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Julio Cortázar es reconocido por su estilo literario único y su habilidad para entrelazar realidades aparentemente inconexas. Su obra trasciende fronteras y ha dejado una marca indeleble en la literatura contemporánea. Desde sus cuentos cortos hasta sus novelas extensas, Cortázar desafía las convenciones narrativas y nos invita a adentrarnos en un mundo lleno de sorpresas, enigmas y reflexiones sobre la condición humana.Estilo literarioEl estilo literario de Julio Cortázar es inconfundible y desafiante. Sus escritos se caracterizan por una prosa poética y experimental que desafía las estructuras tradicionales de la narrativa. Cortázar era un maestro en el uso del lenguaje, jugando con la sintaxis y la semántica para crear efectos sorprendentes en el lector.Una de las técnicas más destacadas en la escritura de Cortázar es el empleo del realismo mágico y lo fantástico. Sus narraciones a menudo se deslizan entre lo cotidiano y lo surrealista, desafiando la percepción del lector y llevándolo a territorios desconocidos. Este estilo surrealista se entrelaza con elementos de lo absurdo y lo onírico, creando una atmósfera en la que lo irracional y lo real coexisten de manera natural.Cortázar también es conocido por su uso innovador del tiempo y la estructura narrativa. En obras como "Rayuela", utiliza la técnica del capítulo independiente, permitiendo al lector elegir su propio camino a través de la historia. Esta estructura fragmentaria refleja la naturaleza caótica y no lineal de la experiencia humana, desafiando las convenciones lineales de la narrativa tradicional.TemáticasLas temáticas exploradas por Julio Cortázar son tan diversas como fascinantes. Sus escritos abordan cuestiones existenciales, sociales y políticas con una sensibilidad aguda y una profundidad emocional. Algunas de las temáticas recurrentes en su obra incluyen:La alienación y la búsqueda de identidad: Muchos de los personajes de Cortázar se sienten alienados de la sociedad y buscan desesperadamente un sentido de pertenencia y autenticidad. Esta búsqueda de identidad se refleja en sus viajes físicos y metafóricos a través de laberintos simbólicos.La realidad y la percepción: Cortázar desafía constantemente la naturaleza de la realidad y la forma en que la percibimos. Sus historias están llenas de giros inesperados y realidades alternativas, invitando al lector a cuestionar lo que considera como verdadero.El amor y la soledad: La complejidad de las relaciones humanas, especialmente en el contexto del amor y la intimidad, es un tema recurrente en la obra de Cortázar. Sus personajes a menudo experimentan una profunda soledad a pesar de estar rodeados de otros, lo que lleva a una exploración de la naturaleza efímera y a veces ilusoria del amor.La política y la sociedad: Como escritor comprometido con su tiempo, Cortázar abordó temas sociales y políticos en su obra. Su activismo se refleja en historias que critican la opresión, la injusticia y la violencia política, así como en su apoyo a movimientos de liberación y justicia social.La escritura de Julio Cortázar es un laberinto fascinante de estilo innovador y temáticas profundas. Su obra continúa desafiando y cautivando a los lectores de todo el mundo, invitándolos a explorar los rincones más oscuros de la mente humana y a reflexionar sobre las complejidades del universo que habitamos.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará.Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar...Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio.Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece.Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El cronopio salta entre las líneas del libro como escapando de las comas y los puntos, se escabulle entre las páginas para descubrir que hay fuera del libro, con su pequeña sombrilla evita las tildes que determinan el acento y corre por los pie de página que le atrapan el abrigo y hacen maullar a su gato, ese cronopio es el propio inventor de historias, el mago, Julio Cortázar. Julio Cortázar nació en Bruselas en 1914, en el seno de una familia de origen argentino. Su infancia transcurrió entre Argentina y Suiza, debido al trabajo de su padre como agregado comercial. Esta experiencia multicultural y su educación en diversos países europeos influirían profundamente en su obra literaria.Cortázar estudió letras en la Universidad de Buenos Aires y se destacó por su pasión por la literatura y el cine. Durante su juventud, trabajó como maestro en escuelas rurales argentinas y como traductor de inglés y francés. Su incursión en la enseñanza y su contacto con diferentes realidades sociales marcaron su sensibilidad hacia las injusticias y las complejidades de la vida cotidiana, temas recurrentes en su escritura.En 1944, Cortázar publicó su primer libro de poemas, "Presencia", pero sería con la publicación de "Bestiario" en 1951 cuando comenzaría a consolidarse como un autor reconocido. Su estilo innovador y su habilidad para mezclar lo fantástico con lo cotidiano atrajeron la atención de la crítica literaria.Fragmento de 'La patria', poema escrito en 1955Esta tierra sobre los ojos,este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,esta noche continua, esta distancia.Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,pobre sombra de país, lleno de vientos,de monumentos y espamentos,de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.Sin embargo, fue con la publicación de su obra maestra, "Rayuela", en 1963, que Cortázar alcanzaría la fama internacional. Esta novela experimental, que desafía las convenciones narrativas tradicionales, se convirtió en un referente del realismo mágico y dejó una marca indeleble en la literatura latinoamericana.A lo largo de su carrera, Cortázar exploró una amplia gama de géneros literarios, desde el cuento hasta la novela, pasando por el ensayo y la poesía. Su compromiso con la experimentación formal y su profundo compromiso político lo convirtieron en una figura influyente en el panorama intelectual de su tiempo.'Bolero'Qué vanidad imaginarque puedo darte todo, el amor y la dicha,itinerarios, música, juguetes.Es cierto que es así:todo lo mío te lo doy, es cierto,pero todo lo mío no te bastacomo a mí no me basta que me destodo lo tuyo.Por eso no seremos nuncala pareja perfecta, la tarjeta postal,si no somos capaces de aceptarque sólo en la aritméticael dos nace del uno más el uno.Por ahí un papelitoque solamente dice:Siempre fuiste mi espejo,quiero decir que para verme tenía que mirarte.Además de su labor como escritor, Cortázar fue un ferviente defensor de los derechos humanos y un crítico acérrimo de las dictaduras latinoamericanas. Se exilió en París en 1951 y residió en Europa hasta su muerte en 1984.Julio Cortázar dejó un legado literario inigualable que sigue inspirando a escritores y lectores de todo el mundo. Su capacidad para capturar la esencia de lo humano y su audacia para explorar los límites de la narrativa lo convierten en una figura imprescindible en la historia de la literatura contemporánea.El cronopio terminó su expedición por los libros, las estanterías y los apartamentos en diferentes calles de París, exhausto se sentó en el borde de la biblioteca, respiró profundo y sintió un cansancio que le quemaba los huesos, se quedó dormido en un borde de madera junto a las historias que traspasaron el tiempo y el espacio, los cuentos en los que vivió Latinoamérica se volvieron su almohada y ahora descansa como nunca, en medio de las palabras. Después de las fiestasY cuando todo el mundo se ibay nos quedábamos los dosentre vasos vacíos y ceniceros sucios,qué hermoso era saber que estabasahí como un remanso,sola conmigo al borde de la noche,y que durabas, eras más que el tiempo,eras la que no se ibaporque una misma almohaday una misma tibiezaiba a llamarnos otra veza despertar al nuevo día,juntos, riendo, despeinados.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Julio Cortázar se rehusó a dar clases en Estados Unidos por largo tiempo, decía que no sabía enseñar hasta que su amigo Pepe Durand lo convenció de dar unas horas de clase en la Universidad de California, Berkeley. Allí comienza entonces las conversaciones con los alumnos sobre música y cine, los libros y el entender la literatura desde su ojo. Cortázar decidió romper con la estructura educativa y con las reglas estipuladas en las universidades de la época, la relación maestro/estudiante se convirtió en una amena charla acerca de distintos temas, los estudiantes hablaban con una naturalidad emergente y él ya les tenía la confianza suficiente para charlas de cine o música en medio de las clases. Carles Álvarez, quien hace el prólogo de Clases de literatura, decía que fueron 13 horas en las que Cortázar hablaba con tanta naturalidad y precisión que parecía estar leyendo sus cuentos, su voz profunda transitó al papel y fue publicada en el 2013. En la transcripción solo se alteraron algunas muletillas y frases, sin embargo, está intacta, es Cortázar hablando a un auditorio de jóvenes que querían ser escritores y que decidieron tomarlo a él como referencia. Comienza aquí la travesía por el mar de palabras que algún día él decidió compartir y que hasta nuestros días podrían ser texto sagrado para la literatura. Primera clase: los caminos de un escritorQuisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema —lo vamos a ver hoy mismo— son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez «Los caminos de un escritor»; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de… desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando —puesto que vive en un presente como todos nosotros— pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir «literatura» y «vida» para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo. Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de «estética», donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo, que finalmente habría de aplastarlo. Viví la Segunda Guerra Mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convenían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la Segunda Guerra Mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset «la circunstancia», en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura —incluso la de tipo fantástico más imaginativa— no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, «El perseguidor» — del que hablaremos más en detalle llegado el momento—, que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Cárter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Cárter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.Ese primer contacto con mi prójimo —creo que tengo derecho a utilizar el término—, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio —que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo— en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en «El perseguidor», con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Cárter se plantea problemas que podríamos llamar «últimos». El no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir una autoindagación lenta, difícil y muy primaria —porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía— sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos —como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien— maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas (eso lo veremos después). La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación mis profunda, del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene como ya había tenido Johnny Cárter en «El perseguidor» una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces «la clave central», el centro que ya no sólo es histórico sino filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica —como su padre— y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba «los barbudos’ y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir —al principio no se podía— menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación —y la palabra no es exagerada—, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto —e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza— es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin…), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita. Lo que digo en estos minutos puede servir para cuando, hablando de cuentos y novelas míos o ajenos, hagamos referencias a sus contenidos y a sus propósitos; ahí vamos a poder ver con más claridad esto que he intentado decir. Me pregunto si ahora, dadas las condiciones de temperatura que se notan muy bien en la cara de Pepe Durand, quieren ustedes que hagamos un intervalo de cinco, diez minutos y seguimos después. Pienso que sí, ¿de acuerdo?Esta clase fue tomada del libro "Clases de literatura, Berkeley 1980", publicado en el año 2013 por Alfaguara en su colección de literatura hispánica. Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.
Así lo aseguró al dirigirse al público tras recibir la medalla de manos del intendente de Montevideo, Mauricio Zunino, en el histórico Teatro Solís la autora de títulos como Alguien camina sobre tu tumba o Los peligros de fumar en la cama."Estos honores son para mí muy sorpresivos y muy cariñosos, sobre todo. Así que se los agradezco mucho a todos ustedes, pero sobre todo a los lectores", dijo Enríquez.En tanto la directora de Cultura de la Intendencia de Montevideo, María Inés Obaldía, y Zunino aludieron en sus palabras a la importancia de la llegada de una "nueva generación" de autores que trae "otra mirada literaria" y no seguir leyendo solo a aquellos "que ya no están", la argentina precisó que los lectores son claves para que esto suceda."Eso creo que no es solo un mérito de lo que estamos escribiendo. Lo que estamos escribiendo escribimos. Lo que es importante para mí es que haya lectores que estén dispuestos a darnos una oportunidad. Que haya un interés tan claro, porque no es solo mi caso, sino el de muchísimos de toda América Latina en este momento", expresó.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Galardonada el 6 de septiembre con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2024 -que aún no viajó a recoger en Chile, donde se entrega anualmente en honor a Donoso-, Enríquez declaró sentirse "muy bien" con la semana de actividades de homenaje a ella y a su obra organizada en Montevideo bajo el título Espectro Enríquez."Espero que más que un homenaje sea divertirnos juntos, porque así se me da un poco póstumo; pero muy contenta, muy agradecida sobre todo por las distinciones, por la onda, porque me permitan hacer cosas así y de una manera muy relajada (...), es muy divertido", señaló.Creada por iniciativa del director de teatro uruguayo Leonel Schmidt, quien adaptó seis cuentos del libro Las cosas que perdimos en el fuego a estrenarse como obra el jueves en el Teatro Solís, Espectro Enríquez abarca además la proyección en la Cinemateca uruguaya de sus filmes favoritos, así como un taller y diversos conversatorios con la autora.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La Universidad de Talca en Chile le otorgó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2024 a la escritora argentina Mariana Enríquez por "su la poética que ha creado un universo de ficción tan personal como inquietante"."En su obra el terror es un recurso estético que nos confronta con los aspectos más apremiantes de la realidad latinoamericana, tales como la violencia, el terrorismo de estado y sus consecuencias en el presente, las desigualdades sociales, las problemáticas de género, el extractivismo y la crisis climática, entre otros”, continúa la conclusión del jurado del premio.El jurado estuvo conformado por Macarena Areco de la Pontificia Universidad Católica de Chile, vicedecana de la Facultad de Letras, profesora titular y directora del Centro de Estudios de Literatura Chilena (CELICH).Además de Henri Billard, profesor titular de Lengua y Cultura Hispánicas en la Universidad de Poitiers (Francia) e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CRLA-ARCHIVOS) de la misma casa de estudios; y Ana Casas, profesora de Literatura en la Universidad de Alcalá (España), coordinadora de la línea de investigación “Estudios literarios y culturales” del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos (IELAT) y directora de Pasavento. Revista de Estudios Hispánicos.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.La escritora se pronunció después de conocer la noticia y dijo: "lo han ganado muchos de mis escritores favoritos, como Antonio Cisneros, que es uno de mis poetas favoritos. Por supuesto: Pedro Lemebel, Zurita, Cristina Peri Rossi, Cristina Rivera Garza. Me pone muy contenta que las últimas dos escritoras sean Samanta Schweblin y Lina Meruane, que son escritoras a las que yo no solo admiro mucho, sino que tenemos una relación muy afectuosa; también tenemos la misma edad. Es como buenísima compañía", le comentó a Infobae. Este año se conmemora el centenario de nacimiento del escritor José Donoso y el premio será entregado en los últimos meses del 2024. Enríquez es parte de una generación de escritores latinoamericanos que han revitalizado el género del terror y el realismo gótico, explorando temas como la violencia, la marginalidad, la pobreza y las tensiones sociales en la Argentina contemporánea.Su libro más famoso, "Las cosas que perdimos en el fuego" (2016), es una colección de cuentos que le valió el reconocimiento internacional y fue traducido a varios idiomas. Otro de sus trabajos destacados es "Nuestra parte de noche" (2019), una novela que mezcla terror, política, y elementos de ocultismo y que ganó el Premio Herralde de Novela.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Así califica la obra el jurado, que añade que Leila Guerriero convierte un caso real de "terrorismo político en un tremendo, conmovedor y a la vez humorístico relato sobre experiencias límite de la vida y sobre el poderoso instinto humano de supervivencia".'La llamada' (Anagrama) narra la experiencia de la argentina Silvia Labayru, que fue secuestrada por la dictadura militar en 1976 y encerrada en la Escuela de la Mecánica Armada (ESMA) de Buenos Aires, donde fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada reiteradamente por un oficial y forzada a representar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un miembro de la Armada que se había infiltrado en la organización Madres de Plaza de Mayo.Tras conocer la noticia del premio, Leila Guerriero señaló que esta concesión fue una "alegría y una sorpresa, no solo por el hecho de que el libro haya ganado en la categoría de narrativa, sino porque me parece estupendo que se cree un premio para reconocer la obra de diversos autores en tiempos en los que, más que celebrar y reconocer, parecemos empeñados en destruir", indicó en una nota.La autora de 'La llamada' subrayó el hecho de que en este premio el autor no se postula, son otros los que seleccionan las obras."Cuando supe quiénes eran los miembros del jurado me sentí no solo contenta y agradecida, sino honrada. Porque son estupendos lectores, estupendos autores. Y, como decía Ricardo Piglia, no hay nada, nada más hermoso que el reconocimiento de los pares", dijo.Leila Guerriero (Argentina, 1967) es periodista, publica en diversos medios de América Latina y Europa; además es editora para América Latina de la revista mexicana 'Gatopardo'.Guerriero es autora de los libros 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños' o 'Una historia sencilla', entre otros. Algunas de sus obras están traducidas al inglés, el francés, el italiano, el alemán, el portugués, el sueco y el polaco.Los Premios Zenda están promovidos por la plataforma Zenda Libros y tienen como objetivo reconocer la labor literaria, editorial y de fomento de la lectura.En esta primera edición, los premios están compuestos por diez categorías y un premio de honor y abarcan el curso editorial comprendido entre agosto de 2023 y julio de 2024. Los ganadores recibirán un Zenda en una ceremonia de entrega prevista para el día 14 de enero en Madrid.El escritor y académico Arturo Pérez-Reverte fundó la plataforma Zenda en abril de 2016, que está dirigida por Leandro Pérez y ha publicado artículos de más de 1.700 autores iberoamericanos.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La publicación de su obra "La llamda", que trata la vivencia en prisión de una mujer argentina perteneciente a un grupo de izquierdas que es represaliada por una dictadura que la somete a torturas y violaciones, coincide con el ascenso al poder de Javier Milei, presidente argentino desde 2023 y cuyo Gobierno pone en duda los atropellos cometidos por los militares, a la vez que trata de legitimar esa etapa oscura retratada por Guerriero."Yo me pregunto si en dos años el país en el que muchos crecimos seguirá ahí o será un país completamente desconocido. En el que todos estos consensos estén definitivamente derrumbándose, eso me preocupa muchísimo", señala Guerriero ante el cuestionamiento de conceptos que parecían tan claros como que los militares argentinos cometieron delitos de lesa humanidad entre 1976 y 1983.La periodista ve signos preocupantes en el proceder de un gobierno que, "bajo el radar", está dando pasos como la desfinanciación de grupos que investigaban material desclasificado de las fuerzas armadas, el cierre de la CoNaDi (comisión encargada de la investigación de niños desparecidos durante la dictadura), o la visita de miembros del gobernante partido La Libertad Avanza a represores presos con la intención, se sospecha, de negociar un indulto."Hay una reivindicación de la actuación de los militares durante la dictadura, se quiere poner otra vez en igualdad de posiciones a lo que fueron las guerrillas y la acción del terrorismo de Estado", afirma la escritora, de 57 años, en la ciudad mexicana de Querétaro."La historia del feminismo es de avances y retrocesos"Ante el auge en todo el mundo de ideologías que se contraponen a los avances que el feminismo promueve en cuestiones de igualdad de género, la argentina no se muestra alarmista y lo considera un paso más en la historia de un movimiento que siempre encontró respuestas contrarias en la sociedad."La historia del feminismo es una historia de avances y retrocesos, cuando se avanzan diez pasos se retroceden dos, me preocupa, como me preocupó toda la vida, la violencia de género", sostiene Guerriero.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.La argentina trata de no caer en el pesimismo y encuadra estos movimientos en la evolución histórica que ha vivido el movimiento feminista desde sus comienzos."Es una utopía pensar que por el avance de ciertos reclamos feministas algunas cuestiones patriarcales y machistas se van a terminar por completo en el mundo, eso no va a pasar de un día para otro y quizás no pase nunca", resume con realismo.Optimista sobre del periodismoPese a la desconfianza, para algunos generalizada, en la sociedad respecto a los medios convencionales de comunicación y al auge de las noticias falsas, Guerriero no es alarmista respecto a la situación de la profesión."Soy optimista porque veo un montón de colegas que lo hacen muy bien. Si miras las postulaciones a premios de periodismo, los trabajos son excelentes", asegura la escritora, quien a pesar de ello reconoce las dificultades económicas y de precariedad que abundan en la comunicación.Para Guerriero es complicado combatir discursos muy establecidos como que el periodismo es el enemigo, que los periodistas son todos unos corruptos y otras creencias muy extendidas en la sociedad."A eso se le puede responder con periodismo bien hecho, lo que pasa es que a veces los mismos medios, sobre todo los más hegemónicos, conspiran contra ese periodismo bien hecho", sentencia.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En una charla con la periodista ecuatoriana Sabrina Duque en la XII edición del Festival Gabo de Bogotá, la escritora y periodista argentina habló de su experiencia como cronista y de su forma de trabajar a la hora de elaborar perfiles."Hay que encontrar a alguien que tenga una singularidad fuerte y universal y tener ojo para saber que trasciende tu interés personal, que algo que interesa a nivel local no viaja a otros países", explicó Guerriero, y añadió que hay que ser flexible porque "a veces vas con una idea y se presenta otra y tienes que saber cuál es mejor".Toda la intervención se centró el ejercicio periodístico de elaborar crónicas y perfiles, desde la investigación y recopilación de información hasta el proceso de escritura y de cómo elaborar las entrevistas: "Hay que buscar siempre el lugar de la opacidad, poner una grabadora sobre la mesa para que se vea claro que eres periodista. No hablo de mi vida salvo que me pregunten, solo lo necesario y suficiente"."El estado de escritura es algo separado del mundo"La evolución de un escritor es otro de los temas que Guerriero analizó, apuntando que hay cosas de su trabajo que ha cambiado, como la "enorme cantidad de adjetivos", pero que las metáforas como descripciones le producen "adrenalina" y es algo a lo que no quiere renunciar.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí."Escribo conectada con el estado de escritura, un estado separado del mundo", afirmó la cronista, quien reclama que no es algo fácil de lograr y que intenta que nada le distraiga mientras está trabajando.Guerriero prefiere no compartir los temas sobre los que trabaja con su entorno, pues afirma que "la gente siempre quiere colaborar o dar consejo", algo que considera peligroso, y solo comienza a escribir una vez ha terminado la parte del reporteo terminado, afirmó.Además compartió que, una vez termina una entrevista, toma notas al respecto, "sobre todo de las descripciones del ambiente", y después se olvida de ello hasta ponerse a escribir, porque tiene "muchos temas al tiempo en la cabeza".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En una charla tras una serie de conferencias en la ciudad mexicana de Guadalajara, que este año ostenta el título de Capital Mundial del Libro, la narradora (Junín, 1967) aseguró que el intento de asesinato ocurrido el pasado jueves por parte del brasileño Fernando Sabag Montiel, es un botón de muestra de la división social en ese país.“Es una bestialidad creo que la única explicación que puede tener una cosa así (es una sociedad polarizada). Esos son los fusibles sueltos de una sociedad que no encuentra diálogo, que no encuentra conciliación y hace de pronto que a una persona se le ocurra que hacer algo así es posible”, dijo.Lamentó que esta polarización atraviese a todo el continente y a naciones como España, tanto en el ámbito político como en lo social, pues impide el entendimiento y propicia que figuras de ultraderecha como Donald Trump y Jair Bolsonaro puedan llegar a puestos de gobierno tan altos.Para Guerriero, la conversación de los temas importantes en el mundo carece de matices y propicia la confrontación y la llamada “cultura de la cancelación” en la que se menosprecia a los otros.“No podemos apoyar determinada situación social con matices porque ya enseguida estás a favor o en contra de lo otro, y es eso, que hay una división. Siempre fui partidaria de los matices y la ausencia de reduccionismos y lo que se está viendo ahora es que o eres blanco o negro; frío o caliente, eso a mí me pone muy incómoda”, aseguró.Mirar a México Guerriero está en México para realizar una estancia de escritura en la Casa Estudio Cien Años de Soledad, en la capital del país, y para presentar su libro “La otra guerra”, editado en 2020, en el que narra la historia del cementerio argentino en las islas Malvinas, tras la guerra con Inglaterra.En su estancia en Guadalajara, la periodista, quien recibió el Premio Gabriel García Márquez en 2010, se dio tiempo de dialogar con colectivos de familiares de personas desaparecidas en Jalisco, el estado que mayor número de casos registra en todo el país.La periodista contó que le interesa escribir acerca de las madres buscadoras que se han agrupado para encontrar a sus hijas, hijos o a sus familiares, y sufren un “desamparo institucional”.Aunque con sus diferencias históricas y de contexto, Guerriero consideró que estos colectivos pueden aprender de experiencias como las Abuelas de Plaza de Mayo que buscaron a sus hijas e hijos desaparecidos durante la dictadura argentina y ahora se dedican a buscar a las nietas y nietos que nacieron durante las detenciones ilegales en esa etapa.“Sí creo mucho en compartir esa información con grupos que ya tengan la experiencia y hayan pasado por esa situación, son situaciones distintas en Argentina. La desaparición era terrorismo de Estado claramente, esto es otra cosa. Hay situaciones muy diversas, (pero pueden) establecer un accionar claro, juntarse con otros grupos de otros estados”, afirmó.Durante la reunión con los colectivos pudo darse cuenta, dijo, de que las mujeres que buscan a sus desaparecidos “están completamente solas”, y en muchos casos desarticuladas, lo que favorece la falta de avances y la impunidad.“Eso es sumamente funcional al poder, que estén completamente divididas y haya pocos espacios en los cuales encontrarse. Creo que ese es el camino, compartir información, formar redes”, terminó.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK.
A quienes afortunadamente la vida aún no los ha hecho padecer una enfermedad terminal suelen preguntarse qué sentirán aquellos que sí la han sufrido o sufren. Saber qué siente el que ya sabe que va a morir –en realidad todos lo saben, lo que genera esta enfermedad es saber que morirá con una fecha más o menos próxima por una causa preestablecida– es lo que Caparrós expresa solapadamente a lo largo de todo el libro.En un relato estremecedor, contundente y conmovedor, con los recursos literarios propios de quien los ha desarrollado a lo largo de todas sus producciones, el argentino cuenta cómo es convivir con esa enfermedad que aún no tiene tratamientos ni cura, y cuyo final es inevitable."Me pregunto por qué no entendía el privilegio de hacer esas cositas que ahora ya no puedo: caminar, abrazar, pretender, pensar en el futuro", expresa el autor de El Hambre y La Verdad, dos de sus libros más leídos.Escritor prolífico, reconoce haber vivido bien y ser un "privilegiado" por haber podido trabajar de lo que quería, pero que le da pena tener que irse.Asegura que no pretende dar lástima, pero es inevitable como lector (y como ser humano) no sentir compasión al leer la crudeza del relato de alguien que padece la declinación diaria de su cuerpo.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíEntre esas alusiones a la enfermedad, entrelazadas a lo largo de las más de 650 páginas, el escritor hace un repaso por su vida, o por aquellas cosas que recuerda de su vida.Este relato también representa un recorrido azaroso y librado a sus recuerdos de importantes episodios y hechos de la historia argentina y de la historia del mundo, con él como protagonista.Y es que Caparrós no puede abandonar, pese a contarlo a través de sus propias vivencias, su agudeza analítica y crítica, y su vocación periodística y narrativa.Antes que nada habla de los inmigrantes que llegaron a Argentina –su padre era exiliado de la España franquista y su madre hija de inmigrantes judíos polacos–; de la educación pública, otrora prestigiosa en su país natal; o del conflicto armado y la guerrilla de la década de los 70, de la que formó parte.Alude también al golpe de estado argentino; a los desaparecidos; al "(re)exilio" que lo llevó a Francia durante la dictadura militar; al retorno democrático; al menemismo, variante criolla del neoliberalismo; y al kirchnerismo.Pero también describe el mundo, que ha recorrido a lo largo de toda su vida por diversas circunstancias, fueran laborales o personales, y al que le ha dedicado crónicas –uno de sus géneros predilectos–, ensayos y novelas, su vocación natural.La curiosidad y las ganas de conocer siempre un poco más para entender este espacio en el que vive la humanidad, han sido, según cuenta Caparrós, uno de los motores de su vida."Orgulloso" y "suficiente" son palabras que el propio autor ha elegido para describir algunas actitudes que lo han caracterizado; alguien que, con cierta autoridad intelectual, muchas veces aparecía como soberbio y provocador, pero siempre intentaba expresar su punto de vista sobre el devenir de las cosas.Caparrós ya había mostrado humanidad a través de su trabajo, porque pese a sus formas o sus formatos, sus producciones han intentado expresar la mayoría de las veces las injusticias de un mundo que sigue siendo muy desigual y conflictivo.El ganador del premio Ortega y Gasset muestra en sus memorias su lado humano más íntimo: su vida, sus amores, sus éxitos y fracasos, sus amistades y sus ¿enemistades?; sus dudas y certezas; en definitiva, las experiencias de alguien que vivió intensamente y que, con perspicacia y lucidez, permite también repasar y repensar muchos acontecimientos y procesos históricos y actuales que nos siguen interpelando.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Caparrós (Buenos Aires, 1957) es autor de novelas como La Historia y de los relatos de viajes recopilados en Crónicas de fin de siglo, galardonadas con el Premio de Periodismo Rey de España. En la actualidad está a punto de publicar sus memorias, Antes que nada, el próximo 24 de octubre, donde habla por primera vez de esta enfermedad.En una entrevista en el periódico español La Vanguardia el pasado día 19, Caparrós explicó que hasta ahora no había querido hablar de la dolencia que padece porque no quería que los amigos le vieran "como un moribundo"."Los científicos ni siquiera entienden cómo funciona ese proceso biológico. Lo que sí saben es que la esperanza de vida es de tres a cinco años, que en algún momento tienes problemas para respirar o incluso para hablar. Y en algún momento te mueres. Lo que no está mal, porque así te toleran ciertas cosas, como que te comas todo el chocolate que te apetezca", relató.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Marta Nebot, en una columna en el periódico español Público explicó posteriormente que este fin de semana Caparrós y ella decidieron "salir del armario" y contar públicamente que pertenecen "al selecto club de los ELAdos y sus parejas de hecho"."Solo tengo palabras de admiración sobre cómo está transitando el vía crucis de esta enfermedad maldita", aseguró Nebot, que considera que las memorias de Caparrós "son imprescindibles como lo que son: historia del periodismo".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Caparrós dirigió esta semana un Taller de Libros Periodísticos, organizado por la Fundación Gabo y la Feria del Libro de Madrid. "Muchos de estos libros circulan en cantidades que, probablemente, comparadas con cualquier 'youtuber' son ridículas", afirma, y destaca que la novela de no ficción "tiene cabida en la actualidad".El periodista argentino se muestra contrario a lo que él llama "la ética de los resultados", hacer las cosas por el resultado que va a producir. "Yo creo que uno tiene que hacer las cosas que cree que tiene que hacer, que le gustan y que le importan, y después ya se verá", sentencia.La octava edición de ese taller de la Fundación Gabo, que ha recorrido el mundo hispano, se celebró en esta ocasión en la madrileña Biblioteca Eugenio Trías, en el céntrico Parque del Retiro de Madrid, donde se desarrolla estos días la Feria del Libro.En el taller, "cada uno de los participantes expone su proyecto, todos leemos, vemos lo que presentó y charlamos con él para proponerle cosas", explica Caparrós, ganador en 1991 del Premio de Periodismo Rey de España en la categoría de Prensa.En esta dinámica en la que "ocho personas ayudan a la novena" los ocho "talleristas tienen la oportunidad de compartir sus obras de no ficción con otros periodistas narrativos en lo que Caparrós define como "un raro ejemplo de colaboración" frente a un proceso "tan individualista" y carente de retroalimentación como la escritura.Unas sesiones, por las que ya han pasado figuras del periodismo como el español Ander Izaguirre o la mexicana Eileen Truax, que son un lugar donde Caparrós asegura encontrar "nuevas miradas" que redefinen un periodismo narrativo en el que, desde su punto de vista, es necesario "volver a buscar en la literatura otras formas de contar"."Buena parte de la no ficción que se escribe acepta un modelo un poco cristalizado, es decir, ha dejado de buscar formas nuevas (...). Yo siempre digo que ya llevamos mucho tiempo en que usamos más el resultado de ese procedimiento que el procedimiento en sí mismo. Contamos de una manera que cristalizó hace cincuenta años o sesenta", señala.Por ello, cada edición del taller es un lugar de aprendizaje también para el propio Caparrós, quien confiesa que añadió dos párrafos nuevos a un libro que publicará en noviembre gracias a una reflexión de la participante más joven y la que "tiene un libro más peculiar, más diferente"."Escucharla me lo hizo pensar y, por lo tanto, me sirvió para agregarle a algo que estaba casi terminado", explica.Para ahondar en la escritura de los libros periodísticos, en el taller se ha analizado la obra de autores tan diversos como la francesa Annie Ernaux, para abordar la introspección, los argentinos Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, "un poquito" del español Chaves-Nogales y el propio Gabriel García Márquez.Del Nobel colombiano, Caparrós cree que "más allá de leerlo, que es de la única forma que uno aprende de la gente que escribe", la lección central es cómo alguien que "llegó a las más altas cimas de la literatura", sin embargo "nunca quiso dejar de ser un periodista, nunca quiso dejar de ser alguien que saliera por ahí a buscar información y la contara"."Creo que estuvo bien y ciertamente la pasamos bien, eso también es bueno", concluye. Recuerde conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
He aquí al idiota que recibía cartas del ex-tranjero.ÉLUARDHablo de una traición, hablo de un místico embaucar, de la pasión de la irrealidad y de la realidad de las casas mortuorias, de los cuerpos en sudarios y de los retratos nupciales.Nada prueba que no clavó agujas en mi imagen, hasta resulta extraño que yo no le haya enviado mi fotografía acompañada de agujas y de un manual de instrucciones. ¿Cómo empezó esta his-toria? Es lo que quiero indagar pero con voz solamente mía y eliminando todo designio poético. No poesía sino policía.Como una madre que no quiere dejar irse de sí a su niño que ya está nacido, así su absorción silenciosa. Yo me arrojo en su si-lencio; yo, ebria de presentimientos mágicos acerca de una unión con el silencio.Recuerdo. Una noche de gritos. Yo subía y no tenía posibilidad de arrepentirme; subía cada vez más alto sin saber si llegaría a un encuentro de fusión o si me quedaría toda la vida con la cabeza clavada en un poste. Era como tragar olas de silencio, mis labios se movían como debajo del agua, me ahogaba, era como si estuviera tragando silencio. En mí éramos yo y el silencio. Esa noche me arroje desde la torre mis alta. Y cuando estuvimos en lo alto de la ola, supe que eso era lo mío, y aun lo que he buscado en los poemas, en los cuadros, en la música, era un ser llevada a lo alto de la ola. No sé cómo me abandoné, pero era como un poema genial: no podía no ser escrito. ¿Y por qué no me quedé allí y no morí? Era el sueño de la más alta muerte, el sueño de morir haciendo el poema en un espacio ceremonial donde palabras como amor, poesía y libertad eran actos en cuerpo vivo.A esto pretende su silencio.Crea un silencio en el que yo reconozca mi lugar de reposo cuando la prueba de fuego de su afección tuvo que haber sido mantenerme lejos del silencio, tuvo que haber sido vedarme el acceso a esa zona de silencio exterminador.Comprendo, de nada sirve comprender, a nadie nunca le ha servido comprender, y sé que ahora necesito remontarme a la raíz de esa fascinación silenciosa, de esta oquedad que se abre para que yo entre, yo el holocausto, yo la víctima propiciatoria.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Su persona es menos que un fantasma, que un nombre, que va-cío. Alguien me bebe desde la otra orilla, alguien me succiona, me abandona exangüe. Estoy muriendo porque alguien ha creado un silencio para mí.Fue un trabajo magistral, una infiltración retórica, una lenta invasión (tribu de palabras puras, hordas de discursos alados).Voy a intentar desenlazarme, pero no en silencio, pues el silencio es el lugar peligroso. Tengo que escribir mucho, que plasmar expresiones para que poco a poco se calle su silencio y entonces se borre su persona que no quiero amar, ni siquiera se trata de amor sino de fascinación imponderable y en consecuencia indecible (acercarme a la dura, a la blanda niebla de su persona lejana, pero hunde el cuchillo, desgarra, y un espacio circular hecho del silencio de tu poema, el poema que escribirás después, en el lugar de la masacre. No es más que un silencio, pero esta necesidad de enemigos reales y de amores mentales, ¿cómo la comprendió desde mis cartas? Un juego magistral.Ahora mis pasos de loba ansiosa en derredor del círculo de luz donde deslizan la correspondencia. Sus cartas crean un segundo silencio más denso aún que el de sus ojos desde la ventana de su casa frente al puerto. El segundo silencio de sus cartas da lugar al tercer silencio hecho de falta de cartas. También hay el silencio que oscila entre el segundo y el tercero: cartas cifradas en las que dice para no decir. Toda la gama de los silencios en tanto de ese lado beben la sangre que siento perder de este lado.No obstante, si no existiera esta correspondencia vampírica, me moriría de falta de una correspondencia así. Alguien que amé en otra vida, en ninguna vida, en todas las vidas. Alguien a quien amar desde mi lugar de reminiscencias, a quien ofrendarme, a quien sacrificarme como si con ello cumpliera una justa devolución o restableciera el equilibrio cósmico.Su silencio es un útero, es la muerte. Una noche soñé una carta cubierta de sangre y heces; era en un páramo y la carta gemía como un gato. No. Voy a romper el hechizo. Voy a escribir como llora un niño, es decir: no llora porque esté triste sino que llora para informar, tranquilamente.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La obra llegará en diciembre a Argentina, y en el primer cuatrimestre de 2025 a México, Uruguay y Perú. Se trata de un total de 27 relatos que proponen un viaje por las facetas más desconocidas de Pizarnik (Buenos Aires, 1936 - 1972), desde sus juegos palimpsésticos -versiones y revisiones de textos clásicos de Valentine Penrose, James Joyce o el Marqués de Sade—, a su humor sexual o escenas de su viaje por España."Empeñarse en decir que esto no es poesía, ya lo verán, sería bastante discutible. (...) Sus pequeños cuentos alucinados son largos poemas. Su teatro es una escenificación de su ritmo poético. Sus relatos largos o crónicas esconden todas las trampas y los trucos de su poesía", señala en el prólogo del libro la editora Luna Miguel, de Penguin Random House.Pizarnik es "un mito literario más vivo que nunca", resalta la editorial en un comunicado lanzado este miércoles, día en el que se cumplen 42 años de la muerte de la argentina."No existe en el mundo nada más excitante y aterrador que releer a Pizarnik. Desearía que las prosas selectas de 'Una traición mística' fueran leídas en clave de aventura, en clave de yincana y, a su vez, en clave de revelación", agrega Luna Miguel.Mientras que la escritora, poeta y gestora cultural argentina Gabriela Borrelli Azara señala en el epílogo que leer a Pizarnik es una de las experiencias "más revolucionarias que podamos encontrar".Y con estos relatos se entienden las claves de su obra: "la visión irónica y burlesca de la realidad y de sí misma, la reflexión sobre el lenguaje, la muerte, así como los límites entre la cordura y la locura".Pizarnik es, según la editorial, "una inspiración para generaciones nuevas de lectoras y lectores, de escritores, de estudiantes, de filósofos. Es un personaje de la cultura popular. Es una influencia para buena parte de los autores más reconocidos del presente, que la homenajean y referencian en sus obras".Influencia clara en la literatura hispanoaméricana desde hace décadas y que ahora ha calado también en la industria editorial anglosajona, que ha descubierto la obra de la autora argentina en el siglo XXI.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.En 2017 se reeditó 'Extracting the stone of madness' ('Extracción de la piedra de la locura'), una obra publicada originalmente en 1968, y que en este nuevo lanzamiento en Estados Unidos recibió el Premio al Mejor Libro Traducido de Poesía.Considerada una 'poeta maldita', y con grandes influencias del surrealismo, Pizarnik comenzó a publicar sus primeros poemarios antes de cumplir los veinte años.Tras pasar cuatro años en París, donde entabló amistad con Octavio Paz y Julio Cortázar, dio forma a los libros que le consagraron: 'Árbol de Diana' (1962) y 'Los trabajos y las noches' (1965).A su regreso a Buenos Aires, y después de recibir las prestigiosas becas Guggenheim (1969) y Fullbright (1971), Pizarnik comenzó a tener graves problemas de salud, y murió el 25 de septiembre de 1972, tras ingerir una sobredosis de barbitúricos.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Envuelta entre las sábanas y la angustía abrí el primer libro que compré por mí misma. Más de trecientas páginas, olí las hojas como usualmente lo hago cuando compro uno nuevo, este era distinto, comencé a ojear cada uno de los pemas que habían adentro, impresos uno por página. Mientras avancé me di cuenta que quien los había escrito décadas atrás se sentía como yo. Alejandra Pizarnik, la figura delicada, diminuta, con los ojos intensos como si vieran más allá del mundo. Escribió poesía, prosa, cartas, críticas literarias; escribió la vida misma, la que era profundamente amarga para ella. Las letras fueron un refugio, escribió el amor como sus cartas y poemas a Silvina Ocampo: "Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena. Me apresuro a emitir mil gracias por las flores que recibí gracias a vos el sábado 29/11/69 a las 7 u 8 del crepúsculo, son tuyos o no los dibujos o incisiones o mascarillas...Un abrazo brevepara que admires quépronto conseguí ungravador de papelescomo el tuyo,A".Supongo que a veces se sentía como una mancha oscura, asustada, en un rincón de la biblioteca rumiendo libros y quejándose de dolor. Otras veces como un monstruo gigante que deboraba todo a su paso y de vez en cuando como una niña curiosa tras los estantes de las librerías en Buenos Aires.Doce obras publicadas, cientos de poemas que salieron a la luz, sus diarios que se hicieron públicos tras su muerte. ¿qué es lo íntimo, entonces? El miedo de la vida misma quedó plasmado en una escritura directa y poética, verse a sí misma como un ente aterrador fue parte del naufragio. El miedoEn el eco de mis muertesaún hay miedo.¿Sabes tú del miedo?Sé del miedo cuando digo mi nombre.Es el miedo,el miedo con sombrero negroescondiendo ratas en mi sangre,o el miedo con labio muertosbebiendo mis deseos.Sí. En el eco de mis muertesaún hay miedo.El cigarrilo a medio fumar, la pluma en la mano, el cuaderno de apuntes, un libro, así hay fotos de Alejandra por todos lados como toda una celebridad. Pero su escritura era tan íntima que parecía estar leyéndome en su estudio rodeadas de paredes de páginas, como un castillo impenetrable. A medida de que pasaba las hojas del libro, sentí caer las lágrimas por mi cara (algo irremediable en mí), supe que la poesía de Alejandra podía salvarme, algo que no pudo hacer por sí misma. Sentí su mano pequeña rodear mi cara y vi como su sonrisa honesta me decía lo imposible. El 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik decidió tomarse una cantidad absurda de Seconal, un medicamento para la angustia y la ansiedad, su cuerpo no pudo salvarse (tampoco quería estar en este mundo atroz), su alma se elevó en medio del cielo casi cálido de la primavera y expandio sus alas para cobijarme del frío. No regresó jamás, pero su poesía alcanzó el límite de la belleza y una forma pura de ver el mundo. Alejandra pura, con un corazón dotado de amor, dejó su mano a disposición de la tierra, para leerla una y otra vez, sin reparo. Yo soy...mis alas?dos pétalos podridosmi razón?copitas de vino agriomi vida?vacío bien pensadomi cuerpo?un tajo en la sillami vaivén?un gong infantilmi rostro?un cero disimuladomis ojos?ah! trozos de infinitoNo olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En la resolución, que apareció publicada hoy en el Boletín Oficial de la provincia, se justificó esta decisión por el "destacado aporte a la cultura" de la escritora.Considerada una "poeta maldita", y con grandes influencias del surrealismo, Alejandra Pizarnik nació y creció en la localidad bonaerense de Avellaneda, situada en las inmediaciones de la capital argentina.Su legado comenzó a gestarse en 1954, concretamente en los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Escuela de Periodismo, lugares que le sirvieron para conocer a poetas surrealistas y a algunos de los referentes literarios y artísticos del momento, como Olga Orozco, Oliverio Girondo o Juan Batlle Planas.Tras la publicación de sus primeros poemarios, marcados por la oscuridad y el tono íntimo de sus versos, Pizarnik pasó cuatro años en París, en donde, además de entablar amistad con Octavio Paz y Julio Cortázar, dio forma a sus libros consagratorios: "Árbol de Diana" (1962) y "Los trabajos y las noches" (1965).A su regreso a Buenos Aires, y después de recibir las prestigiosas becas Guggenheim (1969) y Fullbright (1971), Pizarnik comenzó a tener graves problemas de salud, y murió el 25 de septiembre de 1972, tras ingerir una sobredosis de barbitúricos.Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.
Este desenlace trágico y ambiguo, del que este domingo se cumplieron cincuenta años, no basta para comprender la trascendencia de una figura como Pizarnik, autora que "transformó" la poesía en español y cuya obra sigue cautivando a lectores de dentro y fuera de Argentina."Creo que, del mismo modo en que Borges transformó la prosa, Alejandra transformó la poesía castellana, porque le dio una oscuridad que es específicamente propia", afirma a Efe Cristina Piña, profesora de Letras y coautora de "Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito" (Lumen).Una poeta de mil carasNacida el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de Avellaneda, Alejandra Pizarnik reunió en torno a su persona muchos de los rasgos típicos de los "poetas malditos" que, como Baudelaire, Rimbaud o Artaud, concibieron la poesía como un acto absoluto, desdibujando los límites entre obra y autor, entre vida y texto.El "mito pizarnikiano" comenzó a gestarse en 1954, concretamente en los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Escuela de Periodismo, lugares que le sirvieron para conocer a poetas surrealistas y a algunos de los referentes literarios y artísticos del momento, como Olga Orozco, Oliverio Girondo o Juan Batlle Planas. Para leer: Laura Restrepo: "El futuro podría estar en los llamados perdedores"Tras la publicación de sus primeros poemarios, Pizarnik pasó cuatro intensos años en París, en donde, además de entablar amistad con Octavio Paz, Julio Cortázar y Elvira Orphée, dio forma a sus libros consagratorios: "Árbol de Diana" y "Los trabajos y las noches", este último ganador del primer Premio Municipal de Poesía (1965).Sin embargo, la confianza de Pizarnik en la palabra comenzó a resquebrajarse tras su regreso a Buenos Aires. La beca Guggenheim (1968) o la aprobación de una beca Fulbright (1971) no lograron vencer el desánimo de una escritora que, con graves problemas de salud, optó por morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972.Frente a una concepción unidimensional de su personalidad, Piña sostiene que hubo, en realidad, "muchas Alejandras": la obsesiva y ansiosa, capaz de pasar del amor al odio en minutos; la cálida y entrañable, que ofrecía sus contactos internacionales a otros amigos poetas; y la humorista y seductora, cuyo carisma atraía todas las miradas.Devoción por el lenguajePizarnik forjó una obra única dentro del panorama literario argentino. La indagación en la subjetividad, el diálogo constante con la muerte, la omnipresencia del erotismo y la sexualidad y la devoción por el lenguaje atraviesan la mayoría de sus poemas y textos, que están muy lejos de la "escritura automática" de los surrealistas."Muchos tienen la idea del poeta maldito al que le soplan las musas, pero acá lo que hay es un trabajo de hormiga para corregir y lograr esa perfección formal", asegura Piña, para quien resulta "imposible" cambiar una sola palabra de los poemas de Pizarnik, incluso de los más breves.Esa relación tan peculiar con el lenguaje configuró todo su proceso creativo, como refleja "Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra", una exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, hogar de cientos de manuscritos, papeles y libros que pertenecieron a la poeta. Para leer: "La patria", por Julio CortázarLa muestra, que se extenderá hasta abril del año próximo, propone un recorrido por las diferentes fases de su escritura, caracterizada por una "larga etapa de corrección" final, según destaca Evelyn Galiazo, directora de Investigaciones de la Biblioteca Nacional y curadora de la exhibición."Era una correctora exhaustiva y hay muchos cambios de palabras y de frases que no remiten a una cuestión de erratas, sino a razones estilísticas, a la sonoridad de las palabras o al ritmo que va desarrollando el texto", comenta Galiazo a EFE.Fascinación intactaLa última edición de los "Diarios" de Pizarnik, publicada en 2013, terminó de iluminar sus rincones más oscuros, pero todavía existen incógnitas respecto al paradero de muchos libros personales y escritos, una línea de estudio que Galiazo contempla con interés para el futuro. Podría interesarle: Mariana Enríquez: Vivir con miedo a las crisis ayuda a escribir terror"Me parece que nos debemos una investigación más profunda sobre cuál fue el derrotero de todos esos papeles, porque para Sudamérica es un drama la cuestión de la fuga de patrimonios que son fundamentales para nuestra cultura", apunta la experta.En cualquier caso, la gran presencia de público en la inauguración de la muestra confirma lo evidente: que la fascinación por Pizarnik, por sus poemas y por su forma particular de entender el mundo sigue intacta medio siglo después de su fallecimiento. Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El miedoEn el eco de mis muertesaún hay miedo.¿Sabes tú del miedo?Sé del miedo cuando digo mi nombre.Es el miedo,el miedo con sombrero negroescondiendo ratas en mi sangre,o el miedo con labio muertosbebiendo mis deseos.Sí. En el eco de mis muertesaún hay miedo.InvocacionesInsiste en tu abrazo,redobla tu furia ,crea un espacio de injuriasentre yo y el espejo,crea un canto de leprosaentre yo y la que me creo.El despertar (Fragmento)A León OstrovSeñorLa jaula se ha vuelto pájaroy se ha voladoy mi corazón está locoporque aúlla a la muertey sonríe detrás del vientoa mis deliriosQué haré con el miedoQué haré con el miedoYa no baila la luz en mi sonrisani las estaciones queman palomas en mis ideasMis manos se han desnudadoy se han ido donde la muerteenseña a vivir a los muertosSeñorEl aire me castiga el serDetrás del aire hay monstruosque beben de mi sangreEs el desastreEs la hora del vacío no vacíoEs el instante de poner cerrojo a los labiosoír a los condenados gritarcontemplar a cada uno de mis nombresahorcados en la nada.SeñorTengo veinte añosTambién mis ojos tienen veinte añosy sin embargo no dicen nadaSeñorHe consumado mi vida en un instanteLa última inocencia estallóAhora es nunca o jamáso simplemente fueMadrugadaDesnudo soñando una noche solar.He yacido días animales.El viento y la lluvia me borraroncomo a un fuego, como a un poemaescrito en un muro.Yo soy...mis alas?dos pétalos podridosmi razón?copitas de vino agriomi vida?vacío bien pensadomi cuerpo?un tajo en la sillami vaivén?un gong infantilmi rostro?un cero disimuladomis ojos?ah! trozos de infinitoHija del vientoHan venido.Invaden la sangre.Huelen a plumas,a carencias,a llanto.Pero tú alimentas al miedoy a la soledadcomo a dos animales pequeñosperdidos en el desierto.Han venidoa incendiar la edad del sueño.Un adiós es tu vida.Pero tú te abrazascomo la serpiente loca de movimientoque sólo se halla a sí mismaporque no hay nadie.Tú lloras debajo del llanto,tú abres el cofre de tus deseosy eres más rica que la noche.Pero hace tanta soledadque las palabras se suicidan.Mendiga vozY aún me atrevo a amarel sonido de la luz en una hora muerta,el color del tiempo en un muro abandonado.En mi mirada lo he perdido todo.Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.
Hace un par de años conocí la poesía de Alejandra Pizarnik, la sentí al principio dolorosa, sin embargo, me adentré en su bosque lleno de monstruos aterradores que la consumieron poco a poco. Pensé en Alejandra como una niña que nunca quiso crecer, que como Alicia solo quería ver el jardín (como ella misma mencionó alguna vez), pero este mundo atroz la obligó a convertirse en lo que siempre rechazo.La escritura de Pizarnik llegó a mí cuando la niebla no me dejaba ver, todo oscuro sin destello alguno, pegajoso y sombrío, áspero y feroz; sentía que la vida se me iba en un suspiro o en una lágrima, que en cualquier momento desaparecería con la última de ellas. En medio de un evento multitudinario de libros pedí sus poemas, con mis pocos ahorros los compré y me encogí en un rincón a devorarlos hambrienta.Comencé cuidadosamente como si estuviera velando lo más puro, leí uno por uno, marqué mis favoritos, escribí lo que me hicieron sentir (como hacía ella con sus lecturas, todo lo sabías Alejandra), lloré con algunos y me clavé en otros. Su poesía se convirtió en aquel lugar seguro a donde corría asustada cuando el mundo de alrededor se volvía hostil, yo tampoco quería crecer, me quería quedar niña.Pasé de leerla a aprender de ella, escribí también mis penas, lo que dolía de tan adentro, la falta de cariño, el estrés, el abandono; todo lo escribí y nunca lo compartí, Alejandra quemó más de 100 poemas un día, yo decidí enterrarlo todo, tan bajo tierra que ya se debe estar pudriendo. Pizarnik era tan minuciosa, cada cosa que le gustaba la anotaba, andaba con libretas pequeñas por todas partes, a mano todo, como un tesoro a la memoria.Lea aquí: Julio Cortázar y sus clases magistrales.El mundo real fue cruel con ella, no encajaba en una vida burguesa llena de gente estirada y bien vestida, Alejandra siempre se peinaba y se vestía igual, pero era completamente única, no hubo nadie como ella, sus amigos así lo dicen, fugaz, épica, inmensa. En alguna carta Julio Cortázar le escribió que a veces le recordaba a La Maga de Rayuela, pero ella fue más que un personaje, fue el pilar de la poesía.Alejandra y yo nos enamoramos, separadas por los años, escribimos cartas de amor y poemas incontables para quienes amamos, sumidas en el amor firmamos las cartas como “tuya, Alejandra”; yo sin darme cuenta de que había algo de ella en mí. Pura coincidencia llevar su mismo nombre, ese que rechazó al principio de su escritura y que luego se volvió el sello de su literatura.En algún momento de mi vida sentí dedicarme a la poesía, puede que no sea tarde todavía. Un día me senté a hablar con una amiga y nos surgió la pregunta ¿por qué siempre escribimos de la tristeza? Se sintió depresivo, lúgubre, desesperanzador, pero mientras volvía a casa pensé que la tristeza es el medio y escribir es el refugio; así te veo Alejandra, leerte fue el orificio en el árbol más grande del jardín, en donde me escondí del miedo y te consumí toda.Fuiste esa niña herida que nunca quiso ser mujer, que abrió un mundo para aquellos a quienes nos pesa la vida tan abrumadora, escribiste tanto de ti misma que te reflejaste como un espejo magnífico ante la gente, la muerte vino por ti, tú la llamaste desesperada, pero vives, vives dentro de mí, ya te tengo muy dentro y te consagro como niña amiga de mi niña interna, quédate aquí, Alejandra, todavía no te vayas.Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.