La novela tiene una estructura interesante, similar a la que ofrece La Tia Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa, en cuanto al tratamiento de capítulos pares e impares. En Borealis los capítulos impares pertenecen a un presente contemporáneo, en el cual el protagonista, Artur Bradley, famoso intérprete de armonio, es invitado a Akiralia a grabar la obra del genio prodigioso del “noble ejercicio de los tonos”, Apogeo Borealis. Allí se encuentra con un régimen político totalitario y se ve envuelto en una conspiración. Por otro lado los capítulos pares, ubicados en un pasado cercano al barroco tardío o clasicismo temprano (si de periodización musical hablamos), relatan la vida, obra y tiempo del compositor Apogeo Borealis, genio prodigioso de la armonía, músico al servicio del sempiterno orden cósmico, director musical del Observatorio Mayor, luthier de armonios y creador de una música de alcance universal, una música total.
Capítulo a capítulo, en una suerte de montaje paralelo con saltos en el tiempo, Juan Carlos Garay le revela al lector la biografía del compositor y la personalidad del intérprete, la arquitectura, el olor y la gastronomía típica del lugar, el intríngulis político del pasado y del presente, las fuerzas del cosmos que hacen y deshacen, así como las curiosas, divertidas y dramáticas relaciones de los protagonistas con los demás personajes, entre muchos más aspectos.
La música, siempre presente en la obra de Garay, adquiere aquí un valor máximo. A pesar de la prematura muerte del protagonista de los capítulos pares, el autor logra construir una carrera prolija del compositor. Garay seguramente revisó la vida de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) para formarse una idea de compositor precoz y prolífico. Los argumentos del análisis de la obra de Borealis, el catálogo de su obra y la aproximación a la interpretación de Bradley, hacen que la novela entre a un subgénero que pudiera denominarse como musicología fantástica. De hecho, en la trama existe un Comité Central de Musicología con una filiación muy gobiernista. El detalle y descripción de la música que ofrece el autor son un gancho delicioso para cualquier melómano, músico o ingeniero de sonido. La banda sonora de la novela pareciera ser real. Solo un elemento sonoro verdadero está presente: se trata de Los Beatles, quienes tienen el derecho y merecen estar en mundos paralelos.
Las referencias a la música y al mundo de la ingeniería de sonido, tan válidas y reales como para ser compartidas en una clase de producción musical, hacen de la novela un texto que pueda ser oido, además de ser leído. Los detalles de los negocios musicales en cuanto a sellos discográficos, discos piratas, prensaje de discos, lineamientos estéticos, etcétera, le añaden un toque de realismo que encaja perfecto en esta acertada y deliciosa especulación musical. Por ejemplo, el instrumento de Borealis y Bradley, el armonio, que acorde con el diccionario enciclopédico Grove Music Online fue patentado en 1842 por Alexandre-François Debain, se toma la licencia de ser ubicado en la novela atrás en el tiempo, donde adquiere dimensiones enormes, tanto en tamaño como en significado musical. Me atrevo a decir que es la novela de
Publicidad
Garay que mas cómodamente se podría trasladar a la imagen en movimiento, quizás con un tratamiento de biopic musical, género audiovisual muy de moda en estos tiempos posmodernos.
Tal como la composición de Apogeo Borealis llamada Circulares eternos 8 , esta novela está escrita en tonalidad menor, si de afectos musicales nos referimos. El ocaso del Bradley, un artista con “derecho a cierta extravagancia”, una especie de Glenn Gould (1932-1982) que se ve involucrado en un intríngulis político, las avestruces, el régimen político del lugar, la insurgencia que consume flexidiscos o discos prensados en radiografías, (como era usual en la Union Soviética para esquivar la censura), el amor fallido o la profecía apocalíptica, por decirlo de alguna manera, hacen que la novela tenga, dentro de la distopía que la envuelve, esa tonalidad menor propicia para la tristeza o la melancolía.
Las dos lunas de Akiralia, ilustradas por Patricia Martínez Linares en la portada, son parte fundamental de la trama ya que sus fuerzas cósmicas crean un efecto de alta trascendencia. Precisamente el componente astronómico de la novela, detallado como solo alguien con conocimientos en el campo puede hacer, es tan importante como el componente musical. Viene a ser una aplicación de la armonía las esferas, teoría de orden pitagórico que buscó argumentar la perfecta armonía de los astros y la generación de una melodía constante en el cosmos.
En el mundo fantástico de Borealis , con olor a cardamomo, coches tirados por avestruces, filetes de la misma ave como plato característico, teatro, pintura, astronomía, y política, la música (esa “ciencia de los tonos”) es la protagonista. No sería descabellado que luego de la lectura quede uno tentado a buscar la discografía de Apogeo Borealis, pues la novela tiene ese elemento real que produce la música, el poder de la música, el poder de imaginar y transformar, incluso, hasta al mismo universo.
Los diálogos, los personajes que acompañan a los protagonistas, el juego con el tiempo, las particulares definiciones del amor y de la misma música nutren la narración y cautivan la atención del lector. Los capítulos, diecinueve en total, tienen una extensión de entre cinco y siete páginas que pueden ser leídos consecutivamente o, debido a su estructura, pueden ser leídos primero los pares y luego los impares, si se desea romper paradigmas. Yo prefiero su estructura original. Borealis, dedicado a las dos personas más interesantes que el autor conoce, sus hijos, debe estar en la biblioteca de todo amante de la música, la astronomía y las demás artes.
BONUS TRACK: “¡Por todos los planetas!.. ¡Por todas las constelaciones!” Sin duda recomiendo su lectura. Además, propongo abrir un club de fans de Apogeo Borealis, hacer una listening party del Álbum eléctrico y continuar la discusión entre la estética de las grabaciones de una interpretación histórica informada y una más modernista.
Publicidad