La década de 1920 fue un periodo fructífero para el arte y la literatura, movimientos como el dadaísmo y el futurismo tuvieron su apogeo, mientras que otros como el surrealismo y el realismo mágico sentaron las bases que marcaron el arte en los años venideros. Incluso, estos dos últimos constantemente son motivo de estudio, siguen vigentes y habitan nuevos formatos.
Adentrarse en lo mágico y en lo inexplicable es la principal característica que comparten, sin embargo desde el origen hasta el destino de los fantástico en estas obras distancia ambas categorías.
Por un lado, el surrealismo, inspirado en el psicoanálisis de Sigmund Freud, se entrega a lo onírico y explora el subconsciente, los sueños y las asociaciones libres para crear obras que desafían la realidad convencional. El realismo mágico, por su parte, toma lo fantástico y lo combina con lo ordinario de manera natural, sin que los elementos mágicos representen sorpresa alguna para los personajes que los vivencian.
El realismo mágico, nombrado así por el crítico alemán Franz Roh en 1925, ofrece fantasía y eventos sobrenaturales que hacen parte de la cotidianidad y qué además están enmarcados en el folclor y la riqueza cultural de un pueblo o comunidad particular; el contexto en el surrealismo no está delimitado por ninguna frontera o referencia geográfica, por el contrario combina elementos dispares en contextos inesperados, creando imágenes o situaciones ilógicas, pero profundamente sugestivas.
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Si bien la percepción del tiempo y el espacio puede ser difusa en ambos casos, el realismo mágico fusiona el mundo real con lo enigmático y misterioso sin que ambos mundos estén separados, coexisten todo el tiempo.
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Los exponentes surrealistas en cambio incluyen símbolos y paisajes extraños que evocan la atmósfera de los sueños, las imágenes oníricas son el centro de esta categoría enfocada en el mundo de la mente, de los sueños, deseos reprimidos y emociones inconscientes.
Principales exponentes del realismo mágico
Popularizado en Latinoamérica durante el siglo XX, el realismo mágico tiene a autores de la región como sus principales exponentes, pese a que el término fue acuñado en Alemania. Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, es considerada la cumbre del realismo mágico, retratando la historia de Macondo y la familia Buendía con una mezcla de lo mágico y lo cotidiano. En México, tenemos la narración de una historia de fantasmas en un pueblo desolado donde los vivos y los muertos conviven, en Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo .
Otro relato referente del realismo mágico en Latinoamérica es La casa de los espíritus (1982) de la chilena Isabel Allende , donde explora la historia de una familia a través de generaciones con elementos sobrenaturales. Alejo Carpentier, quien prefería el término "lo real maravilloso", influenciado por el surrealismo integró elementos mágicos en su narrativa histórica en El reino de este mundo (1949).
Y no podemos dejar fuera de esta lista a Elena Garro, que aunque se desmarcó de esta categoría, incluye en su obra características asociadas a este estilo literario. Su producción literaria incluye novelas, cuentos y obras de teatro que abordan temas sociales, políticos y culturales desde perspectivas innovadoras.
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Principales exponentes del surrealismo
En la literatura, el surrealismo busca liberar la creatividad de las restricciones de la lógica y la razón, explorando el subconsciente, los sueños y las asociaciones libres de ideas. Bajo la influencia de André Breton, el surrealismo literario tuvo exponentes destacados que transformaron la escritura en una experiencia única y experimental.
En 1924 Breton publicó el Manifiesto del surrealismo que definió los principios del movimiento. Entre sus obras destacadas está Nadja (1928), una novela autobiográfica que mezcla prosa y poesía, explorando lo onírico y lo irracional. En Latinoamérica encontramos artistas como el poeta y pintor peruano César Moro, quien combina en sus letras lo erótico, lo mítico y lo fantástico.
La obra el mexicano Octavio Paz también está fuertemente influenciada por el surrealismo. Paz incorporó su espíritu en su poesía, explorando el tiempo, el deseo y lo inconsciente en el poemario Libertad bajo palabra (1949) y en El arco y la lira (1956).
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