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Era 1999, lo recuerdo porque en televisión todo estaba dedicado a la bienvenida del nuevo milenio: las opiniones estaban divididas; por un lado, la alegría se desbordaba por la promesa de un futuro con carros voladores y, por el otro, el terrible presentimiento que conjuraba el fin del mundo se apoderaba de los más desprevenidos. Yo era apenas una niña de cinco años que vivía en una vereda de Rionegro, Antioquia, y salía a recorrer montes helados que rodeaban mi casa. En mi familia, la fiesta ha sido una consagración; mi papá tenía sus discos guardados en orden alfabético y, en medio de nuestra rústica situación económica, el equipo de sonido y sus accesorios eran bienes extraordinarios. Una tarde de ese año, estaba sentada en el piso de la peluquería de mi mamá (que estaba donde debía quedar una sala), excavaba entre los CD de salsa y vallenato y encontré un objeto nuevo.
Es extraño cómo funciona la memoria. Tantos años después, cuando intento poner en palabras este recuerdo primigenio, se me cruzan el rostro joven de mi mamá y su olor, las escaleras de mi casa cubiertas de una madera antigua recién barnizada, la ventana de mi cuarto abierta como un ojo sin párpado. Ese día escuché por primera vez Pies descalzos , de Shakira . No sé cómo llegó ese disco a la colección de mi papá; estaba segura de que él no lo habría puesto ahí, y la única opción posible era que, por una extraña coincidencia del destino, en medio de la parranda de aquel fin de semana, alguien hubiera dejado olvidado el disco con la carátula de una pelinegra retraída y lúgubre. Nunca lo supe y nunca importó.
Todo lo que tiene que saber sobre Shakira
Como en cualquier rito de iniciación, la curiosidad sobrepasaba el muro del miedo; entonces destapé la caja de acrílico y miré de cerca el artefacto: sin un rayón, brillante y bestial. Me puse de pie, lo metí en la bandeja del equipo y oprimí play . Fue el primer descubrimiento que hice por mi cuenta, mi primera victoria individual. Me senté nuevamente en el suelo y, una tras otra, sonaron las canciones de una mujer de 18 años. ¿Qué podía saber yo del amor o el desamor? En ese momento no sabía, tampoco, que me estaba transformando, pero me entraba al cuerpo una sensación parecida a una certeza: estaba siendo testigo de algo más allá de mí y, al mismo tiempo, íntimamente ligado a mis recovecos de niña, de mujer.
Durante años, sobre todo en la última década, le hemos reclamado a Shakira regresar a ese lugar de finales de los 90 e inicios de los 2000: que su estilo roquero aparezca con determinación y, principalmente, que sus composiciones nos vuelvan a dejar sin aire, como cuando escuchamos: "Pateando las piedras, aún sigo esperando que vuelvas conmigo / Aún sigo buscando en las caras de ancianos pedazos de niño".
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Pero ¿por qué la nostalgia se convierte casi en un arma en contra de ella e incluso de nosotras mismas? Seguramente cientos de artículos de musicólogas y expertos en la industria encontraron la respuesta hace años a esta cuestión. Y no es muy difícil de adivinar: Shakira se ha hecho merecedora del rótulo de vanguardista; sin embargo, en sus últimas producciones, más que generar tendencias, la barranquillera ha decidido seguirlas. El reguetón y la bachata, por ejemplo —dos géneros en los que parecía no tener que moverse—, han sido protagonistas en sus más recientes lanzamientos. Su elección ha sido mantenerse vigente a través del cambio.
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Supongo que nos ha pasado a todos lo mismo. Los años se instalan en nuestras decisiones con el objetivo principal de preservar nuestra memoria en el mundo. Justo ahí radica la metamorfosis de Shakira: en su inquebrantable labor por no ser olvidada. No solo por su trabajo —una artista de esa envergadura comercial no se puede dar el lujo de pasar de moda—, sino porque, quiero creerlo así, esa termina siendo su forma de encarar al mundo, su más ferviente pulsión creativa: siempre siendo muchas, todas tan distintas.
Cuando escuchaba a Shakira pensaba: con que esto es ser una mujer . No tenían que ver del todo su ropa o su cabello, pero sí su cuerpo: la forma como lo movía, cómo lo habitaba. Era una sensación de cercanía entre taxonomías; al ser de la misma especie, su mirada imitaba a un espejo y yo, como buen reflejo, a veces me distorsionaba.
A pocas horas de ver los últimos espectáculos en Colombia de su gira "Las mujeres ya no lloran" , pienso en esa niña que hace más de 20 años se encontró por primera vez con Shakira. Como todas las relaciones, nos hemos dado nuestros tiempos y siempre regresamos la una a la otra con la confianza del lugar seguro. No todos los recuerdos de nuestra niñez son imágenes inmaculadas, pero descubrir la compañía de la música de una mujer sí es uno de esos que no debería empañarse por la nostalgia y el deseo inútil de la quietud y la inmutabilidad.
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