
Un equipo internacional de investigadores ha desarrollado un método revolucionario que utiliza inteligencia artificial (IA) y modelización estadística para resolver uno de los enigmas más antiguos de los estudios bíblicos: ¿quién escribió realmente la Biblia?
El estudio, publicado recientemente en la prestigiosa revista académica PLOS ONE, combina tecnología de vanguardia con análisis lingüístico para identificar a los autores de diversos pasajes bíblicos, algunos de los cuales fueron escritos hace aproximadamente 2.800 años.
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La percepción de la Biblia varía enormemente según la perspectiva. Para millones de fieles, representa la palabra divina transmitida a través de intermediarios humanos. Sin embargo, según The Times of Israel, la investigación académica contemporánea la analiza como un documento histórico compuesto por múltiples capas textuales que evolucionaron a lo largo de siglos.
Este método basado en IA ofrece ahora herramientas objetivas para distinguir entre esas distintas voces autorales.
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"Hasta donde puedo juzgar, los primeros textos de la Biblia se compusieron en el Reino de Israel en la primera mitad del siglo VIII a.C.", afirma el profesor Israel Finkelstein, director de la Escuela de Arqueología y Culturas Marítimas de la Universidad de Haifa (Israel) y uno de los autores del estudio. "La composición de textos se intensificó en el siglo VII [a.C.] en Judá, principalmente en tiempos del rey Josías", según indicó a The Times of Israel.
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Thomas Römer, experto bíblico del Collège de France y coautor del estudio, aclara un punto fundamental: "No hay autores de la Biblia en el sentido moderno. Las versiones originales de los pergaminos fueron reelaboradas y reescritas continuamente por redactores que añadían, alteraban y a veces también omitían partes de los textos anteriores".
Orígenes del proyecto
El proyecto nació de manera casi accidental. En 2010, la matemática Shira Faigenbaum-Golovin y el arqueólogo Israel Finkelstein se unieron para analizar inscripciones en antiguos fragmentos de cerámica.
Aplicando técnicas estadísticas para comparar estilos de escritura, lograron identificar distintos autores de textos del año 600 a.C. Este hallazgo, que mereció la portada del New York Times, despertó una pregunta ambiciosa: si estas herramientas funcionaban con breves inscripciones en barro, ¿podrían aplicarse a la Biblia?
"Llegamos a la conclusión de que los hallazgos en esas inscripciones podían ofrecer pistas valiosas para datar textos del Antiguo Testamento", explica Faigenbaum-Golovin, según un comunicado de la Univerisdad de Duke."Fue entonces cuando empezamos a reunir a nuestro equipo actual, que podría ayudarnos a analizar estos textos bíblicos".
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Una colaboración interdisciplinar
El equipo, encabezado por Faigenbaum-Golovin, reunió a profesionales de diversas disciplinas: arqueólogos, biblistas, físicos, matemáticos e informáticos. Esta colaboración única permitió desarrollar un sistema capaz de analizar patrones lingüísticos sutiles que revelan diferentes estilos de escritura.
"Es una colaboración única entre la ciencia y las humanidades", afirmó Faigenbaum-Golovin. "Es una simbiosis sorprendente, y tengo la suerte de trabajar con personas que utilizan la investigación innovadora para ampliar los límites".
Estilos ocultos en la Biblia hebrea
Los investigadores se centraron en los nueve primeros libros de la Biblia hebrea –seleccionando 50 capítulos–, conocidos como Eneateuco, y clasificaron los capítulos en tres tradiciones autorales ya reconocidas por la crítica bíblica: los textos del Deuteronomio, la Historia Deuteronomista (de Josué a Reyes) y los Escritos Sacerdotales (presentes en Génesis, Éxodo y Levítico).
La metodología resultó sorprendentemente efectiva al analizar palabras comunes y sencillas. "Descubrimos que cada grupo de autores tiene un estilo diferente; sorprendentemente, incluso en lo que se refiere a palabras sencillas y comunes como 'no', 'que' o 'rey'. Nuestro método identifica con precisión estas diferencias", afirma Römer.
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El equipo adaptó un algoritmo, desarrollado en el campo de la estadística, que analiza la distribución de palabras y creó un diccionario de términos para cada escuela de autoría, con aproximadamente 1.447 términos únicos.
Según recopila The Times of Israel, los investigadores descubrieron que palabras como Elohim (uno de los nombres de Dios) y lo (que significa "no" en hebreo) caracterizan los textos del Deuteronomio. La Historia Deuteronomista incluye estas mismas palabras con frecuencia, además de melech (rey) y asher (que). Por último, zahav (oro) es característica del corpus de los Escritos Sacerdotales.
"Tomamos una palabra concreta y comprobamos el número de veces que aparecía en un texto", explicó Faigenbaum-Golovin. "Podíamos cuantificar la distribución de la palabra en el texto uno y en el texto dos y comprobar si eran iguales".
Validación y hallazgos inesperados
Los resultados fueron extraordinarios: "En el 84 % de los casos, la atribución automática coincidió con las evaluaciones de los eruditos bíblicos", afirmaron los investigadores a Times of Israel. El sistema confirmó que el Deuteronomio y los libros históricos eran más parecidos entre sí que a los textos sacerdotales, algo que ya es consenso entre los biblistas.
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Pero también hubo descubrimientos sorprendentes. Por ejemplo, aunque las dos secciones de la Narrativa del Arca en los libros de Samuel abordan el mismo tema y a menudo se consideran partes de una misma narración, el análisis reveló que fueron escritas por autores diferentes.
"La mayoría de los eruditos piensan que la narración de I Samuel y la de II Samuel pertenecen a la misma historia, mientras que una minoría considera que la primera es una historia originalmente independiente. Nuestro análisis ha demostrado que la opinión de la minoría es correcta", explicaron los investigadores.
Esta herramienta también se aplicó a textos cuyo origen es más debatido, como el Libro de Ester o algunos pasajes sobre Abraham en el Génesis. En ambos casos, el algoritmo concluyó que no se ajustan a ninguno de los tres estilos principales, lo que respalda la hipótesis de que fueron redactados más tarde o por autores externos a las corrientes dominantes de la Biblia hebrea.
Desafíos metodológicos
Para llegar a sus conclusiones, el equipo enfrentó obstáculos significativos. Dado que la Biblia ha sido editada múltiples veces a lo largo de los siglos, los investigadores tuvieron que localizar segmentos que conservaran su redacción original, que a menudo eran extremadamente breves.
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"Pasamos mucho tiempo convenciéndonos de que los resultados que obteníamos no eran simplemente basura", confesó Faigenbaum-Golovin, según el comunicado de prensa. "Teníamos que estar absolutamente seguros de la significación estadística".
Para sortear el problema de la escasez de datos, en lugar de utilizar aprendizaje automático tradicional, que requiere grandes volúmenes de información, los investigadores emplearon un método más directo comparando patrones de frases y frecuencias de palabras.
Nuevas aplicaciones para textos antiguos
Las implicaciones de este estudio van mucho más allá de la Biblia. "El estudio introduce un nuevo paradigma para analizar textos antiguos", resumió Finkelstein.
Faigenbaum-Golovin señaló que la misma técnica podría aplicarse a otros documentos históricos: "Si se buscan fragmentos de documentos para averiguar si fueron escritos por Abraham Lincoln, por ejemplo, este método puede ayudar a determinar si son reales o una falsificación".
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Los investigadores planean ahora aplicar su modelo a otras partes de la Biblia y a textos como los Rollos del Mar Muerto. "Hay muchas cuestiones abiertas en relación con los libros proféticos, así como con las últimas revisiones del Pentateuco", señaló Römer. "Este método será de gran ayuda para obtener resultados más objetivos".
*Editado por Felipe Espinosa Wang con información de PLOS One, Universidad de Duke y Times of Israel.
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