Inaugurada en 1932 por el rey Faysal I, la calle toma su nombre del gran poeta Abul Taieb al-Mutanabi (915-965), nacido durante el imperio Abasida en el territorio que se convertiría en Irak. Este lugar, frecuentado los viernes por estudiantes y grupos de jóvenes, también recibe habitualmente a artistas e intelectuales de la vieja generación.
El sábado, para celebrar el fin de las obras de remodelación que empezaron en agosto y han sido financiadas principalmente por bancos del sector privado, el Ayuntamiento de Bagdad organizó un carnaval, eso sí, bajo grandes medidas de seguridad, los participantes entrando con cuentagotas. "Desde los años sesenta, cada semana vengo aquí para mirar los libros en los estantes y encontrarme con amigos", explica a la AFP Zoheir al-Yazairi, escritor y experiodista que se deshace en elogios hablando de la renovación.
Entre guirnaldas luminosas decorando las fachadas en ladrillo y balcones de hierro forjado recién lavados, los visitantes se pasean teléfono en mano documentando las mejoras de la calle que acaba de ser pavimentada, aunque la mayoría de las tiendas estaban cerradas. "Es una isla de belleza en el corazón de Bagdad. Uno se da cuenta de la diferencia con el resto de la ciudad", lamenta al-Yazairi, aludiendo a la dejadez general en lo que respecta al patrimonio cultural e histórico de la capital iraquí.
Esta calle de menos de un kilómetro de largo desemboca por un lado sobre el río Tigris, vigilado por una gran estatua del poeta, y termina en un arco ornamentado con una cita de al-Mutanabi. En ella, el visitante puede encontrar los últimos bestsellers de Estados Unidos en árabe al lado de manuales universitarios; hay volúmenes en francés, inglés y alemán, revolviendo se pueden encontrar verdaderos tesoros.
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Pero ni siquiera el Irak literario está a salvo de la trágica realidad que vive el país. Por ejemplo, el 5 de marzo de 2007, un kamikaze hizo estallar un camión cargado de explosivos en este lugar, matando a 30 personas e hiriendo a otras 60. Mohamed Adnan, de 28 años, se hizo cargo de la librería propiedad de su padre, que murió en el atentado. "Murió él, nuestros vecinos y varios seres queridos", explica este diplomado en Historia, que no obstante se muestra feliz por la renovación. "Me habría gustado que los que murieron siguieran vivos para ver cómo la calle se ha transformado", añade. A orillas del río, un cantante tararea baladas tradicionales bajo los fuegos artificiales.