"Intento usar el arte para expresar lo que siento y responder cuestiones en torno a la vida, el arte es mi única herramienta para resistir", afirma en una conversación en Madrid, donde pasó un par de días invitada por CIMA, la asociación de mujeres cineastas de España.
Con 'The Wall' -su último mediometraje, rodado en 2019, sobre cuatro jóvenes que ruedan una película en un campo de refugiados para enviársela al músico y activista, creador y ex de Pink Floid Roger Waters-, la cineasta ha intentado reflejar "el derecho a soñar que tiene la gente que vive en los campamentos y por qué no -añade-: el derecho a pensar que Roger Waters les va a hacer caso".
Hace ya una década que Sidawi trabaja la experiencia de la diáspora palestina en los campamentos y sabe que siendo una refugiada "no es fácil" ejercer su profesión. Y, como mujer, se ha sentido "una luchadora en solitario".
"Siempre he estado sola, como activista también -protesta con una mirada llena de fuerza-. Se me ha tachado de antisemita, no es fácil tampoco siendo madre asumir estas cosas", apunta.
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"Aún así -dice- creo que es buena la idea de mandar un mensaje al exterior y lo seguiremos haciendo de la forma que sea".
La belleza en la fealdad de los campos
Sus películas reflejan su necesidad de encontrar la belleza en la fealdad de los campos. "Crear belleza a partir de la vida cotidiana es lo único que puede ayudar a que sus habitantes crean en el futuro, que no es ningún lujo, sino un derecho", considera.
Sadawi mostró en Madrid dos de sus trabajos cinematográficos, aunque también se expresa a través de la literatura y de la dramaturgia.
Su primer documental, 'Four Wheels Camp' (2016) comienza con los acordes de 'What a Wonderful World' y la voz de Louis Armstrong hablando del 'maravilloso mundo' que habitamos mientras una mujer (Rawda, la madre de Mira, ya fallecida) y ella limpian la lápida familiar: en el campo solo hay derecho a un hueco por familia.
En la escena siguiente, Sidawi viaja en su coche convertido casi en hogar, con sus 'cuadros'-una foto dedicada de los Beatles-, su cepillo de dientes y hasta una planta.
Atraviesa las calles de Four Wheels Camp, uno de los 12 campos para palestinos que existen en Líbano, y cámara en mano, interroga a la población sobre el lugar en el cual desearían ser enterrados. Sus respuestas siempre llevan al aire, la arena y la luz de Palestina, que la mayoría de ellos no conoce.
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"Hay muchas formas de ser palestino, pero todas son complicadas (...) Si naces refugiado, naces político, aunque no quieras", explica la cineasta.
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Ni 'guerra', ni 'conflicto'
Rechaza llamar lo que está ocurriendo en Gaza 'guerra' o 'conflicto' y advierte de que esto no comenzó el pasado mes de octubre, con el ataque de Hamás, sino que viene de una larga ocupación.
"La gente de los campos lo ve con preocupación, pero también con esa rabia de no ver salida por ningún lado. Lo que está pasando da mucho miedo, a mí también", añade.
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Teme al futuro, "con estas imágenes que se quedan en nuestro subconsciente", como caldo de cultivo para "más rabia y más deseo de venganza". Por eso, afirma, es necesario y urgente transformar esos sentimientos, y considera su obligación "no quedarse llorando en un rincón".
"Busco herramientas para resistir, tengo dos niños y no me puedo concentrar enteramente en ellos, ni en mi trabajo, tengo pesadillas. Sé que no es fácil ser palestina, nunca lo ha sido, pero estoy intentando hacerme oír", concluye.
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