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"Historia del arte sin hombres" descubre el valor creativo de las mujeres

La historiadora del arte británica Katy Hessel propone en el ensayo "Historia del arte sin hombres" echar abajo el concepto de canon occidental y dar voz a gente a la que se ha excluido del relato del arte, además de dar cabida a géneros que no son la pintura o la escultura.

Katy Hessel
Katy Hessel para la Galería de Pintura de Dulwich.
DPG.

En una entrevista con EFE, Hessel abre ese canon a "otras formas de arte a las que no se suele prestar tanta atención, como el textil, la costura o la confección de collares". Es directora de la cuenta de Instagram @thegreatwomenartists, que celebra diariamente a las mujeres artistas desde octubre de 2015.

Su propósito es que, cuando se hable de artistas que definen el canon, no solo se piense en Giotto, Botticelli, Tiziano, Leonardo, Caravaggio, Rembrandt, David, Delacroix, Manet, Gauguin, Van Gogh, Kandinsky o Pollock. Pide que se reconozca también a Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana, Elisabetta Sirani, Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffman, Harriet Powers, Edmonia Lewis, Frances Macdonald, Margaret Mackintosh, Clara Peeters, Suzanne Valadon, Hannah Höch, Ruth Asawa, Lee Krasner, Ana Mendieta, Howardena Pindell y Lubaina Himid.

"Historia del arte sin hombres" (editorial Ático) comienza en el Renacimiento (siglo XVI) con la monja dominica Plautilla Nelli, "primera que pintó 'La Última Cena'", pero da noticia de otras anteriores, como Hildegarda de Bingen en el siglo XII, y advierte que el escritor romano Plinio ya hace referencia a algunas mujeres artistas, sin que hayan quedado registros de sus obras.

Recoge Hessel ejemplos de artistas latinoamericanas que despuntaron, sobre todo en el comienzo del siglo XX, como la brasileña Tarsila do Amaral, "una pintora clave en la redefinición de la identidad brasileña en las primeras décadas del siglo pasado", o Frida Kahlo y Tina Modotti, en México.

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La primera gran artista renacentista fue, según Hessel, la italiana Sofonisba Anguissola, que vivió en un tiempo en el que las mujeres tenían prohibido dedicarse a la pintura de escenas religiosas, por lo que tuvieron que limitarse a los retratos. "Trabajó para la corte española y se ciñó con maestría a las convenciones retratísticas, aunque también compuso retratos con escenas, retratos femeninos de grupo en los que sus rostros dan cuenta de la agudeza psicológica de su autora, y además se deleitó en la pintura de fondos paisajísticos en algunos de sus retratos", explica Hessel.

Obra femenina, autor masculino

En muchos casos, la casi inexistencia de artistas mujeres se ha debido a que sus obras acabaron atribuyéndose a autores masculinos. "Un cuadro del siglo XIX, el retrato 'Marie Joséphine Charlotte du Val d'Oignes', atribuido durante largo tiempo a Jacques-Louis David, y adquirido en 1917 por el MET de Nueva York por unos 200.000 dólares, se descubrió posteriormente que lo había pintado una mujer", según ilustra Hessel.

"Más que un enmascaramiento de la identidad de la autora, es que, una vez que el cuadro entraba en los mecanismos del mercado, se atribuía a un autor masculino, porque así era más fácil venderlo", apunta. Con una visión diacrónica, Hessel concluye que las mujeres se vieron relegadas a retratos y bodegones con maestría hasta el siglo XIX; en el Siglo de Oro neerlandés, la pintora Rachel Ruysch "dominó el mercado del arte" de su país, "incluso llegó a cotizar por encima de Rembrandt en vida".

Libertad y ebullición

En el siglo XX, con las primeras vanguardias, se produce un momento efervescente, a juicio de la historiadora, porque, "de repente, todo cambia, la gente tiene más libertad, las mujeres obtienen el derecho al voto, pueden viajar solas y empezar a plantearse las posibilidades del arte".

A finales de esa centuria, continúa, irrumpen "las artistas que en sus 'performances' utilizan su propio cuerpo a la vez como sujeto y objeto, con lo que, libres del escrutinio patriarcal, confrontan y cuestionan una larguísima tradición de cosificación de sus cuerpos".

Admite Hessel que la fotografía y el cine mejoraron las condiciones de acceso de las mujeres a la creación artística, por ser "artes que no tenían siglos de patriarcado a sus espaldas". Y se detiene en un caso paradigmático del siglo XIX, la estadounidense Harriet Powers, que nació en la esclavitud, aprendió el oficio de la artesanía en su familia y confeccionó 'quilts' extraordinarios.

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Más llamativa es la historia de la baronesa alemana Elsa Von Freytag-Loringhoven, que inventó el concepto de "object trouvé" antes que Marcel Duchamp y fue la primera dadaísta. Y ahora, por primera vez, hay mujeres en las direcciones de los museos encargadas de las exposiciones, que ven que ha llegado el momento de la obra de más mujeres, y "hay también conciencia de la falta de representatividad en términos de género".

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