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Por qué los papas eligen un nombre: historia y significado

Tras el nombramiento del nuevo papa, León XIV, exploramos la historia de la elección de nombre que hace cada uno al ser elegido como pontífice. Le contamos de qué trata.

León XIV
El recién elegido Papa León XIV, Robert Francis Prevost gesticula en el balcón principal de la logia central de la Basílica de San Pedro, después de que los cardenales terminaran el cónclave, en El Vaticano, el 8 de mayo de 2025.
Gabriel BOUYS / AFP

Cada vez que un nuevo papa es elegido en cónclave, una de sus primeras decisiones es escoger el nombre con el que será conocido durante su pontificado.

Este gesto, cargado de historia y simbolismo, no solo señala una continuidad o ruptura con tradiciones anteriores, sino que también revela las prioridades espirituales, pastorales y políticas que el nuevo pontífice quiere imprimir en su misión. Pero, ¿cómo se elige ese nombre y por qué importa tanto?

La práctica de adoptar un nuevo nombre papal no existía en los primeros siglos del cristianismo. Fue en el año 533 cuando el papa Mercurio, al ser elegido obispo de Roma, decidió no gobernar con un nombre pagano —el de un dios romano— y adoptó el nombre de Juan II.

Desde entonces, casi todos los papas han seguido esa costumbre, convirtiendo la elección del nombre en uno de los primeros y más visibles actos del pontificado.

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Más allá del rechazo a un nombre pagano, adoptar un nuevo nombre simboliza una transformación espiritual, similar a otras prácticas en la tradición cristiana —como cuando Simón se convierte en Pedro o Saulo en Pablo—.

Para un papa, el nuevo nombre representa una orientación para su ministerio y un homenaje a las virtudes o acciones de un predecesor o santo. Además, la elección puede reflejar una continuidad doctrinal o un programa de reformas. Es, en cierto sentido, una hoja de ruta simbólica de lo que será su pontificado.

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A lo largo de la historia, ciertos nombres han sido preferidos por los papas. Juan, elegido por 23 pontífices, está asociado con San Juan Bautista y San Juan Evangelista, evocando cercanía, renovación y humildad. Gregorio, adoptado por 16 papas, hace referencia a Gregorio I, el Magno, conocido por su reforma litúrgica y el fortalecimiento del papado. Benedicto, también con 16 pontífices, invoca a San Benito de Nursia, símbolo de estabilidad y oración. Otros nombres recurrentes son Clemente (14 papas), Inocencio (13 papas) y León (13 papas), este último en honor a León I, el Magno, defensor de la fe frente a las herejías y las invasiones bárbaras.

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Algunos ejemplos recientes ilustran la importancia de esta elección. Juan Pablo II (1978–2005) eligió combinar los nombres de sus dos inmediatos predecesores —Juan XXIII y Pablo VI— como símbolo de continuidad con las reformas del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI (2005–2013) rindió homenaje a San Benito y al papa Benedicto XV, conocido por sus esfuerzos de paz durante la Primera Guerra Mundial, sugiriendo un enfoque en la fe, la razón y la estabilidad espiritual. Francisco (2013–presente) fue el primer papa en elegir este nombre, en honor a San Francisco de Asís, destacando su compromiso con la pobreza, la humildad y el cuidado de la creación.

En una época donde la comunicación es instantánea y los símbolos tienen un peso profundo, el nombre papal actúa como un mensaje inmediato al mundo católico y más allá. Refleja la identidad espiritual que el pontífice desea proyectar y puede influir en las expectativas sobre su liderazgo.

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Francisco, por ejemplo, rompió una larga tradición de nombres europeos, subrayando desde el primer instante su intención de renovar y descentralizar la Iglesia.

Más que un detalle ceremonial, el nombre del papa es una declaración de principios. Cada elección abre una ventana al alma del pontificado que inicia, proyectando las esperanzas, los desafíos y la visión del futuro de la Iglesia.

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