
En medio de las convulsiones sociales, políticas y culturales que marcaron a Colombia entre los años sesenta y noventa, un grupo de mujeres artistas se abrió paso en un mundo del arte en el que relucían nombres masculinos como Omar Rayo, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Fernando Botero.
Beatriz González, Feliza Bursztyn, Fanny Sanín, Olga de Amaral, Lucy Tejada, Clemencia Lucena y Ana Mercedes Hoyos se convirtieron en referentes fundamentales del arte moderno y contemporáneo colombiano, cada una desde su particular lenguaje estético y conceptual.
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Estas creadoras compartieron mucho más que una época: coincidieron en exposiciones, influencias, luchas comunes y, en muchos casos, un sentimiento de visibilizar los conflictos sociales del país. Por eso, Beatriz González dijo: “el arte debe responder a la historia, aunque sea desde la ironía o el dolor” (El Tiempo, 1996).
Los vínculos
Aunque sus estilos difieren, es posible rastrear algunas afinidades profundas entre sus obras. Por ejemplo, Fanny Sanín desarrolló una abstracción geométrica rigurosa, centrada en el uso del color plano y la simetría meditativa. A la par, Olga de Amaral transformó la tradición textil en un lenguaje escultórico contemporáneo, fusionando arte y artesanía con materiales como lino, yute y pan de oro. Ambas compartieron una sensibilidad hacia las formas puras y los valores estéticos que trascienden la figuración.
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Por otro lado, artistas como Clemencia Lucena y Lucy Tejada abordaron el arte desde una mirada crítico-social. Lucena, militante del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), utilizó su obra como herramienta política. “El arte debe tener función y compromiso, no basta con ser bello”, declaró en una entrevista recogida por El Espectador en 1980. Tejada, con un estilo expresionista, retrató escenas cotidianas y femeninas cargadas de denuncia social y humanismo.
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El nombre y las muestras de la obra
Estas mujeres no trabajaron en el aislamiento. Participaron en exposiciones conjuntas organizadas por entidades como la Asociación Amigos del Arte y el Museo de Arte Moderno de Bogotá, donde figuras como Marta Traba promovieron una mirada más profesional e independiente del arte colombiano.
Según Casas Riegner, Beatriz González y Feliza Bursztyn coincidieron en numerosas muestras nacionales e internacionales, como la reciente revisión "Off-Register: Publishing Experiments by Women Artists in Latin America, 1960–1990", que recupera el trabajo impreso de artistas mujeres del continente.
En el caso de Bursztyn, su obra disruptiva y cargada de movimiento la llevó a confrontar las estructuras patriarcales del arte. Con sus "chatarras", como se autodenominaban sus esculturas metálicas animadas, introdujo el humor, el erotismo y la crítica en un campo dominado por la solemnidad. Su legado ha sido revalorado en las últimas décadas como una de las pioneras del arte feminista latinoamericano.
Tradición y ruptura
Ana Mercedes Hoyos, cuya carrera se extendió desde el arte pop hasta el retrato de la cultura afrocolombiana, también consolidó una propuesta visual cargada de simbolismo e identidad. "No se puede pintar el Caribe sin pintar su gente", afirmó en una entrevista con la Universidad de Antioquia en 1998. Su obra se relaciona con la de Olga de Amaral en su búsqueda de un lenguaje visual propio basado en las raíces culturales del país.
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El trabajo de estas artistas no solo transformó el panorama plástico colombiano, sino que creó una genealogía alternativa al canon oficial. Aunque sus relaciones no siempre fueron directas o documentadas como un movimiento formal, lo cierto es que compartieron espacios, causas y una determinación por hacer del arte una herramienta de pensamiento, belleza y rebeldía.
Hoy, sus nombres resurgen en exposiciones retrospectivas, publicaciones y nuevas lecturas críticas que reconocen su impacto colectivo. En una era donde el reconocimiento histórico se reescribe con perspectiva de género, estas artistas se reafirman como una red de vanguardia que abrió caminos para las generaciones nuevas.
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