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Diamela Eltit: "Pedro Lemebel y la ultra pose de la loca como otra reivindicación al travesti"

Texto leído por la Premio Nacional de Literatura 2018 Diamela Eltit en el lanzamiento del libro Lemebel oral, de Gonzalo León, realizado el 15 de enero de 2019 en el Centro Experimental Perrera Arte.

Diamela y Lemebel
Diamela Eltit y Pedro Lemebel fueron figuras trascendentales en medio de la dictadura chilena de Augusto Pinochet. Ambos usaron el performance y la literatura para promover organizaciones rebeldes al régimen.
Archivo

Resulta estratégica, en el sentido más político del término, la publicación de este libro: Lemebel oral , de Gonzalo León que recoge entrevistas a Pedro Lemebel. Lo pienso así porque estas entrevistas pueden ser leídas también como parte de sus crónicas pues un número de ellas fueron realizadas con la mediación de un proceso de escritura del autor, pero en un registro otro marcado por la velocidad y la ruta de una respuesta siempre deliberada. Eficaz.

Pedro Lemebel construyó de manera ultra consciente la figura pública que quiso representar. No existió en él ingenuidad alguna. Entonces la tarea, desde mi perspectiva, es examinar como quiso autorepresentarse en el tramo de su vida en que consiguió unir voz (radio Tierra), performatividad y crónica, esos momentos estelares cuando ingresó de lleno en los espacios masivos siempre acompañado por el fervor irrestricto de sus fans, que reconocieron en él un cuerpo politizado, audaz, que hablaba un tiempo y un estilo marcado por la inteligencia y un calculado desenfado. Pero esa manera de autorepresentarse hay que entenderla como una máscara necesaria para generar un personaje público mediante el cual cursar su deseo cultural, su hambre política, su diferencia más escenificada. O, dicho de otra manera, consiguió un estilo para referirse al tiempo social.

Esos tiempos y ese estilo portaron un sedimento inamovible como fue su intensa vocación a deconstruir de manera irónica los estereotipos y las trampas en las que el sistema cursaba su poder. Fue esa deconstrucción, que pudo profundizar a lo largo de los años, la que está presente de entrevista en entrevista. Neo Barroco y Neo Barroso, como diría Néstor Perlongher -uno de sus referentes-, se parapetó en ese estilo recargándolo o reclamándolo para operar con una determinada distancia mediante la que teatralizó su habla, en la que confluyeron voces diversas que, sin embargo, consiguió articular como un avezado ventrílocuo.

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Las entrevistas del libro Lemebel oral recogen el momento post Yeguas, aunque son citadas y repensadas por el cronista de manera constante. El colectivo formado con Pancho Casas ya los había puesto en un lugar destacado de la escena under de fines de los 80 que transitaba de la actividad artística al boliche, de la letra a la perfomance, del debate incesante a la marcha “se va a acabar, se va acabar la dictadura militar” . Tiempos de urgencia, de dedicación estética siempre enmarcada en un halo de angustia. Las Yeguas, completamente resueltas, aparecieron para poner e imponer sus estilos ingresando de lleno a los espacios para alterarlos con sus presencias impávidas y en ocasiones extravagantes. Un cierto hilo de continuidad con el artista visual y performer Carlos Leppe (pero apelando a otros registros) constituyó una cita oblicua con un autor que escenificó a la madre y al cuerpo como material fundamental.

Pero la irrupción perfomática de Las Yeguas del Apocalipsis se erigió de una manera provocadora mediante rituales descentrados que posibilitaron mecánicas de inscripción desatando un murmullo indisimulado en el ambiente cultural ochentero ya de repudio, ya solidario. Pedro Lemebel de entrevista en entrevista da cuenta de la importancia de estas intervenciones y su efecto en la ampliación de los espacios culturales portando una particular forma de travestismo con sus prendas suntuosas marcadas por el desgaste. El fin del colectivo marcó el ingreso de sus integrantes al espacio de la escritura como práctica primordial, como sede de reelaboración de sus presencias.

Pero Lemebel adoptó el formato de la crónica o de la neocrónica como prefirió nombrar a su hacer. La voz de pueblo pobre fue recogida con una impecable valoración estética. Esas voces están presente en estas crónicas-entrevistas en las que se rememora su paso biográfico por los espacios vulnerables y periféricos, invisibles para la hegemonía arribista noventera. Esa habla puesta como barrera y límite, como signo de la otra historia o la historia desde abajo, puso la barriada, al migrante del campo a la ciudad, a la pobla, a la señora de la esquina, en el centro de un sistema cultural que paulatinamente se vio comprometido a leer a escuchar a pensar. Pero esa voz, lejos de ser anecdótica, se volcó a establecer como centro discursivo la memoria y se dispuso a leer los signos en los que se engarzaba un presente que había sido pauteado en el consumismo como anestésico para el olvido de un pasado reciente plagado de calamidades.

Y esa voz escribía y describía la ultra pose de la loca como otra reivindicación al travesti pobre que atravesaba todos los tiempos en medio de una violencia multifocal difícil de resistir. Esa loca carente, extremadamente marginada, solo sostenida en un ingenio que impedía la devastación final. Esa loca, la misma que una vez José Donoso consiguió configurar en El lugar sin límites, la Manuela, entretención de la burguesía, deseo en la trastienda emocional del macho, condenada a un final fatal por el solo hecho de existir como deseo, esa misma loca se desplazó unas décadas para aparecer en el discurso cultural de Pedro Lemebel ya fuera de prostíbulo donosiano, lugar de encierro y de la exclusión más concreta, para alcanzar su necesaria libertad. Me refiero a la libertad impresa en una textualidad que consiguió hacer de la loca un arma, una observadora más que habilitada para leer los temblores sociales y el pánico burgués ante una irrupción inesperada.

“Ojo de loca no se equivoca” pregonó en sus columnas para señalar así los contenidos políticos que una y otra vez invocaba. Se posesionó así del ojo más cuestionado, el de la loca, para ubicarse en un campo visual agudo y festivo. Pero no se trataba solo de una política contingente sino especialmente de una posición que es posible pesquisar una y otra vez en las entrevistas. Eligió como interlocutoras de manera preferente a las mujeres y adoptó, como un gesto sin ambigüedad alguna, el apellido de la madre para rendirle su tributo y generar otra línea de relaciones, nuevos pactos que implicaban una alianza otra, marcada por los signos de los bordes y de los desbordes. Mostró su homosexualidad en un horizonte despojado de culpas y se negó a ser clasificado ante las preguntas equivocadas o equívocas que pretendían filiarlo o bien empujarlo a autoclasificaciones ajenas a él mismo.