Desde el siglo XII, la literatura y el arte europeos cristalizaron un estereotipo que se arraigó por milenios en la sociedad: la del mito del hombre salvaje. Este mito superó con creces el medioevo, atravesó el renacimiento constituyendo uno de los más grandes problemas de la cultura de occidente.
Esta singular continuidad histórica pone de manifiesto no solo su larga evolución sino que a su vez, auspicia el origen del concepto y la praxis de civilización. Lo cierto es que la identidad del hombre civilizado no ha dado un solo paso hacia adelante sin la compañía de su sombra, el salvaje.
El antropólogo Roger Bartra, uno de los exponentes más interesantes de la intelectualidad mexicana, ha analizado esa figura en "El mito del salvaje", un volumen que recoge dos obras: "El salvaje en el espejo" y "El salvaje artificial". En su obra, Bartra explora esa idea del Otro como un ser salvaje y bárbaro que ha flanqueado el devenir del hombre civilizado, incluso hasta distorsionarlo como una mera expresión eurocentrista que constituye la versión más exótica y racista de la esclavitud.
Sin embargo, el salvaje no solo existe como mito para él. Al echar una mirada atrás y muy lejos de la modernidad, en la historia antigua y medieval el imaginario europeo del Otro ya estaba inscrito. Entonces, la ilusión de concebir este mito con una gran riqueza metafórica y con múltiples significados, no solo constituía una idea que emanaba del colonialismo y que brilló en la ilustración cuando Rousseau sacó al hombre salvaje de las cuevas y lo instaló en el altar de las ideas modernas.
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Para otros académicos como Robert Darnton, Rousseau es el inventor de antropología al afirmar que lo hizo de la misma forma en que Freud inventó el psicoanálisis: practicando consigo mismo. Sin embargo, es engañoso pensar que la alusión del hombre salvaje que exploró Rousseau parte de la creencia de que estaban simbolizados por los pueblos primitivos descubiertos en América y África.
Los hombres salvajes son entonces, en esencia, una invención europea, así como también el salvajismo fue un concepto aplicado a todos los pueblos que no constituían "lo civilizado". Paradójicamente, el salvaje es una de las claves de la cultura occidental. Y así como los europeos, cada época ha diseñado el arquetipo de su hombre salvaje. Por ejemplo, el agrios de los griegos tiene peculiaridades que no tiene el homo sylvestris, inspirado en el salvaje trágico del helenismo.
Así mismo, el homines agrestes de los medievales solo fue una criatura mitológica e imaginaria que solo existió en el arte, la literatura y el folklore como un ser simbólico que retrata la relación de la sociedad del medioevo entre el hombre y la bestia. Como este arquetipo, hay muchos otros relatos.
Durante siglos, el hombre europeo y civilizado también se dedicó a rastrear al imaginario del hombre salvaje lejos de su patria y también a reproducir narraciones míticas con sus testimonios, como el caso de los nian-niams, una tribu de caníbales negros que habitaban en las aguas del río Nilo y que, según la leyenda, estaban dotados de cola. También está la leyenda venezolana del salvaje que rapta a las mujeres, las lleva al bosque y las sube asta la copa de los arboles, donde les lame las plantas de los pies al punto de dejarlas tan sensibles que estas ya no podían caminar ni huir de su captor.
Más recientemente, el filósofo francés Gilles Lipovetsky, sustentado en las tesis de Hobbes, relata la primitivización de la Edad Media concluyendo que todas las sociedades salvajes están reguladas por dos códigos: el del honor y el de la venganza. Sin embargo, la milenaria continuidad del imaginario del hombre salvaje hecho mito no se disuelve fácilmente. Y el problema radica en que la estructura de este es también para la cultura moderna, el origen mismo de una civilización.