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Illya Kuryaki and the Valderramas: la alquimia funk del sur

Por más de tres décadas, Illya Kuryaki and the Valderramas ha sido un caso paradigmático de mestizaje musical en América Latina. El dúo argentino, conformado por Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, irrumpió en la escena a comienzos de los años noventa con una propuesta que desbordaba todos los límites.

Illya Kuryaki and the Valderramas
El 14 de septiembre Illya Kuryaki and the Valderramas regresan a Bogotá para presentarse en el Festival Cordillera y lo único seguro es que no se limitarán a tocar: van a incendiar el escenario.

Lejos de la melancolía o el purismo lírico del llamado "rock nacional", la música de Illya Kuryaki and the Valderramas absorbía el funk de Prince, el hip hop afroamericano de Public Enemy, el soul psicodélico de los setenta y, sin pedir permiso, lo fundía con una sensibilidad criolla y barrial.

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Illya Kuryaki nació oficialmente en 1991 con el disco Fabrico cuero, un trabajo crudo y provocador que sorprendió por el desparpajo verbal y la estética agresiva de sus adolescentes creadores. Dante Spinetta, hijo de Luis Alberto Spinetta —una de las figuras fundacionales del rock argentino— tenía apenas quince años; Emmanuel Horvilleur, diecisiete. Más allá de refugiarse en la herencia familiar o en la comodidad de la escena alternativa, su debut apostaba por un nuevo lenguaje. Era, en parte, una respuesta a la creciente penetración de la cultura hip hop y al deseo de romper con la solemnidad heredada.

El nombre del dúo es, desde el comienzo, una clave de lectura: Illya Kuryakin, el espía soviético de la serie The Man from U.N.C.L.E., se mezcla con Carlos “el Pibe” Valderrama, ícono del fútbol colombiano y símbolo de exuberancia estética. La combinación sugiere una filosofía de mestizaje sin jerarquías: televisión estadounidense y deporte latinoamericano, estilismo kitsch y coolness global. Este enfoque sería central en su obra: combinar elementos dispares, incluso contradictorios, en una síntesis coherente, irreverente y profundamente original.

Illya Kuryaki and the Valderramas
De izquierda a derecha: Dante Spinetta, Carlos 'el Pibe' Valderrama y Emmanuel Horvilleur.

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Fue Chaco (1995), su tercer disco, el que consolidó su lugar como uno de los proyectos más visionarios de la música en español. Producido por Mariano López, con participación de Fernando Samalea en batería y Fernando Nalé en bajo, el álbum logró un equilibrio notable entre virtuosismo instrumental y ambición conceptual. El título, que alude a la provincia argentina históricamente excluida del desarrollo centralista del país, funcionaba como un gesto político y simbólico: el sur profundo también puede producir sofisticación, groove, alta cultura popular.

En Chaco aparece “Abarajame”, quizás su canción más emblemática: una fusión de rap, funk y toques afrolatinos, con una letra críptica y desbordante de invención verbal. El videoclip, dirigido por Picky Talarico, fue premiado por MTV y catapultó al grupo a la escena internacional. Lo que hacía único al sonido de Illya Kuryaki no era solo la variedad de influencias, sino la forma en que las incorporaban: con un sentido del ritmo cultivado, un oído educado en el soul y una impronta sudamericana que desafiaba la hegemonía anglosajona.

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Durante el segundo lustro de los noventa, con discos como Versus (1997) y Leche (1999), el dúo refinó su estética. Introdujeron cuerdas, coros gospel, arreglos complejos y letras más abstractas. “Jugo” o “Coolo” son testimonio de una etapa en la que Illya Kuryaki logró dialogar con la sofisticación del neo soul y la crudeza del rap sin perder identidad. Colaboraron con músicos como George Clinton —leyenda del funk y líder de Parliament-Funkadelic—, lo cual validó su propuesta dentro de la escena afroamericana global. Eran dos chicos blancos del Cono Sur hablando en clave de James Brown, pero sin impostar, con una mezcla de humor, cuerpo y autenticidad que se volvía irresistible.

En 2001, después de una década frenética, el dúo se disolvió. Spinetta y Horvilleur emprendieron carreras solistas de notable calidad, pero el espacio que ocupaban como binomio en el mapa musical latinoamericano quedó vacante. Durante ese tiempo, su influencia se extendió subterráneamente: su estética anticipó el auge del reguetón, del trap latino y de los cruces entre música urbana y pop alternativo. En muchos sentidos, fueron pioneros en lo que hoy llamamos “hibridación sonora”: una práctica común en la actualidad, pero marginal en su momento.

El reencuentro se produjo en 2011 y, al año siguiente, lanzaron Chances, un álbum que marcó su retorno triunfal. Lejos de aferrarse a la nostalgia, presentaron un sonido renovado, sin perder la sensualidad ni el filo de siempre. La canción “Ula Ula” fue un éxito rotundo y recibió el Latin Grammy a Mejor Canción Urbana en 2013. El disco incluía también colaboraciones con músicos como Miguel (cantante estadounidense de R&B) y fue producido entre Argentina y Los Ángeles, con participación de Rafa Arcaute y la supervisión de Gustavo Santaolalla.

Illya Kuryaki sigue siendo un referente para una nueva generación de artistas que entienden la música como un espacio de mestizaje, de riesgo y de juego. Su legado no es solo musical: es estético, performático y conceptual. Fueron, y siguen siendo, una propuesta posmoderna que, en vez de temerle al sincretismo, lo celebra. Pocos grupos han logrado lo que ellos: construir un lenguaje propio desde la periferia, sin renunciar al deseo de trascender las fronteras geográficas y sonoras. En un continente que aún discute su identidad cultural, Illya Kuryaki and the Valderramas propuso una respuesta audaz: somos todos los ritmos que bailamos y todas las lenguas que inventamos para sobrevivir al silencio.

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