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La escritora Katya Adaui: lo más difícil es hacer dialogar, técnicamente es terrible

Los siete cuentos que integran 'Un nombre para tu isla' (Páginas de Espuma), el último libro de la peruana Katya Adaui, están llenos de gente que habla y conversa. Sin embargo, cree que "lo más difícil como escritora es hacer dialogar", algo que considera "técnicamente terrible".

Katya Adaui
La escritora peruana Katya Adaui para la editorial Páginas de Espuma.

En una entrevista en Madrid, Adaui (Lima, 1977), Premio Nacional de Literatura 2023 de Perú, cuenta que "desconfía de los libros en los que no hay diálogo" y que en su nueva obra quería probarse a sí misma y demostrar "que podía hacer que la gente hable mucho", pero no de cualquier manera: "Que hablara bien, que hablara para decirse cosas que importan".

"Esa era una búsqueda para mí", explica. "Además –añade– el diálogo en la escritura nos permite probar la personalidad, como en la vida", lo que lleva al lector a cuentos con protagonistas de los que se sabe poco o nada de sus características físicas, y que tiene que crear en su imaginario por lo que dicen o hacen.

En los cuentos de 'Un nombre para tu isla', finalista del Premio Ribera del Duero 2024, aparecen personajes "que se molestan, que se ríen, que no paran de conversar", en un diálogo que lleva el peso fundamental de la trama.

De algún modo y en paralelo, el diálogo también incluye al lector. "Cada cosa que escribo aspira para mí a una conversación con otro, necesito que complete conmigo", y lo compara con el juego de niños de escribir notas secretas con tinta hecha con zumo de limón.

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"Yo he puesto el limón. Calienta conmigo esta hoja y hagamos surgir juntos la palabra", reta, consciente de que siempre escribe para alguien a quien está mandando "una carta de amor" que "nadie pidió", pero que ella envía de todas maneras.

Una etapa más "luminosa"


Los siente cuentos de 'Un nombre para tu isla' vislumbran una escritura de Adaui más "luminosa" tras unos libros "oscuros", una vez cerrados procesos de duelo. El resultado es el "menos autobiográfico" de los libros que ha escrito pero, por el contrario, "el que más se parece" a ella, por lo inquieto y sarcástico.

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"Cuantos más años cumplo algo ocurre: cambia en mi forma de ver la vida, cambia mi escritura, cambian mis temas de interés, cambia mi forma de narrar. Pero algo queda de lo que me importa y es siempre cómo la persona responde a sus vínculos con el mundo de los visible –los amigos, las amistades, las mascotas– y el mundo de lo invisible, lo que no puede controlar", explica.

Esa evolución le ha llevado a un libro que le ha supuesto más esfuerzo, con más trabajo de la trama –"la trama está acompañando al lenguaje, antes creo que el lenguaje acompañaba a la trama. Ese cambio yo lo noto", asegura–, y con un esmero especial en los finales.

"Me he demorado mucho en los finales. Me importa sobremanera que el final sea muy natural respecto al fluido del texto. Nunca tengo finales de estocada: son tranquilos y corresponden naturalmente al discurrir del texto", explica.

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Después de una obra anterior que se caracterizaba por una escritura con "elipsis muy contundentes" –reconoce–, ahora presenta un libro en el que "la gente se sienta acogida", aunque sigue plagado de frases cortas y el uso del punto y seguido como fórmula constante, un signo de puntuación que le interesa, precisamente, "porque es elíptico".

Un tipo de prosa que no encaja con su herencia literaria: "Como toda latinoamericana vengo de escrituras llenas de subordinadas, de escrituras llenas de comas", explica, poniendo al chileno Roberto Bolaño como "'papi' de las subordinadas"; que a ella le ocurra lo contrario lo atañe a la "parte de la escritura que me es misteriosa".

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