“Buscar. No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene”, escribió Alejandra Pizarnik a finales de los años sesenta, década en la que se convirtió en una voz indispensable para la poesía Latinoamericana.
Aunque nació en Argentina, sostuvo un estrecho lazo con París donde trabajó como periodista, traductora y se adentró en el universo de la crítica literaria. Fue allí donde conoció y se enamoró de Julio Cortázar y se hizo amiga por el resto de su vida, de Octavio Paz. Como lectora, la poesía fue su más grande obsesión y como escritora, su mayor apuesta. En su pluma convergen las voces de César Vallejo, Proust, Alfonsina Storni y los poetas surrealistas que aliviaron sus incesantes crisis depresivas.
Al regreso de su estadía en Francia estuvo interna en un hospital psiquiátrico de Buenos Aires, a finales de septiembre de 1972, cuando tenía 36 años, se quitó la vida. “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”
Su obra se caracteriza por una intensidad emocional y una búsqueda constante de la identidad y la autenticidad. También se destaca por un lenguaje poético muy elaborado y una profunda preocupación por la muerte y el sufrimiento. Además de su obra poética, Pizarnik también escribió prosa, incluyendo ensayos y diarios personales. En su vida personal, luchó con problemas de salud mental y se suicidó en 1972, a los 36 años.
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La obra de Alejandra Pizarnik ha sido reconocida y estudiada en todo el mundo, y ha sido traducida a varios idiomas. Su influencia en la poesía latinoamericana y la literatura en general continúa hasta el día de hoy.
Desde nuestro Archivo HJCK conmemoramos 87 años de poesía y recordamos la importancia de su obra de la mano de la Radio Nacional de España: