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Teddy Goldenberg se aleja de la comodidad narrativa en sus cuentos de "Ciudad del hampa"

Las extrañas historias del dibujante israelí Teddy Goldenberg no lo ponen nada fácil, situaciones surrealistas que comienzan en ninguna parte y discurren hacia ningún lado, sin brújula ni argumento, pero que dejan con ganas de más, como ocurre en su colección de cuentos "Ciudad del hampa".

Teddy Goldenberg
Teddy Goldenberg y su “GREEN ANIMAL WORLD” en la Illustration Week de Israel. Mayo 2014.
Mama press.

Esta recopilación de una veintena de historias breves, que en su mayoría no superan las dos páginas con una docena de escuetas viñetas (incluido el título), tienen el inconveniente o la virtud de descolocar a los lectores, por el sencillo y anticuado estilo gráfico que utiliza, propio de viejos tebeos baratos, y por la trama llena de vericuetos, a priori sin sentido, en los que coloca a sus personajes.

Goldenberg (1986), en Barcelona estos días para participar en el salón Graf de cómic independiente, se muestra esquivo y no parece querer dar muchas pistas de su modus operandi narrativo.

"Es una pregunta jodida, no pienso mucho en si se lo pongo fácil o no al lector. Cuando tengo ese dilema, si lo entenderá o no, si serán insatisfactorias o no para él, al final elijo el camino que no es fácil, sí, pero guardo las formas, quiero que pasen un buen rato. Al menos trato de ser educado", contesta sin ápice de ironía en su cara.

"El fashion outlet", "Lo correcto", "La fábrica de mi padre", "Patata asada", "Mal de amores" son títulos de estos relatos cuyas historias, apenas bocetadas, parecen sacadas de una mente alucinada, como si Alice Munro escribiera bajo los efectos del LSD, o se pudiera transcribir de forma automática y sin filtro los sueños consecutivos e inconexos de una noche, con un uso radical de las elipsis.

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"Me surgen ideas y cuando voy por la calle añado cosas, intento mantener cierta espontaneidad a la vez de darles continuidad. Aunque pueda parecer lo contrario, quiero que la historia llegue a algún lado, no me gusta el surrealismo absurdo por el placer de hacer el tonto, quiero llegar a alguna parte. Quiero ser divertido y a la vez inquietante, amenazante", concreta.

Dos hombres hablan de sus recuerdos en un parque construido en los terrenos de un antiguo centro comercial, una mujer persigue a su gato que se ha colado en el patio de los vecinos que bailan mientras se convierten en espectros, una salida al campo de una pareja de amantes frustrada sin motivo, un joven que se despierta con remordimientos por algo que ha hecho son ejemplos de estos microrrelatos.

"Aunque se hicieron por separado, el libro está hecho para ser leído de una sentada. He pensado mucho en la secuencia, que sea elusivo a primera vista no quiere decir que no tengan sentido como un todo. Algunos lectores que los habían leído por separado cuando los publiqué en internet, me han dicho que lo comprendieron al hacerlo todo seguido. O al menos me han entendido a mí como autor", afirma.

En cuanto el aspecto visual, Goldenberg se nutre de la iconografía de los años cincuenta en Estados Unidos, en el aspecto de sus personajes y en las ciudades y calles por donde se mueven "porque es un paisaje reconocible culturalmente, una ambiente que cualquiera puede entender, con personajes que son una especie de clichés genéricos, casi objetos animados, sin background, ni pasado".

"Ciudad del hampa" (Fulgencio Pimentel) es el primer libro publicado en el mercado internacional por Goldenberg, que reside actualmente en Berlín, y que además de los trabajos breves que publica en revistas y fanzines se autoeditó su primer cómic largo "Cobra II" (de próxima aparición en Fulgencio Pimentel), la parodia gráfica del filme de Silvester Stallone.

Goldenberg comenzó editándose sus libros en hebreo hasta que se pasó al inglés para la "secuela" no autorizada de "Cobra II", que tuvo una repercusión inesperada, recuerda este dibujante licenciado en paisajismo, una profesión que compatibilizó con el cómic y que se cuela en sus viñetas a través de personajes que, sin venir a cuento, dicen odiar los parques y los jardines.

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"Es un chiste conmigo mismo, una referencia a mi vida, pero realmente me encantan los parques, tengo un sueño recurrente en el que la ciudad se vaya convirtiendo en un gigantesco parque", desvela con una media sonrisa tan inquietante como sus cuentos.

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