusiaFiel a su impronta y sin dejar de superarse, Mateo Sujatovich abre su corazón y experimenta nuevos sonidos en Jet Love. Este álbum, el cuarto en la carrera de Conociendo Rusia, es un manifiesto de amor hacia la música, el diario de viaje de un artista que se consolida cada vez más en la escena musical a nivel mundial.Entre la duda y la aseveración, entre cartas de amor y reflexiones repletas de imágenes, este disco funciona como una introyección y demuestra la versatilidad de Conociendo Rusia, que no para de elevar la propuesta y continúa abriendo caminos y consagrándose como uno de los artistas más importantes de la escena del pop rock en Latinoamérica."De Vuelta a Casa", de Enrique Bunbury y Arde Bogotá Bunbury publica nueva colaboración con Arde Bogotá, tras el éxito de "La Salvación" junto a la banda cartagenera. "De Vuelta a Casa", perteneciente a su último álbum Greta Garbo, resplandece con nueva luz y renace con esta colaboración.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí."El amor es un juego de perdedores", de Diamante EléctricoDiamante Eléctrico presenta "El Amor Es Un Juego de Perdedores", el vibrante nuevo sencillo de su esperado álbum "Malhablado". Este tema, que se estrenó inicialmente como un regalo exclusivo de Navidad para los fans y ahora ve su lanzamiento oficial, es un viaje empapado de sintetizadores y estética mariachi, explorando las complejidades del amor con una mirada esperanzadora.El sencillo, producido y escrito por Juan Galeano, destaca por su mezcla única de sonidos tradicionales y escrita de manera inusual en compás de 6/8, el tempo que se utiliza en la ranchera, ofreciendo una experiencia musical resonante."El amor es un juego de perdedores" habla de las luchas y la belleza del amor, proclamándose como una apuesta que, a pesar de los desafíos, siempre vale la pena. Juan Galeano agrega, "creemos que es una canción que tiene un componente de himno que puede ser muy lindo para los seguidores de Diamante Eléctrico.""Pichi" y "Quintuplets", de Jesús MolinaHoy el mundo del jazz contemporáneo recibe un momento revolucionario mientras el prodigio colombiano Jesus Molina ofrece un adelanto de su muy esperado álbum, Selah. Bajo el sello Dynamo Productions, propiedad del visionario Noel Schajris, la odisea musical de Molina da un gran salto hacia adelante. Tras su destacado reconocimiento con la beca Juan Luis Guerra de la Fundación Cultural Latin GRAMMY, la estrella de Molina brilla más que nunca, prometiendo un futuro lleno de brillantez musical.Conocido por su fusión única de estilos musicales, inspirada en su vibrante herencia colombiana, Molina ha cautivado al público desde sus primeros días. Su álbum debut, creado bajo la guía del legendario productor Bobby Colomby (Blood, Sweat & Tearsy Chris Botti), significa un viaje de elegancia e innovación a través del reino del jazz contemporáneo e improvisaciones audaces.Molina presenta "Pichi" y "Quintuplets" - dos temas que sirven como puertas de entrada a su alma musical. "Pichi" pulsa con los ritmos de la vida colombiana, mientras que "Quintuplets" hipnotiza con sus patrones intrincados y audaces improvisaciones.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Intento usar el arte para expresar lo que siento y responder cuestiones en torno a la vida, el arte es mi única herramienta para resistir", afirma en una conversación en Madrid, donde pasó un par de días invitada por CIMA, la asociación de mujeres cineastas de España.Con 'The Wall' -su último mediometraje, rodado en 2019, sobre cuatro jóvenes que ruedan una película en un campo de refugiados para enviársela al músico y activista, creador y ex de Pink Floid Roger Waters-, la cineasta ha intentado reflejar "el derecho a soñar que tiene la gente que vive en los campamentos y por qué no -añade-: el derecho a pensar que Roger Waters les va a hacer caso".Hace ya una década que Sidawi trabaja la experiencia de la diáspora palestina en los campamentos y sabe que siendo una refugiada "no es fácil" ejercer su profesión. Y, como mujer, se ha sentido "una luchadora en solitario"."Siempre he estado sola, como activista también -protesta con una mirada llena de fuerza-. Se me ha tachado de antisemita, no es fácil tampoco siendo madre asumir estas cosas", apunta."Aún así -dice- creo que es buena la idea de mandar un mensaje al exterior y lo seguiremos haciendo de la forma que sea".La belleza en la fealdad de los camposSus películas reflejan su necesidad de encontrar la belleza en la fealdad de los campos. "Crear belleza a partir de la vida cotidiana es lo único que puede ayudar a que sus habitantes crean en el futuro, que no es ningún lujo, sino un derecho", considera.Sadawi mostró en Madrid dos de sus trabajos cinematográficos, aunque también se expresa a través de la literatura y de la dramaturgia.Su primer documental, 'Four Wheels Camp' (2016) comienza con los acordes de 'What a Wonderful World' y la voz de Louis Armstrong hablando del 'maravilloso mundo' que habitamos mientras una mujer (Rawda, la madre de Mira, ya fallecida) y ella limpian la lápida familiar: en el campo solo hay derecho a un hueco por familia.En la escena siguiente, Sidawi viaja en su coche convertido casi en hogar, con sus 'cuadros'-una foto dedicada de los Beatles-, su cepillo de dientes y hasta una planta.Atraviesa las calles de Four Wheels Camp, uno de los 12 campos para palestinos que existen en Líbano, y cámara en mano, interroga a la población sobre el lugar en el cual desearían ser enterrados. Sus respuestas siempre llevan al aire, la arena y la luz de Palestina, que la mayoría de ellos no conoce."Hay muchas formas de ser palestino, pero todas son complicadas (...) Si naces refugiado, naces político, aunque no quieras", explica la cineasta.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Ni 'guerra', ni 'conflicto'Rechaza llamar lo que está ocurriendo en Gaza 'guerra' o 'conflicto' y advierte de que esto no comenzó el pasado mes de octubre, con el ataque de Hamás, sino que viene de una larga ocupación."La gente de los campos lo ve con preocupación, pero también con esa rabia de no ver salida por ningún lado. Lo que está pasando da mucho miedo, a mí también", añade.Teme al futuro, "con estas imágenes que se quedan en nuestro subconsciente", como caldo de cultivo para "más rabia y más deseo de venganza". Por eso, afirma, es necesario y urgente transformar esos sentimientos, y considera su obligación "no quedarse llorando en un rincón"."Busco herramientas para resistir, tengo dos niños y no me puedo concentrar enteramente en ellos, ni en mi trabajo, tengo pesadillas. Sé que no es fácil ser palestina, nunca lo ha sido, pero estoy intentando hacerme oír", concluye.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La petición se hizo en una carta enviada el pasado 9 de mayo por los ministros colombianos de Relaciones Exteriores, Luis Gilberto Murillo, y de las Culturas, Juan David Correa, a sus homólogos españoles y que lleva como asunto: "Propuesta para el retorno de la Colección Quimbaya a Colombia".En el oficio, dirigido al canciller José Manuel Albares y al ministro de Cultura de España, Ernest Urtasun, sus pares colombianos señalan que diversas instancias "han abonado el camino en busca de la recuperación y repatriación de la 'Colección Quimbaya'", y con base en eso, solicitan "el retorno de los Bienes de Interés Cultural asociados a dicha colección que en la actualidad se encuentra en el Museo de América en Madrid"."La colección se compone de bienes arqueológicos (cerámicos, orfebres, líticos y orgánicos) asociados al periodo Quimbaya Clásico, que fueron expoliados por guaqueros locales y entregados por el Gobierno colombiano al Reino de España en el año de 1893, desconociendo su valor cultural para nuestra Nación", señala la carta.La comunicación agrega que hacen la solicitud "conscientes de lo que implica y reconociendo el esfuerzo que las autoridades españolas han llevado a cabo para su conservación y protección"."Este gesto, y su deseable resultado, se enmarcan dentro de los modelos internacionales al respecto de las políticas de descolonización de los museos, y tendrá para ellas implicaciones invaluables al reivindicar la soberanía cultural, el reconocimiento de los derechos culturales de los pueblos y el manejo integral de colecciones culturales", agrega el oficio.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Donación controvertidaLas 122 piezas del Tesoro Quimbaya fueron halladas en 1890 en el municipio de Filandia, ubicado en el departamento del Quindío, en la región del Eje Cafetero, y pertenecen a la cultura precolombina Quimbaya, que habitó el centro de Colombia y fue diezmada durante la Conquista hasta desaparecer en el siglo XVII.La entrega a España la hizo poco después del hallazgo el entonces presidente colombiano Carlos Holguín Mallarino, que pretendía así agradecer la ayuda que le prestó la Corona Española en una disputa limítrofe con Venezuela.Otra parte del mismo tesoro, compuesta por más de 90 piezas, está en un museo en Chicago (Estados Unidos).Desde hace varios años los gobiernos colombianos han manifestado el interés en que España devuelva el Tesoro Quimbaya, pero esta es la primera vez que se hace la petición formal.Sin embargo, el pasado 1 de febrero el Gobierno español señaló en una respuesta parlamentaria que "no hay dudas" sobre la titularidad española ni sobre la legalidad de la obtención del Tesoro Quimbaya.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Mis más tempranos recuerdos se sitúan en el gran edificio blanco de dos pisos, con bello jardín y amplio patio sombreado de cauchos y almendros, del internado para estudiantes del Colegio Americano, del que mis padres eran administradores. El internado estaba donde hoy se encuentra el Teatro Colón, en la esquina del callejón del Líbano y la calle del Sello, diagonal a la tienda “El Pacífico” de Cándida Álvarez, mi abuela paterna de origen momposino, que la atendía personalmente.Son mis dos abuelas, Cándida (Chacha) y Anita (Micha) las que sobresalen para mí en esa primera época, más que mi madre, María Borda, a quien debo no obstante las posteriores influencias formativas de mi juventud. Debajo de las faldas de las dos abuelas recibí amante protección de la “penca” de mi duro padre Enrique Fals. Éste compensaba misericordioso las “limpias” con fabulosos libros de cuentos y biografías de héroes que publicaba la Editorial Sopena, como las de Viriato y los de la caída de Numancia, que todavía me impresionan.La Chacha me embelesaba con los dulces de la tienda, en especial con las bolitas de tamarindo, y yo le retribuía ayudándole a repartir y empacar al detal los granos, las panelas y los quesos. La Micha, de la distinguida familia Angulo de Calamar, me enseñó el primer cántico, las líneas iniciales del pasodoble español “Valencia, tierra hermosa”, que yo tarareaba en público, inexplicablemente según ella, en las ocasiones más inesperadas.A la Chacha también le debo conocer y manejar el autopiano y mi primera excursión en coche. Éste era un convertible Fiat larguísimo que ella le había comprado a su yerno italiano Vicente Carleo para que lo empleara en el transporte desde su finca lechera de Santo Tomás a Barranquilla por el polvoriento camino de Soledad a Palmar de Varela.No llegué a conocer a mi abuelo paterno, Alfredo Fals y Corona, comerciante de origen catalán que había emigrado a Barranquilla, pasando por Cuba, a principios del siglo, junto con su hermano Enrique, un empresario de toros y casinos, porque había muerto poco después de casarse con Chacha en Magangué.Al abuelo materno, el ingeniero bogotano Carlos Borda Monroy, por sus perennes viajes de prospección de petróleo en la costa, no llegué a conocerlo sino en Barranquilla, poco antes de morir, cuando vivió con nosotros y con sus hijos “naturales”, mis tíos Rita y Toño, durante los últimos meses de su existencia. Lo recuerdo como un patriarca alto y serio que me pedía le llevara los periódicos todos los días. En cambio, sigue viva conmigo la imagen de mi bisabuela Cristina Machado, madre de la Chacha, nacida en Pijiño, cerca de Mompox, una anciana de origen chimila vestida de largo faldón de cumbia, que amasaba y costaba sobre bindes los mejores casabes de yuca del barrio.Más que los alumnos internos del colegio, mis compañeros de juego eran los hijos de la cocinera negra principal, Estébana, con quienes me las pasaba jugando al trompo, bolitas, carreras y al burro, como cualquier otro niño costeño. No recuerdo de peleas. Aparte de mis cinco hermanos menores, otro grupo infantil lo constituía con mis primos Anaya Angulo, hijos de la tía Toña, hermana de la Micha, y de su esposo el señor Ramoncito, a quien llegué a admirar por su serenidad que, curiosamente, se reflejaba para mí en sus lentes de aro. Más tarde, de uno de los Anaya, Benjamín (Mincho), recibí la revelación de la música moderna que tanto me ha atraído desde entonces, con unos discos viejos de Wagner y de la sinfonía de Frank que escuchábamos en su victrola.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Pero el clímax de la emoción venía con las temporadas que pasábamos en la casa del colegio, a la orilla del mar y al borde de las carrileras del tren, en Salgar, a pocos kilómetros de Puerto Colombia. Allí aprendí a nadar y a no tenerles miedo al agua y al sol, a aguantar el jején de las tardes y la picazón del aguamala.Recuerdo en especial a un niño pescador mayor que yo, con quien me la pasaba jugando en el mar y haciendo excursiones al cercano castillo (las ruinas del edificio de la aduana) por un empinado camino lleno de pringamozas. Él fue una de las primeras personas distintas de mi familia a quien llegué a querer. Quizás premonitorio de las relaciones con gente humilde de mi tierra y de los Andes que fui desarrollando a lo largo de mi carrera profesional.De pautas represivas de conducta, aparte del “fuete” de mi padre, recuerdo los cuentos de las abuelas sobre aparatos nocturnos, como el jinete sin cabeza que nos obligaba a acostarnos temprano, como ocurrió cuando viajamos con toda la familia en vacaciones a Riofrío, al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta.De resto, mi tío Carlos Borda Angulo, a quien quise mucho, me llevaba al cine al Teatro Rex, donde vimos juntos al furibundo King Kong; e iba con los alumnos internos todos los domingos a la Escuela Dominical de la iglesia presbiteriana de la calle Sello. Allí aprendí a cantar con los himnos congregacionales, algunos de buena inspiración musical por haber sido compuestos por genios como Haydn. Más tarde, ya adolescente, llegaría a ser superintendente de dicha Escuela y a intentar allí algunas innovaciones organizativas, como competencia entre grupos de fieles, que no fueron del total agrado del pastor, don Manuel Escorcia.No obstante, del reverendo Escorcia recuerdo su hospitalidad por el uso de la mesa de ping-pong y por la victrola, con la que me extasiaba oyendo el Miserere de El Trovador de Verdi. Después me alié con el joven violinista Luis Biava, a quien admiraba mucho (y después más como director de la Orquesta Sinfónica Nacional), para que animara los cultos.Me hice amigo del joven misionero Darrell Parker, poseedor de una bella voz de tenor y director del coro, al que ingresé con gusto. Allí interpretábamos piezas corales excelentes, como las deVictoria y Palestrina, que no se estudiaban ni en el conservatorio.Cuando regresé de Estados Unidos, yo mismo dirigí el coro de esta iglesia y después de Bogotá, cuando me atreví a interpretar, por primera vez en Colombia, una cantata de Bach: el Oratorio de Navidad; se hizo con éxito gracias al apoyo del genial organista Alvin Schutmaat (la viuda de Alvin, Paulina, fundó hace poco la Orquesta Filarmónica de Barranquilla, y me hizo el honor de interpretar una composición mía para violín, parte de un oratorio que compuse no sé cómo, en una de aquellas ocasiones sagradas).Es mucho, pues, lo que mi musicalidad debe a la Iglesia, en lo que puede ser una segunda dimensión de mi persona, tanto o más satisfactoria que la científica; en realidad pienso que la una me ha ayudado con la otra, si analizamos las estructuras multivocales de algunas de mis obras, que algunos críticos han llamado estereofónicas.En general, guardo de mis primeros años una sensación de alegre fluidez y amplios horizontes con mucha tolerancia. A ello también contribuyeron las actividades de mis padres: Enrique, dedicado a la enseñanza y al periodismo, en lo que hizo una carrera extraordinaria (aspiró una vez a secretario de Educación del departamento del Atlántico); y María, quien fue fundadora de la Campaña Nacional contra el Cáncer y pionera de programas de radio en Barranquilla sobre cuestiones sociales y culturales, además de escritora de obras teatrales. Recuerdo una que escribió con el título de Naamán el sirio, basada en una historia bíblica, que se representó en el comedor del internado con alumnos y alumnas del Colegio Americano, todos ataviados de manera espeluznante, a la manera oriental. Crecí, pues, entre libros y cuadernos, discos, dramas y conciertos, lo cual no deja de explicar mi posterior inclinación intelectual.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.