De ser idioma de la Corte Real a la "marginalidad económica y social” en los últimos compases de la Edad Media, y después a convertirse en el “lenguaje del noroeste”: así fue el trayecto de esta peculiar lengua celta, según explica el lingüista Wilson McLeod, jefe investigador de Estudios escoceses de la Universidad de Edimburgo.
Ese reducto geográfico se mantiene hoy, pues gran parte de sus apenas 60.000 hablantes (un 1 % de la población escocesa) viven en las Tierras Altas ("Highlands"), región que padeció unos siglos XVII y XVIII turbulentos.
Las "batallas relacionadas con la monarquía” junto a una “transformación económica enorme y la inmigración forzada” marcaron el devenir del idioma en aquella época, ilustra el profesor.
Los "highlanders" se aliaron con el último intento católico, por Carlos Eduardo de Estuardo, de recuperar la Corona británica de las manos del protestante Guillermo de Orange, III de Inglaterra y II de Escocia , que culminó con una cruenta derrota en Culloden (1746) que lo cambió todo.
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“Fue una época muy disruptiva -describe McLeod- que acabó con la sociedad tradicional” de la región, donde el inglés “fue introducido e impuesto en el sistema educativo”. La legislación de entonces, de corte reformista, apostaba por su “establecimiento universal” y definió el gaélico como “principal causa de la barbarie -en las islas escocesas y las Tierras Altas- y necesitaba ser eliminado”, explica el académico.
Un apego real
Frente a su aparente aversión pública, la realeza desarrolló un íntimo apego al idioma. La legendaria reina Victoria (1837-1901), desvela McLeod, “tuvo fuerte interés en él, tenía sus diarios traducidos al gaélico”.
Su marido, el príncipe Alberto, compartía afición y ambos empujaron a su hijo Eduardo VII (1901-1910), primero de la casa Windsor y sucesor de Victoria, al estudio del idioma desde niño.
Desde entonces la familia real mantiene lazos con la lengua. El ahora rey Carlos III le profesa un afecto especial: cuando era príncipe de Gales, dice el profesor, “pasó tiempo en la isla de Berneray, una de las islas occidentales escocesas con mayor uso del gaélico, donde lo aprendió”. “Es interesante ver cómo el gaélico no es visto como amenaza a la monarquía”, observa el lingüista.
Latir urbano
Lejos de los ostentosos salones victorianos, en la cotidianidad escocesa, desde la década de los ochenta existe un resurgir educativo del gaélico en la región.
Con el cuarto colegio en camino en Glasgow y pequeñas iniciativas como ‘Leugh is Seinn le Linda’ -‘Lee y Canta con Linda’- del Consejo de Libros Gaélico dirigido por Alison Lang, el idioma busca arraigarse en la urbe más poblada de Escocia.
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“Tratamos de animar a que el gaélico sea hablado en casa” -con canciones y marionetas cada mes, para pequeños y padres, durante una hora- dice la profesora Linda MacLeod a EFE. MacLeod, procedente de las Islas Hébridas y hablante nativa, identifica dos principales trabas para su crecimiento: la despoblación por falta de oportunidades y el efecto de políticas históricas.
“Si los jóvenes no tenemos oportunidades, o apoyo para conseguir trabajo o un piso (...) es muy difícil volver a las Tierras Altas”, y fomentar así el idioma, señala Linda. Se le une a ello las “generaciones perdidas dentro de las familias, donde el gaélico se perdió” por la Ley de Educación de 1872, que castigó su habla en las aulas y escuelas hasta los años ochenta, explica.
“Tuvo un efecto enorme (...). Si soy castigado en el colegio, no voy a enseñárselo a mi hijo”, expone la maestra. Ante este desafío, cree que “ayudaría si el gaélico fuera obligatorio, como en Irlanda”, así “cada niño tendría la oportunidad de aprenderlo”, aunque duda de que exista la infraestructura para ello.
“Aún queda mucho trabajo por hacer si queremos que el gaélico sobreviva los próximos cincuenta o cien años”, reconoce MacLeod , que insta a un esfuerzo de toda la sociedad, no solo de las organizaciones. Le invitamos a conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
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