
El estadio Villa Park de Birmingham, usualmente ocupado por fanáticos del Aston Villa, fue tomado por otra clase de fieles. No llevaban bufandas ni coreaban nombres de futbolistas: vestían camisetas negras, arrastraban pesadas botas, lucían barbas tupidas y pieles tatuadas. Habían viajado desde todas partes del mundo para asistir a un rito único: el adiós definitivo de Ozzy Osbourne y Black Sabbath. El padrino del heavy metal, el “Príncipe de las Tinieblas”, se despidió para siempre con una última interpretación de Paranoid, su mayor himno.
A los 76 años, Ozzy Osbourne ya no ruge como en los setenta, pero su figura sigue imponiendo respeto y emoción. Aquejado de la enfermedad de Parkinson, el cantante apareció en escena sentado en un trono gótico, una silla de espinas y calaveras digna de su leyenda, mientras las luces teñían de rojo el templo del metal que se había levantado por una sola noche. Su voz, aunque quebrada, aún conserva la urgencia primitiva que convirtió a Sabbath en el sonido del apocalipsis.
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Los asistentes, entre ellos miembros de Metallica, Slayer, Pantera, Guns N’ Roses y Rage Against The Machine, fueron parte de un tributo monumental. Algunos lo llamaron “el concierto más importante en la historia del metal”. No exageraban. La alineación original de 1968 —Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward— volvió a compartir el escenario tras más de dos décadas. Y aunque el cuerpo de Ozzy titubeaba, su espíritu se mantuvo intacto.
“I love you!”, gritó el músico a la multitud, como un padre despidiéndose de sus hijos. El estadio respondió con un rugido.Ozzy Osbourne y el nacimiento del heavy metal
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Para entender la magnitud de este adiós, hay que regresar al inicio. En los barrios industriales de Birmingham, entre fábricas humeantes y calles grises, nació en 1948 John Michael Osbourne. Su adolescencia fue turbulenta: robos menores, trabajos manuales, y una cárcel de corta estadía. Pero todo cambió cuando se unió a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward para formar una banda que pronto abandonaría su nombre original (Earth) por uno más sombrío: Black Sabbath. La inspiración vino del cine de terror.
Así, en 1970, nació Black Sabbath, el disco debut que estableció las bases del heavy metal: riffs pesados, letras apocalípticas y una estética oscura. El seguimiento, Paranoid, incluyó los clásicos “War Pigs”, “Iron Man” y la canción homónima que, décadas después, cerraría su carrera.
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En vivo, Ozzy fue siempre un espectáculo. Nadie olvida aquel concierto de 1982 en Iowa donde, confundido, mordió la cabeza de un murciélago real. El incidente lo elevó al estatus de mito. Pero detrás del personaje hubo siempre un hombre atormentado por adicciones, diagnósticos médicos y excesos que habrían fulminado a cualquiera. Ozzy sobrevivió, y sobrevivió más de lo que nadie esperaba.
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La era MTV y el renacimiento de Ozzy
En los años 2000, cuando muchos rockeros de su generación desaparecían de la cultura popular, Ozzy volvió al centro del escenario gracias a The Osbournes, un reality show de MTV que mostró su vida doméstica junto a su esposa y mánager, Sharon, y sus hijos. El programa fue un fenómeno global. De pronto, el príncipe de las tinieblas era también una figura entrañable para nuevas generaciones. La imagen del demonio se volvió humana.
El Parkinson que hoy lo obliga a cantar sentado fue diagnosticado en 2003, aunque se mantuvo en secreto hasta 2020. Desde entonces, Osbourne ha cancelado giras, ha sido operado en varias ocasiones y ha hecho apariciones esporádicas que siempre están rodeadas de rumores sobre su retiro definitivo.
Una despedida con entradas agotadas en 16 minutos
La última noche en Villa Park fue cruda, poderosa, desgarradora. Las entradas se agotaron en apenas 16 minutos, con precios que llegaron a las 415 libras. El dinero recaudado se destinó a organizaciones como Cure Parkinson’s y el Hospital Infantil de Birmingham. Ozzy, convertido ahora en benefactor, en símbolo de lucha contra la enfermedad, en leyenda viva.
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“Estaba en mejor forma de lo que esperaba”, dijo Rich Newlove, un fanático que viajó desde el norte de Inglaterra. “Pero igual lloré. Era la primera y la última vez que lo vería”.
El concierto fue más que una presentación: fue un acto de resistencia artística. Ozzy no necesitó correr por el escenario ni gritar. Solo necesitó estar allí, con su voz todavía rugiente, rodeado de los suyos. Porque Black Sabbath no solo cambió la historia del rock, la inventó de nuevo, en tonos oscuros y guitarras saturadas.
Un trono, un temblor, una leyenda
Desde su trono, Ozzy se despidió como un rey que ha visto caer imperios y sobrevivido a todos ellos. Su legado —más de 75 millones de álbumes vendidos, el nacimiento del metal, el reality show, los escándalos, la redención— no desaparecerá. Vivirá cada vez que alguien escuche el riff de “Iron Man”, cada vez que un adolescente descubra Paranoid y sienta que el mundo arde con una guitarra de Tony Iommi detrás.
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