Leópolis, una ciudad grande en el oeste ucraniano, ha estado relativamente a salvo de los combates desde el inicio de la invasión rusa hace dos meses, con excepción de algunos mortales ataques aéreos.
Miles de personas, principalmente mujeres y niños, han huido a Leópolis o cruzado la ciudad para llegar a Europa desde el inicio de los combates.
"Yo no sé como mis colegas han hecho para permanecer en Járkov. Los que han huido y quienes están conmigo dicen tener la impresión de que la ciudad fue arrasada", indicó Romana.
Autores al frente
Iaremyn dijo que la librería reabrió un día después de la invasión, brindando refugio en el sótano cuando se dispararon las sirenas de ataque aéreo, y organizó sesiones de lectura con niños desplazados.
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Durante la primera ola de llegadas, padres que habían dejado sus casas con casi nada acudieron en busca de cuentos de hadas para distraer a sus hijos en los búnker.
Algunos de ellos compraron "Polinka", la historia de una niña y su abuelo publicada justo antes de la invasión y escrita por un hombre que ahora está en el frente de combate.
"Él quería dejar algo para su nieta", explicó.
De los estantes de la sección de adultos, Iaremyn tomó una colección de ensayos sobre mujeres ucranianas olvidadas por la historia. Su autor también está combatiendo a los rusos, dijo.
"Muchos de nuestros autores están ahora en el ejército", indicó.
Los niños quieren leer
Con las sirenas en Leópolis anunciando el fin de una alarma matinal de ataque aéreo, los baristas regresan a sus cafeterías antes de la próxima alerta.
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En un día soleado de cielo azul, las numerosas librerías de la ciudad están abiertas.
Además, en un túnel peatonal bajo una carretera en el centro de la ciudad, varios puestos venden traducciones de clásicos como "1984" de George Orwell o incluso mangás japoneses.
Cerca del museo Arsenal Real, una paloma se posa sobre la cabeza de una estatua de Ivan Fyodorov, un impresor del siglo XVI de Moscú y enterrado en Leópolis.
A sus pies, cuando no llueve y no hay sirenas, algunos vendedores de libros usados aguardan a los clientes.
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Con abrigo celeste y gorro de lana, Iryna de 48 años se sentó cerca de los libros de historia y literatura para la venta o alquiler.
El alquiler de libros solía ser popular entre las generaciones mayores, indicó.
Iryna, quien no reveló su apellido, dijo que paró de trabajar por más de un mes después de que estalló la guerra.
Cuando regresó a la plaza empedrada a inicios de abril, muchos padres del este llegaron en busca de libros para sus niños.
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"Les di un montón porque los niños quieren leer", contó.