El conflicto como una herida, palpable y que aún supura. ¿Quién está dispuesto a narrar tanto dolor? Porque no es fácil, jamás lo será. Colombia, en medio de más de seis décadas de violencia cobró la vida de 450.664 personas, 121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente, 50.770 fueron víctimas de secuestro y 752.964 víctimas de desplazamiento. Estos datos, presentes en el informe final de la Comisión de la Verdad tienen un umbral. En la mayoría, existen subregistros que pueden doblar las cifras.
Sin embargo, cuando hablamos de personas no podemos simplemente encasillarlas en dígitos y siempre hay alguien, lo suficiente audaz para transmitir toda esa hojarasca de sentimientos en forma de historias. La guerra que perdimos (2022 ), de Juan Miguel Álvarez es el viaje de un reportero, que ha encontrado en su oficio la forma de ahondar en preguntas que lo han atravesado: "¿Qué les pasó a los colombianos'" puede leerse en el reverso de la primera edición de su libro, ganador del Premio Anagrama de Crónica. Lejos de volcarse a brindarnos respuestas grandilocuentes, cómo definió Martín Caparrós, este libro es "un gran ejercicio de periodismo verdadero, aquel que sabe hablar y sabe, sobre todo, dar la palabra para permitirnos entender algo que sido tan malentendido". Acá se habitan en las heridas compartidas, en esas que atraviesan los ríos, las montañas, los bandos, las víctimas, los victimarios. Esas mismas que aún no cicatrizan en nuestra historia compartida. Son once voces, once vidas, once relatos que comprenden este libro. Pero no son solo eso, por supuesto. Hay un hombre que va, vuelve y regresa, que se toma el tiempo de ir juntando las piezas, incluso al borde de sí mismo para recordarnos que la única conclusión posible para la guerra, siempre, sin importar nuestro lugar, será la derrota.
Para escuchar:
Quisiera que empezáramos nuestra conversación precisamente con la idea del destino y la vocación. Llevas más de quince años escribiendo sobre la guerra y el conflicto en Colombia con títulos como Verde tierra calcinada, Balas por encargo (2013), Lugar de Tránsito (2021) y ahora “La guerra que perdimos”, además de por supuesto tus publicaciones en medios y demás. Pero si quisiera saber ¿Cuándo recibes ese llamado para convertirte en cronista de nuestro conflicto?
Me vi tocado personal y emocionalmente por algunos episodios de violencia urbana que estaban teniendo lugar en Pereira en el año 2006. Y estos episodios de violencia urbana, habían terminado con el homicidio de al menos dos personas muy cercanas a mí; homicidios muy violentos, acciones de sicariato muy planeadas, muy de alta mafia. En ese momento yo muy relajado escribiendo crónicas como lo que Truman Capote llamó color local, que es básicamente cultura, variedades, artes finas y en ese momento yo veía que dentro de lo que mis colegas que estaban cubriendo hechos judiciales, había un modo muy repetitivo, poco imaginativo y también muy poco humano de cubrir estos acontecimientos. Yo veía que podía hacer eso mucho mejor y después de que ocurren estos episodios de violencia, me arrojo a a tratar de entender que estaba ocurriendo en ese momento en la ciudad y ahí empiezo a quedar cautivado con la investigación de hechos judiciales sobre todo urbanos.
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Después esa investigación se me va prolongando y terminó siendo el libro "Balas por encargo" (Rey Naranjo), que cuando sale publicado los editores de algunos medios me empiezan a conocer y entonces ya me empiezan a buscar es para cubrir conflicto armado, porque veían que si yo había podido hacer estas investigaciones de violencia urbana, de entablar, conversaciones con sicarios y bandidos, pues hacer temas de conflicto armado, quedaba también en el camino. Me empiezan a proponer que trabaje esos temas y en efecto ahí empiezo a encontrarme con el lado de los derechos humanos. En "Balas por encargo" trabajé la violencia urbana desde el punto de vista social desde la relación víctima- victimario, esa frontera tan difusa, pero después entonces cubriendo conflicto armado empiezo a entender el asunto de los derechos humanos, dentro de un contexto sociopolítico global y ahí empiezo a sentirme completamente seducido por ese por ese tema y me decanto completamente por hacer narrar la investigación de derechos humanos.
El cronista atraviesa la guerra y los conflictos de forma distinta a como lo hacen por supuesto las víctimas o los victimarios. ¿Cómo ha sido para ti enfrentarte a la guerra todos estos años? Y ¿Cómo el narrador se blinda para poder escribir este tipo de historias después?
Trato de de tener como dos prácticas para mantener mi estabilidad emocional cuando yo veo que los temas están muy jodidos y que estoy muy desgastada. La primera es que le dedico un montón de tiempo libre a mis hobbies, a las cosas que más me gustan, gasto mucho tiempo en relajar la cabeza, relajar la mente haciendo cosas que me fascinan y que son divertidas y la otra, es que una cosa son los encargos para medios en los cuales yo trato de exponer los hechos, pero otra, es la escritura para mis libros. Cuando yo hago mis libros, mi escritura es muy íntima, es una escritura no solo en primera persona, sino también sobre la primera persona, o sea, hablo mucho de mí en mis libros y esa escritura se vuelve también un acto terapéutico porque en esos textos trato de desahogarme, de cuestionarme, de hacerme preguntas, de poner en contexto cosas mías con cosas del país, entonces esa manera de pensarme de pensarme todo el tiempo, de hacerme preguntas todo el tiempo, pues termina siendo terapéutica. Yo no me trago nada y hay cosas, por ejemplo sobre las cuales en este momento no he escrito que me están tallando, que pueden llegar a volverse asuntos de difícil manejo mental, pero básicamente las tengo en lista para escribir.
Como autor de no ficción hay un riesgo proveniente de estar en constante enfrentamiento con la realidad y tienes un término que quisiera que indagáramos porque ahí, también siento está una de tus motivaciones como escritor y es el de la justicia narrativa .
Yo he empezado a hablar de manera muy intuitiva del tema; lo primero es que cuando uno como reportero llega a esos territorios a cubrir hechos de conflicto armado, territorios tan alejados, tan olvidados, donde no va por allá nadie y uno termina yendo casi siempre después de que han ocurrido un montón de cosas, l o que más ocurre es que uno termina haciendo una especie de periodismo extractivista, entonces al hacer periodismo extractivista significa que uno va, extrae lo que hay que extraer para uno y publica sin importar mucho que algo le quede a la comunidad.
Entonces ese tipo de periodismo extractivista genera una narrativa injusta porque es una narrativa que solo le sirve al lucro, al ego del reportero y no le sirve la comunidad que lo recibió y esencialmente tampoco es que le pueda servir mucho al país porque es una narrativa pensada como una especie "del fin justifica los medios" una cosa así . Entonces hablar de Justicia narrativa es tratar de que desde el trabajo de campo se evite al máximo tanto como sea posible, ese tipo de periodismo extractivista y que básicamente uno sea consciente de que algo de lo que uno hizo le debe quedar a la comunidad , de que algo de lo que uno vaya allá y extrae, digamos, tiene que tener un feedback, o sea, eso de alguna manera tiene que volverse a la comunidad, idear mecanismos, no solamente ir y contar y perderse, no.
La discusión es entonces que ese tipo de periodismo extractivista genera una narrativa injusta porque es una narrativa que solo le sirve al lucro, al ego del reportero y no le sirve la comunidad.
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La justicia narrativa empieza por ahí, pero termina también, pero también avanza sobre otro lado del trabajo y es cuando uno logra llevar al papel toda la emocionalidad o toda la vitalidad que la persona le contó a uno mientras estaba entrevistándola o escuchándola. Esa vitalidad, esa emotividad con la cual una persona se expresa y le transmite a uno emociones, esas sensaciones, transmite certezas morales con los gestos que hace, con la manera en que se expresa y no solamente con lo que dice, pues es bien difícil llevarlo al papel, porque para eso uno tendría que hacer entonces un montón de descripciones anexas al mensaje. Entonces, la justicia narrativa pasa por el hecho de tratar de uno como escritor ser capaz de poner en el papel no solamente el mensaje, no solamente lo que dijo sino también como lo dijo, para poder que de alguna manera la persona sienta que uno sí fue honesto al menos intencionalmente con ese momento en que la escuchó y el momento en que escribió. Es decir lo más difícil, es que la persona que le cuenta la historia a un reportero, después cuando se lea sienta que ese texto es justo con lo que esa persona contó, eso es súper difícil. Hay que trabajar en pro de eso pero nada garantiza que uno lo consiga.
En ese constante ejercicio de evaluación cuando pones tu trabajo en esos términos, cuando revisas lo que escribes o lo que escribes antes, ¿sientes que ya estaba ahí presente sin que tú te lo propusieras o sientes que tu escritura ha ido evolucionando mientras más claridad tienes frente a este tema?
Ha ido evolucionando por dos lados. La primera porque tengo más herramientas técnicas y entonces puedo poner en el papel cosas más que
antes me quedaba más difícil. También ha ido evolucionando porque mis facultades de juicio, se han ido formando más desde lo político. Entonces mi proceso como autor ha ido creciendo en la medida en que yo he ido comprendiendo mejor las realidades que me tocan o que decido ir a cubrir, en la medida en que yo comprendo mejor, escucho mejor y llevo mejor eso al papel. Además me he preocupado porque se note, me he preocupado porque la gente vea también que la persona que escribió en el 2008 no es la misma que escribe ahorita. Me he preocupado por mostrar mis propias carencias y mis propias virtudes. Difícilmente alguien puede decir que yo he tratado de posar siempre como el mejor, al contrario, en mis libros se notan todas mis carencias tanto morales como técnicas.
Me gustaría también preguntarte sobre el miedo en el oficio. ¿Cómo el reportero enfrenta el miedo de escribir sobre estos temas en un país como el nuestro dónde hay un riesgo si se quiere latente?
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No, a mí no me da miedo. Nunca he sentido miedo a la hora de escribir. (Silencio). Hay veces me ha tocado atravesar el río Atrato en una canoita diminuta, digamos de menos de un metro de ancho sin motor ni nada y como toca atravesarlo de lado, las lanchas rápidas del transporte público pasan a toda mierda y levantan unos oleajes en la que caerse en la mitad del Atrato, caerse en la mitad de la cuenca media del Atrato es básicamente ahogarse. Eso ha sido muy miedoso, pero no más. Los momentos del trabajo de campo pueden llegar a atemorizantes, puede haber momentos en los cuales yo he estado arriesgando mucho la vida y me doy cuenta de eso y he tenido temor, pero una vez llego al escritorio lo que tengo un material increíble para escribir y no me da para nada miedo.
Podemos ver a Colombia como un país que ha estado marcado por la derrota y la pérdida. En este libro se toma esa idea como coincidencia bajo su título: “La guerra que perdimos”, que es una declaración si se quiere de principios también, donde no hubo bando ganador como suele acostumbrarse en los relatos históricos y si muchos perdedores . ¿Por qué llamar así esta recopilación de crónicas?
El título del libro obedece básicamente a la conclusión real de lo que ha pasado con la guerra en Colombia, no es mi perspectiva, es lo que ha sucedido la guerra. No la ganaron los paramilitares, los guerrilleros, la guerra no la ganó el estado. ¿Quién sí perdió la guerra? La sociedad civil.
Casi un millón de homicidios en el conflicto. ( Juan Miguel hace referencia a las cifras de subregistros del Informe final de la Comisión de la Verdad donde se estima que cerca de 800.000 personas fueron asesinadas en medio del conflicto armado en Colombia) y un 20% fueron los combatientes de los de los cuatro bandos, policía, militares, paramilitares y guerrillas. Eso significa que una guerra que hacen unos grupos armados, poco se matan entre ellos y en cambio si matan a la población civil. Un país que hizo la guerra para matar a sus civiles, eso no tiene, no tiene ninguna perspectiva, o sea, no hay cómo llamar a eso de otra manera que una derrota absoluta política, moral, social económica, una sola derrota, la guerra: la perdimos.
El libro está compuesto por 11 crónicas donde ahondas en diversos territorios de Colombia y por supuesto, desde distintos puntos de vista la guerra. ¿Cuándo surge esa estructura en a la hora de formar este libro?
Cuando participe en la convocatoria la convocatoria necesitaba tener un libro con unidad temática y pues la unidad temática de mis historias ha sido esa, entonces lo que se hizo fue juntar varias de las mejores que tenía ahí sin agregar en ningún libro y otras nuevas que probablemente no sé si sean las mejores, pero son buenas, tenían nivel y lo que hice fue ordenarlas de acuerdo a una secuencialidad. O sea, no hay ningún misterio ahí, es un asunto de orden editorial no más.
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Estamos en un punto donde hemos tenido de la posibilidad de acceder, quizá como nunca a la narración de la guerra en nuestro país desde una pluralidad de voces inigualable. Por supuesto, me refiero en gran parte al informe de la Comisión de la Verdad y a relatos paralelos como los surgidos en tu libro y los de otros autores. No obstante, si quisiera preguntarte por el rol del periodismo, que jugó un papel en el conflicto del cual no se ha hablado mucho y ahora, cuál es su papel para difundir estos relatos.
Pues el periodismo cumple un lugar específico como lo cumplieron otras instancias como la academia. No sé, digamos los reporteros, los hombres y mujeres que se han dedicado a contar este tipo de historias lo han hecho con lo mejor que han tenido a la mano. Algunos han resuelto de manera muy virtuosa sus historias, sus narrativas. Otros, pues con menos acierto pero no con menos intención. En Colombia yo diría que hay un grupo, no sé si tradición pero al menos un grupo contemporáneo de reporteros hombres y mujeres que han escogido hablar de temas de derechos humanos a partir del conflicto armado y han tenido muy buenos resultados, o sea, hay libros fenomenales y reportajes, noticias y crónicas con mucho acierto en medios.
Hay que buscar la manera, a veces no es tan fácil. Es costoso y no hay dinero o se necesita mucho tiempo y no hay tanto tiempo pero ya la mayoría de los colegas han logrado salir adelante. Si esto es una reivindicación del periodismo digamos de profundidad eso lo dirán los lectores, yo lo que he tratado de hacer desde el comienzo de mis días como reportero es tratar justamente de hacer lo contrario a lo que yo llamo periodismo facsímil, hoy lo llaman periodismo de clics. Yo lo hice porque estaba convencido de que podía hacer otra cosa. Yo asumí mi escritura periodística como un acto político estético, no solamente un acto informativo, entonces esencialmente mi escritura, mi trabajo periodístico es el resultado de decisiones políticas como ciudadano y digamos estéticas como una persona interesada en el acto creativo. No puedo hablar sobre las decisiones de los demás.
En un momento fundamental donde estamos atravesando un período de tiempo post acuerdos de paz con lo que fue las FARC, el anuncio de negociaciones con el ELN, además de por supuesto, la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad que mencionaba anteriormente, si quisiera preguntarte para finalizar, ¿Cómo hacer para que no tengamos que perder más guerras y aprendamos las lecciones que nos ha dejado el conflicto?
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No hermano, no tengo ni idea. No es una respuesta sencilla, hay mucha gente que tiene la violencia adentro y el país sigue reproduciendo los contextos en los cuales las personas reproducen la violencia en su cerebro. El fusil que llevamos en la cabeza, me decía un ex-comandante paramilitar hace unos años y ahí está. Van a pasar varias generaciones antes de que Colombia logre tener una conciencia política distinta en la que la violencia sea el principal mecanismo de mediación. Hay que trabajar hacia allá de distintas maneras. La respuesta más optimista se la puede dar alguien más, donde cada quién cumpla su parte. No creo que exista una respuesta a eso. Hay que esperar como el país se va acomodando y reacomodando de acuerdo a los diferentes procesos políticos que van pasando con el paso del tiempo, con la madurez de una sociedad política, con el abandono del resentimiento, que no sea una constante en un montón de ciudadanía y gente del estado, incluida la gente de la fuerza pública y también un momento en el que la venganza no sea una medida de ajusticiamiento, en tanto que la justicia estatal asuma su papel. Cada quién necesita resolver lo suyo.
Para conocer más del libro "La guerra que perdimos" puede visitar la página web de la Editorial Anagrama. Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.