Ver teatro es muy parecido a imaginar. Ante ti se presentan imágenes claras, percibes los olores y tienes una sensación en el cuerpo particular que no intenta buscar la verdad de los hechos sino su estructura: de qué están compuestas nuestras ensoñaciones, cómo se relaciona lo que creo ver con lo que de verdad veo. Los del Teatro Petra lo saben, saben que en las tablas ocurre una especie de hechizo, un juego en el que actores, técnicos y público aceptan una regla suprema: todo lo que ocurra en la sala está por encima de lo veraz o de lo objetivo.
Estuve en una de las funciones de Una banda sonora , la obra que presenta Petra hasta el 15 de junio y lo que pensé acerca de esta pieza se parece más a lo que pienso de mis sueños que a lo que pienso de la realidad. Dirigida por Fabio Rubiano, cuenta la historia de una familia en medio de una guerra sin nombre —como si el nombre de una guerra importara— que está atrapada dentro de una casa que se cae a pedazos. Del techo se resbalan los escombros de un pasado en el que los llantos de bebés recién nacidos no eran utopías consumidas por el dolor, y por todo el suelo hay desperdigados pedazos de una vida estancada por la violencia.
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Marcela Valencia es la protagonista de este relato. Presentada como Damaris, la que se resiste a irse, sirve de catalizadora de la marea de emociones que Una banda sonora supone : diálogos camuflados por el sonido de las balas, la estridencia de las advertencias y la caída de paredes y tejas. Es una obra experimental, Rubiano en su presentación dijo que trataban de “bajarle intensidad a lo que son buenos” (el guion) y “subirle” a otros dispositivos narrativos (el sonido). Por eso aparece en un plano más inclinado hacia lo onírico, las palabras se mezclan con lo que ocurre de puertas para afuera y todo adentro es de la textura de la confusión, ¿los rostros pertenecen a los nombres que tienen?, nos lo preguntamos. ¿Quiénes son los animales que matan niños y devuelven las cenizas a sus madres en sobres sin letras? No importa. Qué importa cuando la casa, que es el cuerpo, termina siendo un campo de batalla.
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La línea de sangre de tres hermanas que intentan huir de sí mismas según pueden y las cartas que recorren una ciudad apaciguada. Cada elemento parece retratar la impertinencia del conflicto.
Con actuaciones de Derly Neira, Sharon Pacheco, Juanita Cetina, Bernardo Maximiliano García y Juan Diego Marín, Una banda sonora desmenuza el tiempo y lo convierte en otro, en donde no solo el drama y la tragedia importan, también el sexo, el baile, la risa y el deseo. Como en la poesía, el teatro convierte el pasado, el presente y el futuro en un plano combinado y al mismo tiempo anulado. Nadie sabe cuantos años dura una escena y cuantos minutos un final. Esta obra usurpa el lugar de la imaginación y plantea una pregunta escasa: ¿Qué estaba sonando en el mundo cuando mi casa fue destruida? Entre música y sollozos, es posible atender la respuesta.
Con una precisión técnica impactante, cada sonido corresponde a cada sentido: el sabor, el tacto, el oído. Todo se desploma al momento en el que debe desplomarse. Todo se calla cuando la palabra reina por encima del disparo, entonces no pareciera que estuviera pensada así, como la banda sonora de una guerra sino como la música de un desastre incontenible.
Sobre el mensaje de esta pieza teatral seguramente variará entre cada asistente, sin embargo, hay una certeza y es la del victimario sin rostro, tan parecido a todos los otros, tan lleno de anonimato y generalidad, tan sin palabra, tan llenos de vacío. Mientras que las víctimas tan diversas, tan complejas, tan llenas de asombro y tan vaciadas de esperanza.
Los del Teatro Petra saben envolver una bala entre sus manos y, al abrirlas, dejar escapar un pájaro amarillo.