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Ennio Morricone: un genio irrepetible

Ennio Morricone es considerado el mejor compositor de bandas sonoras de la historia y a la vez, un verdadero paradigma de la música.

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Ennio Morricone dirigiendo uno de sus conciertos en noviembre de 2007.
AFP

Pocos compositores en la historia del cine han alcanzado un grado de popularidad tan elevado como el que ha conseguido Ennio Morricone, hoy considerado por muchos como el mejor compositor de bandas sonoras del mundo y a la vez, un verdadero paradigma del compositor como autor de juegos barrocos y de innumerables referencias melódicas que abarcan su enorme obra, tan rica y dispersa, pero a la vez, tan arriesgada y comercial. Todo en él lleva un estilo propio, único e irrepetible.

Aunque a muy temprana edad se convirtió en un prometedor estudiante de trompeta –un gusto heredado de su padre– en el conservatorio de Roma, donde además estudió música coral y composición, antes de lograr el reconocimiento mundial, Morricone se ganaba la vida en los años cincuenta trabajando con una filial del sello RCA como arreglista de artistas como Rita Pavone, Domenico Modugno, Mina, Jimmy Fontana y Gino Paoli, además de colaborar para las producciones de Chet Baker, Charles Aznavour y Paul Anka.

En sus primeros años de trabajo junto a Sergio Leone su obra brilló especialmente por el destacado uso de instrumentos solistas totalmente alejados del canon cinematográfico y de las orquestaciones de aquel entonces y a su vez remplazándolas por armónicas, campanas, martillos, guitarras eléctricas y arpas de boca que se presentan en un primer plano logrando sustituir la voz de los protagonistas, y a la vez, asociándolas con sonidos particulares a fin de retratar sus más profundas personalidades. En la reconocida «trilogía del dólar» de Leone, grabada entre 1964 y 1966, el manierismo sonoro de Morricone en los arreglos orquestales, logró retratar una mayor función entre la forma y la semántica al emplear tempos más lentos y sustituyéndolos con el peso melódico en una sección de cuerdas que, concluyen con predominantes solos de trompeta a ritmo de galope acompañados por un carillón.

Años más tarde, Morricone remplazó algunos de los recursos utilizados con Leone, dosificando ahora el uso de silbidos, efectos y de timbres sonoros peculiares y reconocibles dentro del arquetipo del spaghetti western que ambos habían construido y que conseguía ambientarse bajo líneas melódicas ambientadas entre lo épico y lo salvaje, pero siempre manteniendo la música como eje dramático y haciendo uso secciones de cuerdas con tesituras más agudas con breves desfases ligeros en los diálogos de los personajes, cada vez más evidentes e intensivos.

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La prolífica obra de Morricone dentro del cine italiano, europeo e internacional estuvo forjada bajo un eclecticismo estilístico y una constante variación orquestal, convirtiéndole en el primer gran exponente de la música cinematográfica: el uso de los vientos en las ocarinas, pífanos y las trompetas, así como el recurrente empleo de coros –algunas veces sin textos– y la voz de Edda Dell'Orso, configuraron un leitmotiv con el que Morricone musicalizó más de quinientas realizaciones en más de cincuenta años de vida artística, cada una con una atmósfera única: desde una festiva frivolidad en «El furor de la codicia» (Verneuil, 1971), un romanticismo épico en «Novecento» (Bertolucci, 1976) y «Días de Gloria» (Malick, 1978), pasajes envueltos de nostalgia en «Cinema Paradiso» (Tornatore, 1988), un sinfín de lirismos en «Érase una Vez En América» (Leone, 1984) y «Los Intocables de Eliot Ness» (1987), hasta un anacrónico viaje de coros y oboes en «La Misión» (Joffé, 1986). Todas consideradas obras maestras.

Su trabajo abarca la filmografía de Marco Bellocchio («Con los Puños en el Bolsillo» en 1964), Pier Paolo Pasolini («Teorema», 1968; «Los Cuentos de Canterbury», 1972), los hermanos Taviani («Allonsanfàn», 1974) y Luis Buñuel («Leonor», 1975), además de producciones como las de Roman Polanski («Frantic» en 1988), Pedro Almodóvar («Átame» en 1990), Barry Levinson («Bugsy» en 1991) y Quentin Tarantino («Los Ocho más Odiados» en 2015). Incluso, Morricone explora en géneros menores como el soft-porn y el giallo de Dario Dargento, en la trilogía «El Pájaro de las Plumas de Cristal», «El Gato de las Nueve Colas» y «Cuatro Moscas de Terciopelo Gris», grabadas en 1971.

Su impacto en la cultura popular abarca un sinfín de artistas como Quincy Jones, Morrissey (con quien trabajó en su álbum «Ringleader of the Tormentors» en 2006) y Bruce Springsteen (quien lo homenajea en «Once Upon a Time in the West») y Roger Waters, hasta bandas que van desde Rolling Stones, Dire Straits, Metallica y Guns n’ Roses hasta Pet Shop Boys y New Order. Tras su muerte, Morricone emerge como una estela importante de vital referencia en la cultura y que por su infatigable labor creativa e inagotable ingenio, sin duda alguna, se lleva una última ovación de pie.