Con el movimiento impresionista, muchas de las formas de pintar cambiaron. La necesidad de capturar un momento preciso del día o de una situación particular, hizo que —por ejemplo— los óleos fueran ajustados a pequeños tubos para facilidad de movimiento de los artistas, esas fueron las primeras veces en el que los pintoress salieron de los estudios para buscar las escenas cotidianas que se convertirían en obras.
Así la cotidianidad adquiere un margen de protagonismo dentro de las obras impresionistas. Pintar al aire libre implicaba lidiar con los imprevistos del clima: huir de la lluvia y acostumbrarse al sol implacable del verano. Sin embargo, todos lo elementos y detalles que dan forma a los ecosistemas, en muchas ocasiones, escapan de nuestros ojos y hay que volver sobre esas pinturas para ver el paso del tiempo y además, intentar reconstruir desde la imaginación, cómo eran los lugares en los que se crearon las obras.
En ese trabajo ha estado inmersos algunos curadores del Museo de Arte Nelson-Atkins, ubicado en Kansas City, en Estados Unidos. Todos se han visto volcados sobre una obra de Vincent Van Gogh, "Olive Trees", publicada en 1889, cuando el pintor estuvo recluido en el asilo de Saint-Rémy-de-Provence, en Francia. La pintura hace parte de una serie homónima, conformada por 15 pinturas en total.
Los paisajes responden a los lugares que rodeaban el asilo, no en vano buena parte de la producción de Van Gogh oscila entre paisajes de Olivos y campos de trigo. El artista consignó en las muchas cartas enviadas a su hermano Theo que, "Olivos en un paisaje montañoso", una de las pinturas de la serie, era el complemento o el lado B de su exitosa obra "La noche estrellada".
Publicidad
Varios historiadores han dicho que el significado de estos paisajes responden a la relación entre el hombre y la naturaleza, al representar uno de los ciclos de la vida, la cosecha o la muerte. Ese fue el alivio de Van Gogh, quien encontró alivio en la naturaleza luego de combatir con su cabeza durante buena parte de su vida. Uno de los hallazgos del equipo del Museo de Arte Nelson-Atkins, responde a su cercanía con la naturaleza y los traspiés de pintar fuera del estudio. De acuerdo con los expertos, en medio de la pintura, habita el cuerpo de un saltamontes muerto.
Desde hace más de un centenar de años, el insecto ha estado inmerso en el cuadro y, aseguran los expertos, lo más probable es que el saltamontes ya estuviera muerto antes de insertarse por error y para toda la eternidad entre los trazos de Van Gogh.