
Cada año, durante la Feria de las Flores de Medellín, las calles se llenan de color, música y vítores en torno a una figura emblemática: el silletero. Más allá del espectáculo visual que ofrece el Desfile de Silleteros, este personaje encarna una compleja historia social y cultural profundamente enraizada en la tradición campesina de Santa Elena, corregimiento ubicado a 17 kilómetros del centro de Medellín. Pero ¿cuál es el origen real de los silleteros? ¿Cómo pasó una práctica de subsistencia a convertirse en símbolo identitario de Antioquia?
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Origen campesino y función social de la silleta
La silleta nació como una herramienta de carga en los Andes colombianos. Se trataba de una estructura de madera —rudimentaria pero funcional— que los campesinos se colgaban a la espalda para transportar productos agrícolas desde sus parcelas hasta los mercados urbanos de Medellín. La geografía montañosa de la región dificultaba el uso de animales de carga o carros, así que la silleta era una extensión del cuerpo del trabajador.
Santa Elena, por su ubicación estratégica entre el altiplano y el valle, se consolidó como un punto clave de esta práctica. Desde mediados del siglo XIX, los campesinos de esta región cultivaban flores silvestres y plantas ornamentales, las cuales eran llevadas en silletas a Medellín. No se trataba de un gesto estético, sino de economía de subsistencia. Los primeros registros sobre esta actividad están asociados a la venta de flores en fechas religiosas, especialmente el Día de las Madres o Semana Santa, cuando la demanda aumentaba.
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De campesinos anónimos a símbolo regional
La transformación de esta práctica cotidiana en un ícono cultural comenzó en 1957, cuando Arturo Uribe Arango, entonces director de la Oficina de Turismo de Medellín, propuso organizar un desfile de campesinos floricultores en la Feria de las Flores. En su primera edición, participaron apenas 40 silleteros. Pero el gesto marcó un punto de inflexión: el campesino anónimo, que antes recorría a pie los caminos de herradura, ahora ocupaba el centro de una celebración urbana.
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Con el tiempo, el desfile se sofisticó. Surgieron diversas categorías de silletas: tradicionales, emblemáticas, monumentales y comerciales. Cada una con criterios distintos de evaluación, que van desde la complejidad estética hasta la capacidad de transmitir mensajes políticos, sociales o identitarios.
Identidad, resistencia y representación cultural
La figura del silletero, sin embargo, va mucho más allá del folclor. Representa la persistencia de una forma de vida rural en un contexto cada vez más urbanizado. Los silleteros no son solo portadores de flores, sino de memoria campesina. La mayoría de las familias que participan en el desfile llevan generaciones cultivando flores en Santa Elena. Este saber se transmite oralmente y a través del oficio, lo que convierte la tradición en una forma de resistencia cultural.
En tiempos recientes, el oficio ha enfrentado tensiones. La gentrificación de Santa Elena, el alza del valor del suelo, el turismo masivo y las dinámicas del mercado floral han puesto en riesgo la sostenibilidad de esta práctica. Pese a ello, el desfile sigue siendo una plataforma de visibilización para los campesinos, y en algunos casos, una fuente de ingresos complementaria que les permite continuar con su modo de vida.
¿Por qué los silleteros son importantes para la cultura antioqueña?
Porque condensan en una sola figura varios de los elementos que han moldeado la identidad paisa: el trabajo duro, la conexión con la tierra, la autosuficiencia y el orgullo regional. Pero también porque revelan las contradicciones de una sociedad que celebra sus raíces campesinas al tiempo que las margina. El silletero es símbolo, pero también sujeto histórico. Su existencia es testimonio de las transformaciones del territorio, del paso de la ruralidad a la metrópolis, y de cómo una práctica utilitaria se convierte en patrimonio cultural inmaterial.
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