Después de la llegada del explorador británico Capitán James Cook a Nueva Zelanda en 1769, algunos colonos europeos desarrollaron una rara fascinación con los restos de los pueblos maorí y moriori, nativos de las Islas Chatham. Para los comerciantes coloniales, los mayores trofeos eran cabezas tatuadas de guerreros y líderes indígenas.
En el nombre de una burda investigación científica, ladrones saquearon restos humanos indígenas de cementerios en todo el país , en especial en el siglo XIX, lo cual todavía enoja a muchos neozelandeses.
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Desde 2003, expertos del museo nacional Te Papa en Wellington han recorrido el planeta en busca de los restos. "Es importante para todos los pueblos indígenas cuyos ancestros fueron comercializados o robados y llevados al exterior, que los restos regresen" , declaró a AFP Te Herekiekie Herewini, a cargo del programa de repatriación del museo.
Aseguró que el programa ha recuperado los restos de casi 900 indígenas , y calcula que los restos de 300 a 400 más siguen en instituciones alrededor del mundo.
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"Como una red criminal"
La semana pasada, los restos de 95 antiguos neozelandeses, junto a seis cabezas tatuadas momificadas, fueron recuperadas de siete instituciones en Alemania.
En la cultura maorí, las calaveras, huesos y otras partes corporales son llamadas tupuna, o restos ancestrales. Pero recuperar los restos es más que un asunto de logística.
Te Arikirangi Mamaku-Ironside, radicado en Copenhague y jefe de repatriación de Te Papa, se dedica a identificar los museos que tienen restos indígenas maori y a negociar su restitución. "En un rompecabezas masivo tratar de determinar dónde se guardan los restos ancestrales de Nueva Zelanda, en museos estatales o colecciones privadas" , comentó a AFP.
"Un ladrón de tumbas puede haberse llevado los restos de un solo lugar, pero su colección puede haberse repartido entre varios museos de varios países o continentes" , explicó a la AFP. "Conforme avanza el programa, el cuadro se aclara", dijo.
Mamaku-Ironside explicó que los primeros museos coloniales de Nueva Zelanda a menudo intercambiaban objetos con coleccionistas del exterior , con lo que los restos terminaban en museos de otros países.
"Hay una especie de red de intercambio", señaló. "Fue como una red criminal, salvo que no se consideraba ilegal porque el comercio de restos humanos no se consideraba contrario a la ética en aquella época" , agregó.
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Mamaku-Ironside dice que su primer abordaje es contactar a las instituciones para determinar los restos que guardan en sus colecciones. Parte de su papel consiste en "establecer y confirmar" cuáles bienes "fueron ilegalmente recolectados y comercializados en Nueva Zelanda".
"Aliviar el trauma"
"Es muy importante no abordarlo como un maorí enojado, sino decir que en aras de la amistad vamos a trabajar juntos, así nos entendemos" , explicó Mamaku-Ironside. El programa apoyado por el gobierno, que cubre la logística y los costos de la repatriación, es un proceso delicado con un aspecto espiritual.
Antes de su recuperación, Mamaku-Ironside pide un tiempo a solas con los restos ancestrales. "Nos presentamos, solo para que sepan quién somos, entonces explicamos nuestro propósito, de ayudar a crear un camino para que regresen a casa. Es muy espiritual, muy emocional" , contó.
Después de llegar a Wellington, los restos son devueltos a su iwi, o tribu, después de una ceremonia powhiri para marcar su regreso. Cuando eso ocurre, Mamaku-Ironside siente que ha hecho su trabajo.
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"Se trata de sanar el trauma de tener a los ancestros robados, arrancados de su hogar", comentó. "Incluso después de fallecidos, su viaje continúa (...) No termina hasta que regresen a su comunidad".
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