Desde diferentes partes del país y viviendo fuera de Colombia, la poesía emerge como un género que se aleja cada vez más de los círculos cerrados y se abre paso entre la música, las migraciones y la academia. Los poemas que leerán a continuación pertenecen a autoras y a un autor que buscan a través de la creación el movimiento. Cada uno de ellos ha dedicado su trabajo a la exploración de narrativas diversas; Verónica Matallana Chaves, por ejemplo, ha realizado un trabajo de archivo y collage en el que ubica en el centro la pregunta sobre lo vegetal. ¿Cómo somos lo que somos en la naturaleza que habitamos?, puede ser una de los interrogantes que surgen en su proceso. A Diego Santamaría , por su parte, le interesa el sonido y las formas en las que la palabra y la música rompen los límites de los formatos. Su poesía está generalmente escenificada entre algo que no podríamos llamar canciones, pero tampoco podríamos decirles solo ruido. Camila Taborda, una poeta antioqueña, escudriña en el pasado de su existencia y como una epifanía nos presenta versos dolorosos, atroces y magníficos. No hay escapatoria después de leerla y, para finalizar, tenemos a Juliana Osorno-Ángel y a María A. Argel Guerra: ambas desde la frontera, la primera desde Sao Paulo y Argel desde Nueva York, ubicadas en un mapa regido por su lengua y por un pasado de barrios de la costa y el centro del país. Todo lo que dicen sus poemas habla de mujeres que crecieron en contra incluso de sí mismas y habitan un mundo dividido. Espíritus en diáspora.
Es importante para la tradición literaria que haya un surgimiento de voces, pero es más importante que estas voces sean reconocidas, publicadas y compartidas. Esta es una pequeña muestra para rescatar universos que se conectan sin siquiera saberlo.
Abismo nuevo
En el centro del patio,
Encontramos abierta la tierra
estrenamos abismo
para suponer
estruendosos estornudos
en coro
suelen detonar las alarmas,
diluvios de alcoholes,
pero eso no fue
los profetas del instinto
han dicho que una vez
se hace el ruido en ti
hay que correr hacia él.
si escuché un trueno,
puede que crezca
un rayo con frutos
hay radiantes jugos
para cada sed
si escuché una queja
podríamos regarla
y desconfiar de sus brazos
moviéndose bajo la tierra
¿a dónde corro si el que suena es mi trueno,
si el grito es mío,
si yo hago el ruido del estruendo?
Diego Santamaría, Bogotá
Banco de la República
En diez días ha muerto mamá.
El tiempo no retrocede
La cicatriz está viva
Vuelvo a ella como si todos los dolores fuesen uno sólo.
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Siempre que es el día de la madre
luego muere mamá
Es una misma incertidumbre cerrándose sobre mí.
extendiéndose sobre lo que será
aplastando mis párpados
matándome también a mí
¿Quién sobrevive aquí?
Mi memoria es una res marcada
por aquel veinte de mayo.
Ya me fui de Medellín
salí a hacerme grande
Tal vez nadie lo sepa
pero dentro soy un espíritu asustado
un conjunto de bebé tembloroso
alguien que no se encuentra
A dónde iré a curarme
si en todos lados me topo heridas.
En diez días habrá muerto mamá,
han pasado ocho años,
un ocho infinito, incalculable,
han pasado tantos y tantas
¿Dónde estoy?
Soy la excusa de mi madre
Su muerte, mi excusa perfecta.
Nadie se mete con los muertos
y a los vivos nos lleva el diablo.
¿De dónde me fui?
Soy una mujer,
una tumba
un escritorio ahogado en papeles
una firma sin firmar
el llanto mudo de mi abuela
el cabello naciente de mi mujer.
Me acecha una responsabilidad interna,
sin nombre,
una dirección desconocida.
el tedio de todos los que se quedan
como un perro que se huele la cola dando vueltas.
Soy la soledad queriendo estar sola.
Repaso mi nombre.
¿Existirá la fuente de las respuestas?
Me burlo en otros de lo que soy.
¿En qué lugar me dejé?
¿En cuáles corazones habito?
Madre, encima de mí están las nubes.
A veces voy al mar
vivo en una ciudad en la que no viviste
todavía te busco en el transporte público
en el calor de los cuerpos en la oscuridad
esperando tus respuestas,
un nido de consuelo.
Quisiera desembarazarme de mí
de quien ya no soy.
Preñarme en un encuentro con la verdad.
Robarme la vivacidad que enterramos
una mañana de sábado
por la que no lloro más.
Cambiarme este cuerpo por unas alas
Dejar de perseguir la paz en la marihuana.
¿Cuándo dejaré de existir?
Faltan diez días para que mueras
No extraño nada
Es igual a decir: no hay deseos aquí.
El tiempo es invisible.
Mamá:
Me extraño a mí.
Camila Taborda, Concepción, Antioquia.
*
Sé la destructora
rómpelo todo
no te bañes,
muerde y araña.
Crea callos,
hiérete
pero hiérelos más.
Haz de tu hogar
un lugar inhabitable
y vete al monte.
Deja que ellos
limpien los destrozos.
Juliana Ángel-Osorno, Sao Paulo
Palabra
Dar nacimiento a una serpiente para desenredar las entrañas
hechas raíz
en el vientre infértil
Domarla
Intento domarla
Hasta que escapa por mi boca
Le nacen pies
brazos
Se hace independiente
siembra su veneno
en quien le dio de comer
Verónica Matallana Chaves, Bogotá
*
donde crecí
había una calle oscura
silenciosa alejada de todo
que transitábamos
en vehículos adolescentes
reíamos allí fumábamos allí
nos confundíamos con las sombras
de salvajes arbustos
las rodillas los codos
se nos teñían de tierra
todo lo hacíamos de noche
mi mamá no me deja pero igual te beso
te atrevías a decirme
fue entonces cuando aprendí
el sonido de los gatos
apareándose
el de las lagartijas
congeladas
en los marcos de las ventanas
y el de un pájaro
al que nunca llegué a ver
fue entonces también
cuando aprendí a tocar otras caras
con desparpajo
de aquellos días guardo
una marca lunar
sobre el dorso de la mano derecha
que es con la que escribo
sin embargo
he olvidado tanto
como si hubiera tenido que solaparme
sobre mí misma
para existir
el horizonte
se extendía
desde aquella calle
maleza negra abundante
después de eso estamos tu y yo
me decías con los labios azules
por las paletitas de menta
que comíamos
para ocultar el olor
a alcohol
ahora estoy muy lejos
y ya no te amo
los párpados de la gente
sus maneras de mirar el reloj
de cabecear
de dar las gracias
parecen el revés
de nuestra infancia
en estas grandes ciudades
me dedico a soñar
con una mujer sin rostro
ni certezas
que bien pudo haberme mirado
por primera vez
desde aquel horizonte oscuro
lo digo
porque
incluso
en el más extranjero
de los paisajes
sigo siendo
una niña
María A. Argel Guerra, Nueva York
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