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Una conciencia animal: el cuerpo y la enfermedad en "Sangre en el ojo", de Lina Meruane

Este ensayo pretende un análisis sobre el libro de la escritora chilena Lina Meruane "Sangre en el ojo", donde se sostiene que la conciencia del personaje principal se animaliza durante (debido a) la enfermedad. ¿Qué es la animalidad? ¿Cómo se relaciona con la enfermedad?

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Portada de "Sangre en el ojo", de Lina Meruane. Este libro publicado por primera vez en 2012 por la editorial argentina Eterna Cadencia recibió ese mismo año el reconocimiento del Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
Cortesía
Un trasplante es muy delicado, me dijo. (…) Solo se había probado en animales, nunca en humanos. Doctor, repuse yo, y me acerqué a él hasta que mi humo le quemara las mejillas, yo no soy más que un animal deseando dejar de serlo.  
Lina Meruane, "Sangre en el ojo"

En el año 2012, la escritora chilena Lina Meruane publicó Sangre en el ojo. El libro se ha traducido al inglés, francés, alemán, portugués e italiano y le mereció a la escritora, entre otros reconocimientos, el premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2012. La historia se trata de una mujer –Lina, Lucina, Luci– que va perdiendo su vista a causa de una hemorragia, primero en el ojo derecho y luego en el izquierdo, y cómo la enfermedad la empuja a lugares inexplorados de su conciencia. A través de una narración convulsa, Lina escritora y Lina protagonista llevan al lector a Santiago de Chile y Nueva York. La primera, su ciudad materna y la segunda, la ciudad en la que reside gracias a una beca. Sin embargo, es una migrante en ambos lugares: la casa de sus padres parece ser una cueva conocida, un tatuaje al que uno no quiere regresar la mirada nunca más, pero que sus gruesas líneas recuerdan su presencia, y Nueva York, un refugio de guerra que se transformó en hogar y en el que, a pesar de eso, se siente como una extraña.

No es la única vez en la que Meruane ha escrito sobre el cuerpo. En 2018 publicó Sistema nervioso, donde la enfermedad de una familia es el hilo conductor de toda la historia. En su obra lo clínico se convierte no solo en una metáfora sino en un lenguaje nuevo, en la que se encuentran la inminencia de la pérdida y la inquebrantable necesidad de construir algo nuevo. En otros textos, como Contra los hijos (2014) y Zona ciega (2021), la chilena también hurga de forma casi que literal en la intimidad de la conciencia durante la enfermedad. Ese espacio recóndito entre el mundo exterior y el interno y, sobre todo, entre dentro del cuerpo y fuera de él, vamos a nombrarlo en las palabras del francés George Bataille como la profundidad. Una que es posible y abierta por los animales: “lo que me es lejanamente escamoteado, lo que merece ese nombre de profundidad que quiere decir con precisión lo que me escapa” (Bataille) . Esa profundidad, a la que podríamos llamar singularidad, se descubre en medio de un cuerpo desquebrajado, bifurcado entre lo sano y lo enfermo, entre –si pensamos en la jerarquía de los valores actuales– lo bueno y lo malo y es esta idea la que nos trae hasta acá, a este análisis, a sostener que la conciencia del personaje principal de Sangre en el ojo se animaliza durante (debido a) la enfermedad.

Para desarrollar esta idea dividiré el artículo en dos partes fundamentales. En la primera, desglosaré la idea del desplazamiento del sujeto original hacia un lugar que permite la entrada o la construcción de un nuevo yo. Este nacimiento es posible gracias y exclusivamente a la situación de enfermedad. Me apoyaré en el pensamiento de Foucault que, en Las palabras y las cosas (1968), dice: “Y si soñamos que la enfermedad es el desorden, la peligrosa alteridad en el cuerpo humano que llega hasta el corazón mismo de la vida” (página), además de sus posiciones en biopolítica y su acercamiento al animal. La segunda parte estará enfocada en el lenguaje, en la construcción de una poética animal y la alteración de la conciencia en pro de esa animalidad. Todo este análisis está enmarcado en la teoría del “giro animal” o “cuestión animal”, estudiada de forma reiterada desde hace cinco décadas, dos de las últimas desde la crítica literaria.

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La otra que es la enferma


Cuando se habla de cuerpos enfermos, generalmente surge dentro de nosotros una especie de brújula moral para decodificar el significado que creemos que la enfermedad posee. En la cultura occidental se ha diseñado toda una escala de adjetivos para que esa decodificación resulte ante los ojos del enfermo –pero especialmente para su grupo cercano– como un lenguaje reconocible. El cuerpo, como casi todo en el mundo, está construido más allá que de átomos y nervios, y se compone de símbolos y códigos. Hemos tratado muchas veces en vano de entender esos códigos o de crear ciertos símbolos, por ejemplo, a la enfermedad la entendemos casi siempre en una terminología enmarcada en la guerra y las batallas. Trasladamos el exterior de nuestros cuerpos a nuestro interior: quienes se enferman se convierten en guerreros y su padecimiento en un enemigo al que hay que derrotar. Tratamos de entender el centro de nuestra vida a través de lo que está situado más lejos de nosotros mismos.

Sin embargo, la literatura y la filosofía sí han explorado la enfermedad como un universo particular. En este caso, Sangre en el ojo, como lo mencioné al comienzo, se apoya en la enfermedad de Lina, la protagonista, para develar un desplazamiento del sujeto en cuanto la enfermedad aparece dentro de la historia. El libro se trata esencialmente de una enferma, una mujer nueva nacida en el mismo momento en el que sus ojos se llenan de sangre. A pesar de que en la historia está claro que este personaje ya sufría de diabetes antes del accidente oftalmológico, solo cuando pierde la vista aparece otra idea del yo. “La perdida surge como un agujero negro alrededor del cual todos los comportamientos se modifican y a veces colapsan. Porque la ceguera –pienso, o pensé, mientras escribía esa novela– pone en vilo las conductas refrendadas por el hábito de la repetición que confieren seguridad a la tarea de cada uno” (Meruane, Zona ciega) , puntualizó Meruane en su libro de ensayos sobre la pérdida de la vista. Incluso, si no contáramos con la declaración de la autora dentro de un texto referencial, la obra de ficción que nos convoca nos deja pruebas de este desplazamiento.

Uno de los primeros indicios de la otra que es la enferma, y que aparecerá en el transcurso del libro con frecuencia, es la incapacidad de la protagonista para sentirse como sí misma. La ceguera la recubre como un caparazón que hace de cuerpo y al mismo tiempo de conciencia. Una coraza nueva capaz de archivar los antiguos recuerdos en lugares lejanos y mostrar al presente como una novedad extravagante: algo recién visto y que, paradójicamente, no puede verse: “La enfermera y todos los niños de esa sala estaban hechos de cera, todos tenían caras definidas, pero ninguno identidad. Yo misma había perdido la mía ahí. Comprendí de pronto alarmada que era en ese lugar, al norte de ese sur que era la consulta con el oculista, donde se había iniciado la historia de mi ceguera”  (Meruane, Sangre en el ojo).

La reminiscencia del pasado, es decir del cuerpo sano, y el encuentro con un cuerpo trastornado, funda una alteridad o como lo dijo Foucault “una experiencia límite del Otro”. En Sangre en el ojo esa frontera entre lo que irremediablemente se es y a lo que se desea regresar son los dos puertos en donde siempre encalla la conciencia del personaje, siempre en los límites de la otra. La vemos suplicando poder divorciarse de su condición, no solo de su enfermedad física sino de esa conducta naciente, de la dependencia a los ojos del otro, del desprendimiento del ser: “El dedo ya no está, y tampoco el brazo. Ya no estoy yo. Lucina se esfumó” (Meruane, Sangre en el ojo) .

Y aunque el libro se empecina en mostrar una mujer decidida en dejar de ser la enferma, es indudable que el dilema filosófico que presenta es que, sin remedio, está habitando un cuerpo nuevo y que esa relación será indisoluble. La cuestión nos hace preguntarnos sobre la escritura del cuerpo, el pensamiento literario de la vida y cómo en este caso en específico esa misma unión entre el cuerpo y su oscuro interior es la misma que la de la autora y su protagonista: las dos habitando un nuevo lugar que es la narración, la literatura. “Vos te das cuenta de que estás haciendo desaparecer a Lina Meruane? Y yo, sin titubear, le dije que Lina Meruane resucitaría en cuanto la sangre quedara en el pasado” (Meruane, Sangre en el ojo) .

La animalidad y el lenguaje de la enfermedad


¿Por qué hablo de animalidad en un libro donde no hay ni un solo personaje animal? y, más aún, ¿por qué sostengo que en el caso de Sangre en el ojo la enfermedad de la protagonista altera su conciencia en un sentido animal? Como lo trabajé en el subtítulo anterior, ya está claro que la enfermedad construye un nuevo yo: la enferma. La despersonalización surge por causa de un lenguaje que no alcanza y que debe satisfacerse a través de características animales. En el libro de Meruane, la referencia animal sobrepasa la metáfora y la usa de forma deliberada para la expresión de este nuevo sujeto. En el discurso narrativo solo hay alusiones animales cuando concierne a Lina, la protagonista. Al resto de los personajes, en cambio, les bastan los límites de la humanidad. Esta imposibilidad del enunciado la trabajó Georges Bataille y la relacionó con el pensamiento poético, pues según él, la manera correcta de hablar acerca de lo animal no puede ser más que abiertamente poética, en tanto que la poesía no hace otra cosa que describir lo indescriptible.

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Asegurar que la enfermedad es una animalización de la conciencia podría decirse que es, por lo menos, inmoral. Sin embargo, quiero resaltar que no hay ninguna jerarquía entre lo humano y lo animal. En cambio, me interesa la relación entre ambas condiciones y su posible mezcla. De acuerdo con eso, quiero presentar la idea de la biopoética establecida por la profesora argentina Julieta Yelin, que ha trabajado durante años la crítica y teoría literaria: "un campo de reflexión acerca de esa potencia de desborde institucional y disciplinar que habita en el pensamiento literario de la vida. Comparte en este aspecto una inquietud que atraviesa la teoría literaria de las últimas décadas, pero con la particularidad de establecer un vínculo explícito con el pensamiento biopolítico. Esto es con la idea de que lo humano es una elaboración historizable y de que su definición, en tanto sujeto de lenguaje, no supone la constatación de una propiedad diferencial sino el reconocimiento de un límite”. (Yelin)

En este sentido, aunque en el libro de Meruane no se ubique un animal físico, el lenguaje de Lina, los juegos de las palabras, las reflexiones interiores que suceden dentro de ella, la presentan como el animal protagonista. La enfermedad logra ubicarla en un espectro de pensamiento al que no hubiese llegado si estuviera sana, porque parece que al igual que la animalidad, la enfermedad no tiene un idioma propio y es así como es posible que en la novela, se desplace el centro del análisis de lo humano a lo vital:

Me vas a operar, aullé dentro de mí misma , me vas a operar aunque me esté muriendo. Pero Lekz seguía pensando en voz alta y a continuación preguntó, con calculada parsimonia, ¿cómo te has?, y yo, sin dejarlo terminar, relinché bien, muy bien, me siento como un caballo, doctor, estoy llena de energía, soy capaz de partir ahora mismo a la sala de operaciones con usted montado encima de mis hombros. Me lo llevaría sobre el lomo o a la rastra, partiría desbocadamente, con anteojeras para no desviarme, atravesaría los carteles que prohíben el paso, rompería los cristales del quirófano, saltaría sobre la camilla, separaría mis párpados con mis propias uñas para que me metiera las tijeras, le entregaría yo misma las agujas ensartadas en hilo para que terminara de coserme”. (Meruane, Sangre en el ojo)

Me convoca en este artículo una pregunta que se hizo Yelin en su libro Biopoéticas para las biopolíticas. El pensamiento literario latinoamericano ante la cuestión animal (2020) “¿Cómo hacer para pensar lo impensado escapando de las constricciones del pensamiento tal y como ha sido cimentado durante siglos?”. Y mi respuesta, que no busca ser correcta y, mucho menos, la última, es que no hay rangos ni subordinaciones entre lo humano y lo animal, ni entre lo sano y lo enfermo, porque, al fin y al cabo como lo dijo Bataille: “Todo animal está en el mundo como agua dentro del agua” (Bataille) . Y este escalafón no existe mucho menos en la literatura que es la aproximación filosófica a la idea de lo propio, de lo mismo y de lo otro.

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Sangre en el ojo pone en cuestión esos límites que separan los campos, el deseo y la ferocidad del hombre y el animal en un comportamiento fundado en el padecimiento físico, en la ausencia de un órgano, en la muerte de un sentido. “La elegí y doblé y ordené yo misma con estas manos, con estos diez dedos que tienen ahora sus propios ojos sin párpados en la punta. (…) Le estoy ladrando a mi madre con dientes ansiosos, voy a hincarle los colmillos, a embadurnarla de saliva amarga” (Meruane, Sangre en el ojo) . Esta historia permite, como escribió Yelin, dejar que el animal haga, de algún modo, un mundo en nosotros. En conclusión, una literatura del cuerpo y de la enfermedad se aproxima de forma única a una experiencia filosófica como casi ninguna. Lo decible y lo no decible nos permite ahondar en nuevas formas del lenguaje y explorar otras que están en estudio y dar palabras y sentido a esa profundidad de la que hablamos al inicio de este artículo.