Cuando el escritor Juan José Podestá avanza por las calles de Iquique, parece el recorrido de campaña de un político con muchas posibilidades de ganar las elecciones. Ya sea por Baquedano, la Plaza Arturo Prat o la costanera, el autor de "El tema es complicado” y "Derechos de propiedad” recibe el saludo de amigos y conocidos. Podestá, los años bohemios ya en el pasado, se ríe cuando la sugerencia de una candidatura se pone sobre la mesa. Lo suyo es la escritura.
Nacido en 1979 en Tocopilla y criado en Iquique, este periodista es una de las voces más potentes de la literatura del norte de Chile. La prosa y la poesía son sus armas, y con "Chonpen”, lanzado en 2022 por Editorial Navaja, logró conjugar una extraña fantasía de Doppelgänger iquiqueños y estrellas hollywoodenses con la vida cotidiana de esa migración masiva que, repentinamente, se tomó el paisaje de una ciudad turística cuya oferta es la de playas amplias de arena blanca e historia.
"Chonpen” era otra cosa, al comienzo. Un largo poema "en el que naufragué”, revela Podestá a DW en el centro iquiqueño. Buscando salvar la obra, convirtió todo en un relato fragmentado sin relación con familias extranjeras intentando vivir en un país desconocido, hasta que la realidad golpeó al escritor. "Con el inicio de la crisis migratoria, decidí que el texto debía hacerse cargo de los sucesos. Creo que la novela no podía estarse escribiendo en un momento así sin decir nada al respecto”, sostiene.
En esos apuntes casi etnológicos, usted dice en una parte que "Iquique, definitivamente, se convirtió en otra ciudad”. ¿De qué forma se reflejó ese cambio?
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Con la inmigración Iquique se transformó para siempre. Es parte de la transformación de una urbe, un proceso que ya es parte constitutivo de Iquique. Desde el siglo XIX esta ciudad ha sido espacio de diversas migraciones que la han cruzado. Las autoridades no pueden hacer mucho: son procesos sociales, culturales, históricos. El funcionario es un detalle ante tal magnitud.
Usted vivía cerca de la Plaza Brasil, donde se instalaron las primeras familias. Eso lo vio y lo expuso en "Chonpen”. ¿Cómo definiría hoy la reacción de la gente ante esta llegada masiva de inmigrantes?
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Hubo rechazo, pero también innumerables muestras de solidaridad y apertura al otro. Fue una manera crítica de enfrentarnos a la otredad, y creo que eso es, finalmente, muy positivo.
Y sin embargo en septiembre de 2021 hubo una protesta masiva que derivó en la destrucción de muchas carpas, otro episodio que aparece en su libro.
Así es. Y esa vez todos pudimos constatar y evidenciar la demencia de quien cree que descargar una rabia sobre el otro facilitará o propiciará algo beneficioso. Fue un hecho vergonzoso y trágico.
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En el libro usted también define esos hechos como una tragedia, un adjetivo que se usa poco en este tipo de situaciones.
Lo califico de trágico porque es decir "ustedes no pueden estar acá, porque esto nos pertenece”. Es un absurdo, tan absurdo que se convierte en tragedia: es la incomprensión absoluta, la clausura del otro, la cancelación del carácter humano del que por razones más fuertes que su voluntad debió irse de su país. Es trágico porque demuestra que no hemos aprendido nada. Y lo que me parece más peligroso aún: muchas de las familias que fueron a vandalizar a los migrantes llevaban a sus hijos. Esto último supera la estupidez: es derechamente aberrante.
"La plaza fue convirtiéndose en una improvisada ciudad”, dice en "Chonpen”. Allí también señala que al comienzo los inmigrantes no se fueron a las zonas más alejadas de Iquique. ¿Por qué?
Al inicio de la ola migratoria las familias se instalaban en sitios que, por razones que sólo podemos elucubrar, llamaban la atención: frontis de escuelas, estaciones de servicio, esquinas muy transitadas. Aún hoy, por ejemplo, la playa es un espacio muy usado por los migrantes recién llegados. Intuyo que buscaban lugares que visualmente provocaran la sensación de seguridad, sitios que los integraran más que ocultaran. Pero ese es un análisis que deben efectuar sociólogos y antropólogos.
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Hay escenas del libro que describen con bastante detalle la vida que se fue armando en la plaza, los juegos, las rutinas y también las miserias. ¿Son reconstrucciones de la realidad o todo es ficción?
Todos los días yo pasaba por el campamento, que estuvo instalado más de un año. Observaba con acelerada atención y brevemente esa pequeña urbe hechiza dentro de Iquique. Por razones obvias, no me podía quedar mirando o sacando fotos. Como en la práctica era imposible entrar, pasaba por la vereda del frente. Era un sitio peligroso y hubo episodios de asaltos, peleas, en fin. Todo lo registraba visualmente y tomaba notas mentales que luego transcribía. Después de varios meses me fui haciendo una idea más detallada, captando ciertos matices, reconociendo ciertas caras, ciertas voces.
¿Hubo espacio para generar un vínculo más estrecho?
Ellas y ellos también me fueron reconociendo, y a veces yo me permitía pasar más cerca e incluso saludar tímidamente, porque eran muy territoriales, y no faltaron momentos en donde me alejaron a gritos porque pensaban que podía ser funcionario de gobierno, un policía encubierto, qué sé yo. Pero a pesar de toda la precariedad, de toda la violencia presente, de toda la hostilidad circundante, pude observar cómo se cuidaban, curaban sus heridas, se ayudaban con materiales y comida. Los hijos de una pareja eran cuidados por otra, niños y niñas jugaban como los niños y niñas de todo el mundo. Al final del día risas y llantos eran los mismos que los de todos.
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