Canción del corsario
En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
más a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.
Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.
¡No me olvides!… Si un día pasaras por mi tumba,
tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido…
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.
escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras
-la virtud a los muertos no niega ese favor-;
dame… cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!…
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Acuérdate de mí
Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.
Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna…
ni la muerte la puede aniquilar.
¡Acuérdate de mí!… Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.
Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.
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Al cumplir mis 36 años
¡Calma, corazón, ten calma!
¿A qué lates, si no abates
ya ni alegras a otra alma?
¿A qué lates?
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Mi vida, verde parral,
dio ya su fruto y su flor,
amarillea, otoñal,
sin amor.
Mas no pongamos mal ceño!
¡No pensemos, no pensemos!
Démonos al alto empeño
que tenemos.
Mira: Armas, banderas, campo
de batalla, y la victoria,
y Grecia. ¿No vale un lampo
de esta gloria?
¡Despierta! A Hélade no toques,
Ya Hélade despierta está.
Invócate a ti. No invoques
más allá
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Viejo volcán enfriado
es mi llama; al firmamento
alza su ardor apagado.
¡Ah momento!
Temor y esperanza mueren.
Dolor y placer huyeron.
Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.
¿A qué vivir, correr suerte,
si la juventud tu sien
ya no adorna? He aquí tu
muerte.
Y está bien.
Tras tanta palabra dicha,
el silencio. Es lo mejor.
En el silencio ¿no hay dicha?
y hay valor.
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Lo que tantos han hallado
buscar ahora para ti:
una tumba de soldado.
Y hela aquí.
Todo cansa, todo pasa.
Una mirada hacia atrás,
y marchémonos a casa.
Allí hay paz.
Camina bella, como la noche…
Camina bella, como la noche
de climas despejados y de cielos estrellados;
y todo lo que es mejor de la oscuridad y de la luz
resplandece en su aspecto y en sus ojos,
así suavizada en esa tierna luz
que el cielo al ostentoso día niega .
Una sombra de más, un rayo de menos,
han disminuido a medias la innombrable gracia
que ondea en toda la negra y lustrosa trenza,
o suavemente relampaguea en su rostro;
donde los pensamientos con dulzura serena expresan
cuán pura, cuán querida es su morada.
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Y sobre esas mejillas, y sobre esa frente,
tan suave, tan tranquila, sin embargo elocuente,
la sonrisa que triunfa, los matices que refulgen,
no cuentan sino de días en bondad pasados,
mente en paz con todo lo que está debajo,
¡corazón cuyo amor es inocente!
No volveremos a vagar
Así es, no volveremos a vagar
Tan tarde en la noche,
Aunque el corazón siga amando
Y la luna conserve el mismo brillo.
Pues la espada gasta su vaina,
Y el alma desgasta el pecho,
Y el corazón debe detenerse a respirar,
Y aún el amor debe descansar.
Aunque la noche fue hecha para amar,
Y demasiado pronto vuelven los días,
Aún así no volveremos a vagar
A la luz de la luna.
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