Ajeno a los resultados que arroje la ceremonia de los Óscar programada para el próximo 24 de febrero, es innegable que la película Bohemian Rhapsody, protagonizada por Rami Malek y dirigida por Bryan Singer, ha sido de los mayores fenómenos cinematográficos de los últimos tiempos. Sin embargo, este impacto también debe discutirse desde las resonancias que ha desencadenado en la industria musical gracias a su notable banda sonora.
La banda sonora de la película está compuesta de una cuidadosa selección de más de veinte canciones en los que no solo el papel de sus productores fue fundamental sino también el aporte de dos de los miembros originales de la banda: Bryan May y Roger Taylor. Esta afortunada decisión le brinda mayor calidad y estructura al producto musical, así como una mayor conexión con el espíritu original de lo que fue Queen. Así mismo, es un gran acierto el hecho que la banda sonora no pretenda simplemente traducir a sonido la narrativa audiovisual de la película. Es decir, que las atmósferas cinematográficas no se atraviesan con audios de diálogos innecesarios, caso contrario a las de otras películas memorables cuyas bandas de sonido no son más que un intento infructuoso por convertir en experiencia sonora lo que solamente se puede transmitir a través de la pantalla de cine. Eso sí, quepa la excepción de la emblemática fanfarria de veinte segundos de la 20th Century Fox en tiempo de rock con un sutil pero original arreglo a cargo del mismísimo Bryan May.
Esta y otras razones dejan al oyente con la sensación final de disfrutar dos horas de un producto cuidadosamente pensado como una narrativa sonora que lo acerca a momentos clave de la película. De hecho, una curiosidad respecto a bandas como Queen radicaba en la enorme disyuntiva de trasladar al escenario situaciones únicamente posibles en estudio e, irónicamente, la imposibilidad de transmitir en estudio la adrenalina y sinergia de sus presentaciones en vivo.
El caso más concreto es el de la grabación del tema Bohemian Rhapsody en 1975 y sus decenas de canales y overdubs utilizados en toda la estructura y coros intermedios, imposibles de realizar en vivo; del mismo modo resultaría inútil el recrear momentos únicos como su presentación en el Hammersmith Odeon en 1975 o en el LIVE AID de 1985. Es por ello que resulta tan atinada la inclusión en esta banda sonora de canciones como esas, u otras de estudio ampliamente conocidas como Somebody To Love o Another One Bites The Dust intercaladas con presentaciones en vivo como las de Love of My Life en Rock In Río 1985. Mención aparte merecen las remezclas de temas como We Will Rock You en las que se entrelazan los sonidos de la grabación original editada en estudio, junto a momentos recreados en la película en los que la banda está actuando en vivo.
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La banda sonora permite tanto a aficionados novatos como a veteranos del rock la posibilidad de repasar el repertorio musical de una banda que ha sabido perdurar en el tiempo y sobrepasar lo efímero de las modas mediáticas. No es sorpresivo que la joya incorporada en la banda sonora –y el hilo narrativo de la película- sea una reiteración de un mensaje implícito en el filme, pero no tan evidente a simple vista: Bohemian Rhapsody –tanto película como canción- son recordatorios necesarios de la importancia de la imaginación y la persistencia como fuente inagotable de la creatividad. En tiempos inmediatos, en los que los 140 caracteres y la cultura distractora y hedonista del “snap” imperan el imaginario social, la película posibilita una reflexión sobre el valor del trabajo in situ, la cooperación en equipo, y la perseverancia.
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Nunca en la historia de la música popular del siglo XX se escuchó algo similar a Bohemian Rhapsody y pocas veces se volverá a oír algo semejante. La compleja estructura de la composiciónestaba pensada no como un ejercicio de experimentación dentro un disco para ser comprendido solo por melómanos obsesivos, sino que de principio -y a pesar de su anti convencionalismo- fue defendido por la banda como el primer single del disco A Night At The Opera. Un riesgo que pocos músicos se atrevían a tomar en la época en que los dos minutos treinta segundos, así como las canciones complacientes que hablaban de amores juveniles de verano en playas californianas, eran la norma en las radios del Reino Unido y de Norteamérica.
Para finalizar, quizá el logro más notable de Bohemian Rhapsody, con su narrativa visual y su elección musical, radica en la reafirmación identitaria entre la emblemática agrupación británica y el gusto imperante de los críticos musicales norteamericanos que por décadas los miraron con desconfianza. Podría decirse que esta reivindicación ya se había dado parcialmente en 1992 con la película Wayne’s World y la emblemática escena dentro del coche en la que los muchachos corean precisamente la canción Bohemian Rhapsody. Sin embargo, en ese caso no hubo un logro sino una omisión enmascarada en el entretenimiento. La imagen de la banda se masculinizó y removió con el velo del espíritu masculino del rock and roll la estética andrógina y desparpajada de la banda que tanto odiaban los norteamericanos desde el escándalo del video de I Want To Break Free en 1981.
La película Bohemian Rhapsody, por el contrario, constituye una recreación autobiográfica de un sentir que ya puede intuirse en la frase introductoria de la canción homónima que le da título. Mama Just Killed A Man (“Madre, acabo de asesinar a un hombre”) podría entenderse en un sentido no tan literal. Si bien remite puntualmente a la historia de un niño pobre, confundido, y desprotegido que acaba de asesinar a un hombre, cabría interpretarla metafóricamente como el deseo de un Freddie por eliminar la imagen real de un hijo de inmigrantes -el parsi condicionado al modus operandi de la sociedad británica por entonces- para transponerla en la imagen de fantasía: la estrella de rock performer, flamboyant, andrógina y extrovertida. En sí, la película muestra como el señor Farrokh Bulsara, el de verdad, el de the real life, se transforma ante sí mismo y a los ojos y oídos del mundo en Freddie Mercury, en ese saltimbanqui de voz prodigiosa extraído de un universo solamente posible en una dimensión de fantasía, de just fantasy.
Sea efecto del real life o del fantasy hollywoodense, nadie puede discutir que, por vez primera en años, gracias a la película y a la elección musical de su banda sonora (que entre otras cosas incluye la ya mencionada I Want To Break Free) el rock destronó de su cómodo lugar al Reggaetón y a otros géneros como el hip-hop o el R & B de los listados musicales en plataformas de streaming como Spotify o Apple Music. Y así sin más, la banda sonora junto a la película le devuelve el trono a su majestad, Queen, trono que jamás debió haber sido discutido.