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En el corazón de La Manada

En "La Manada", María del Mar Ramón construye un puente desde la intuición, hasta la imaginación, y se adentra en el corazón de cinco muchachos que tambalean en medio de la adolescencia y la sensación de no pertenecer. Hablamos con la autora sobre el lenguaje emocional, el deseo y los vínculos que los hombres tienen con sus cuerpos, su capacidad de habilitar el contacto sin afecto.

María del Mar
Apretó los ojos con mucha fuerza durante más de cinco minutos. Cuando los volvió a abrir seguía ahí, pero la realidad estaba salpicada de chispitas de colores como las que aparecían cada vez que de niño los apretaba así para divertirse. Deseó ser niño de vuelta y que su único problema fuera estar bajo la ducha demasiado tiempo jugando a cerrar con fuerza los ojos

La edad, más allá de ser un número, parece un salto arbitrario en el tiempo. Decimos que alguien es muy joven en las primeras dos décadas de su vida, un inexperto; pero se espera que para ese momento sea lo suficientemente grande para saber lo que hace, alguien maduro. La adultez, entonces, toma forma a partir de una situación particular. La mayor parte de nuestra infancia añoramos la adultez y perdemos de vista las licencias de ser niño o adolescente, por ejemplo: errar, porque nada es tan grave si estás aprendiendo a vivir. Luego, siendo adultos, no se nos ocurre una idea lógica para explicar el absurdo deseo de crecer. Entonces, crecemos.

La adolescencia ilustra perfectamente la subjetividad de la edad. No somos niños, ni tampoco adultos, y podemos tomar decisiones, pero no desconocer la autoridad parental. Sin embargo, la estreches en ese momento de la vida es dibujada especialmente por los límites que ponemos entre nosotros y nuestros grupos más cercanos: los amigos. Pertenecer es imperativo en la adolescencia y a decir verdad, hay toda una disposición al sacrificio para no pasar por raro, pero nadie está dispuesto a reconocerlo.

Ese universo es en el que nos sumerge “La Manada”, la primera novela de la escritora colombiana María del Mar Ramón. La historia presenta a Hache, un jovencito que con el cambio de colegio y la ruptura definitiva de su familia se ve obligado a empezar de nuevo, aunque los requisitos para ganarse un lugar en su nuevo entorno implique sacrificar sus principios y lealtades.

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La manada como un organismo vivo

Como sabemos, las manadas son grupos numerosos de animales que andan juntos. El término que da título a la novela nos ingresa en una noción particular de lo colectivo que parece estar cargado de instinto, voracidad y fuerza. La manada, además, funciona como una metáfora de la estructura que moldea la forma de vida de los hombres, el fuerte, el recinto que protege sus acuerdos tácitos. “Al final del proceso de escritura me encariñé con el título porque me parece que describe una estructura de parentesco, una forma de desenvolverse y de relacionarse con el mundo para ilustrar una pequeña radiografía imaginaria — porque es ficción — de los entramados como de esas células que los conforman”, cuenta la autora.

Esa forma de relacionarse entre los miembros del grupo que menciona la autora se consolida conforme avanza la historia, al punto de ilustrar situaciones que parecen pequeños episodios de torturas elegidas que ninguno puede esquivar. Esas relaciones no pueden ser contenidas por nadie diferente a los miembros de la manada: “pensar también en la manada como algo vivo y como algo orgánico, algo que tiene estas relaciones de reciprocidad entre sus elementos, es decir, como funcionan esos vínculos. Para mí era muy importante que quedara muy claro que había algo grupal, algo que se formaba allí de manera identitaria. Hay una imposibilidad de pensarse como sujetos aislados a esa grupalidad en la historia”.

Para Hache y sus amigos, los roles que cada uno cumple dentro del grupo están dados. No se cuestionan, ni llegan a verbalizarse, basta con un gesto o una señal para que todos comprendan si es necesario parar, huír o provocar un enfrentamiento. La automaticidad de ese comportamiento es una de las dimensiones que María del Mar Ramón explora con detalle: “Hay una potencia colectiva irreflexiva y esa imagen de jauría, la estética de ese comportamiento me empezó a enganchar y se conectó más con el título al final de la escritura”.

El silencio que hace daño

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La atrocidad es —muchas veces— sucedida por el silencio. Ante la violencia simbólica y física de quien se impone como el líder o macho de un lugar, es indispensable aprender a callar y reconocer el lugar que se ha ganado: ser quien observa y participar cuando es lo que se espera de uno. Así se construye un primer vínculo, el de la fidelidad. Hache lo sabe y parece que su incomodidad no es suficiente para quebrar la fidelidad con La manada, por el contrario, la disposición de jugar a ser el macho todopoderoso es absoluta. Esa actitud, sin embargo, es la razón de la grieta definitiva de su vida.

Pero la solidez de los personajes es tal, que a lo largo de la lectura uno puede sentir la angustia y el miedo sobre lo que hacen. Nadie es un monstruo. Ninguno es únicamente culpable. Lejos de justificar su violencia, la escritora enfrenta al lector a la complejidad humana, al punto de despertar la compasión por ellos.

Lejos de la dicotomía de los buenos y los malos, María del Mar Ramón impregna el relato con una de las premisas de su vida: "Ese es uno de mis grandes objetivos en la vida, es parte de mis principios: no ver el mundo en esos términos binarios porque no son categorías que yo elijo para pensar la realidad y tampoco para pensar a las personas. De manera que yo me interesé mucho porque la gente pudiera sentirse afectada y empatizara y se sintiera cercana a personajes que hacen cosas horribles".

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"No creo que la sociedad tenga personas malas ni tampoco buenas. Creo que hay personas que son más susceptibles a sentir culpa y a sentirse compungidos por el sufrimiento ajeno, y eso hace que otras personas que no lo son, quizás sean más aptas para ejercer la crueldad. No significa que esas personas estén siempre en la posición de ser crueles", cuenta la escritora, quién asegura que desde la concepción del relato, la complejidad emocional fue un rasgo crucial en la construcción de los personajes.

Ese modus operandi de cada uno de los miembros de la manada también recae sobre ellos mismos, al punto de convertirse en su propio dolor y castigo. "Todos ellos son personajes que se agreden mucho entre ellos, pero también agreden directamente a las mujeres. Entonces me interesaba sentir empatía por ellos, incluso cuando están haciendo cosas horribles, incluso cuando están haciendo cosas profundamente violentas y traumáticas para muchas de nosotras.

Entonces qué importa si tú te sentiste miserable el resto de tu vida, eso no es necesariamente reparatorio.

Tengo un corazón en el pecho

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La posibilidad que brinda la ficción y la imaginación, se convirtieron para la escritora en una ventana de la que emerge el universo oculto del lenguaje emocional de los hombres. En ese mundo, el corazón de los hombres es un terreno fértil para los sentimientos que desde otra perspectiva deberían evitar. La culpa y la carencia palpitan en sus pechos como animales recién heridos; la vergüenza los sonroja y aún con temor, huyen de ellos mismos.

Esa búsqueda de respuestas, en el caso de María del Mar Ramón, estuvo guiada por la intuición y terminó por descifrar una parte de la ternura que existe en los vínculos de amistad entre hombres, sus cuerpos y su deseo. “Había algo que a mí me parecía fascinante y fue lo que me llevó a realmente emocionarme con la novela, yo veía que ellos tenían una limitación del lenguaje para describir el universo emocional de sus adolescencias. Me empezó a obsesionar esa pared invisible que yo sentía que había entre la comprensión de lo que había pasado en esos años de crecimiento y de formación entre esas amistades exclusivas de varones”.

Más allá de entender este silencio como un pacto de machos, la escritora complejiza el entramado emocional de los varones y los alumbra a la luz de la sensibilidad, una dimensión afectiva que ha sido marcada estrictamente como femenina. Ese espacio secreto e íntimo, María del Mar Ramón optó por recorrerlo guiada por su imaginación. "Yo creo que una vez hablen también de todos los entretejidos de sus vínculos, van a quedar expuestas las formas de vincularse que tienen y que son muy violentas, muy nocivas, incluso para ellos. Eso debe tener costos sociales altos, pero además de creer que tiene un costo alto y que es una cuestión política, realmente creo que muchos ni siquiera tienen las palabras para poder contar eso".

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Los límites del cuerpo en los hombres

En la historia de Hache el contacto de los cuerpos está sujeto al control. Está bien visto que accedan a ellos si es para dañar —al golpear a otros hombres— y cuando la furia y el instinto guían sus acciones —tener sexo con otras mujeres—. El deseo y el afecto parecen desconocidos y menores, sentimientos demasiado irrelevantes como para reconocer su carencia. Sin embargo, todo el tiempo hay una tensión en sus encuentros que procuran esconder: se miran, imaginan qué se sentiría tocarse, pero nunca pasa.

Las descripciones gráficas crean escenas nítidas en la mente de los lectores, ese fue uno de los propósitos estéticos de María del Mar Ramón durante la escritura. Esa forma de vincularse que nunca vió en sus amigos, quiso explorarla en esos muchachos que vio nacer de su pluma: “Los hombres solamente se pueden tocar bajo el marco de la burla o de la violencia. Nunca bajo el marco del afecto. Ellos pueden jugar a que se cogen en los unos a los otros, pero si se están burlando o están haciendo referencia a cómo se cogerían a alguien más. Me pareció siempre muy fascinante cómo esas relaciones corporales de los hombres pueden ser tan homoerótica y tan homofóbicas. Cómo son capaces de habilitar el contacto sin habilitar el afecto".

Los hombres de "La Manada" desean y sienten curiosidad, pero sus sentimientos están a merced del grupo, los comportamientos y los acuerdos tácitos de pertenecer a este, casi un contrato de conseción de la piel y el corazón. "Todo el tiempo los mueve el temor a ser algo fuera de la norma del macho y al mismo tiempo, una curiosidad mortal".

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En ese juego de fuerza de los cuerpos quedan atrapados hasta asfixiarse. Esos hombres que golpean, se ahorcan, fuman y son tan malos, en realidad tienen miedo, pero hay un mundo señalándolos y los supera la vulnerabilidad de reconocerse heridos. Ese universo que propone María del Mar Ramón es, a la vez, una conversación que todos hemos evitado con los hombres que nos rodean. Al final, todos tenemos miedo a estar solos y buscamos una manada que siempre —en mayor o menor grado— nos daña. Si no, ¿qué es una familia?