Micaela Paredes Barraza es una escritora y poeta chilena licenciada en Letras Hispánicas. Ha publicado los libros de poemas Nocturnal (2017), Ceremonias de Interior (2019), ambos por la editorial chilena Cerrojo, y la antología Adiós a Ítaca (2020) por El Taller Blanco Ediciones, Colombia. Es coeditora de la revista de poesía América Invertida , publicada en Nueva York.
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Noche adentro
Escucho una estampida de pájaros nocturnos,
el eco que repiten las piedras sin memoria.
Las hojas empozadas se sueñan en su rama
mientras las aguas callan el curso de las horas.
Solo he vivido un día y todo ha sido noche.
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Herida de ceniza mi frente aún espera.
Oscuras mariposas en mis manos escampan.
Sus alas rotas cargan la errancia de otro entonces,
las esquirlas de un tiempo que en ofrenda se alza.
Vivir es soñar días sabiendo que es de noche.
Decir
Decir, en el anhelo de que al fin
no haya más que decir, cese el anhelo.
Decir para poder callar un día
y oír todo resuelto en el silencio.
Decir para entender que no hace falta
ponerle nombre al tacto de ese cuerpo
que inunda nuestra orilla sin aviso
con la temperatura de lo eterno
y en su mudez lo dice todo…
Basta
mirar al mundo (sí, que está bien hecho):
las cosas fueron dichas de una vez,
en su materia vibra un nombre cierto
que a veces creo oír también vibrando.
¿Por qué callaste, Dios, antes de tiempo?
¿Por qué no terminaste de decirnos?
Con la palabra a cuestas, con el sueño
de terminar tu frase, nos dejaste.
¿Qué quieres que digamos? ¿Cuál el verso
que llene la oquedad por donde brota
cada palabra huérfana de vuelo?
¿Acaso el que te dijo a ti tampoco
fue capaz de decirte de un aliento?
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Ayúdame a callar, seca este cauce.
Ahógame el decir, sopla esos ecos.
Descansa en mí tu luz, quema mis labios
y dime, voz callada, en ese beso,
mi nombre: solo así, tras escucharlo,
podré olvidarme en ti, toda silencio.
El peso de otra isla
Los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan ante el asesinato de la piel.
Virgilio Piñera
Ojalá pudiera hablar de la maldita circunstancia
más allá de la epidermis
enumerar las formas exteriores de la miseria
su proliferación convertida en fuego
testar el barro que penetra en los oídos
describir cómo se revientan córneas e incineran cuerpos
en una isla real y su horrorosa circunstancia.
Palpar el tiempo en los escombros de la carne
no tener más el derecho a imaginar
las circunstancias mientras sostengo todo el peso
de una isla inexistente en la cabeza.
Fábula del silencio
Solo la noche sabe cuánta noche
cría un cuerpo atizado por la pena.
Los dos ojos vaciados buscan cielo
a la espera de un nombre y solo el eco
de su voz y del llanto de las horas
ven arder sin memoria entre la sombra.
La luz del día solo engendra sombra
y no es más que el augurio de la noche.
Sin nombre ni concierto van las horas.
Desierta es la humedad cuando la pena
no encuentra ya su origen, cuando el eco
nacido del olvido inunda el cielo.
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Si toda claridad viene del cielo
y solo somos cuerpos dando sombra;
si somos solo el eco de otro eco
y nuestras aguas siempre están de noche
llorando sin saber de quién la pena
ni a dónde el cauce lento de las horas
¿a qué seguir llenando instantes, horas,
y con la voz quebrada hablar al cielo
para que extinga el rayo de esta pena
si el cielo se ha tornado un mar de sombra
y no es más que el reflejo de otra noche,
la noche en que Dios quiso oír su eco?
Quizás fuera más fácil, siendo eco,
dejar de preguntar por qué las horas
laceran en silencio día y noche
la verdad que creímos en el cielo…
Y ser en el abrazo de la sombra
y darse en el oficio de la pena.
Dios hizo a semejanza de su pena
la voz del hombre: las palabras eco
son del llanto vertido entre la sombra,
alzado para dar nombre a las horas.
No existen las distancias en el cielo:
sin tiempo todo empieza hacia la noche.
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Quizás las horas muertas en la sombra
un día el cielo abran con su eco.
Y tanta noche nos valdrá la pena.
Ofrenda
Sitiado en la penumbra surge el canto
de lo que no alcanzó a saberse día,
cuando tus manos huérfanas de tiempo
trazaron la estatura de la muerte
y urdieron en la entraña de la piedra
la voz de lo que no merece un nombre.
Las horas no distinguen si sus nombres
nacen o desembocan en tu canto,
si el cielo es padre o hijo de la piedra:
cosechan el olvido, alzan el día,
y añoran la promesa de la muerte,
pero alimentan con su hambre al tiempo.
De ti conservo la palabra tiempo
y cargo su cadáver como el nombre
que arrastra el condenado hasta su muerte
con la esperanza de volverse canto
sin verbo, para al fin nacer al día
que transfigure el llanto de la piedra.
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Aúlla entre mis sienes una piedra,
la misma que desdobla sobre el tiempo
la estampa diluida de los días:
imagen que en tus aguas busca nombre
sin otra voluntad que la del canto
forjado a semejanza de la muerte.
Si pudiera abrazar toda la muerte
imitando el olvido de las piedras,
entregarme al sonido de su canto,
redimir el instante, ser el tiempo
sin edad, liberado de sus nombres,
y acallar esta sed que ahoga el día,
no diría palabra y cada día
cedería sereno ante la muerte
y por fin el silencio, único nombre,
despojado del peso de la piedra
volvería a ser uno con el tiempo:
voz callada, raíz antes del canto.
Sea el día anticipo de la muerte
en que vuelvan a unirse piedra y canto
y descansen del tiempo nuestros nombres.
No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.