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Vincent van Gogh, entre la locura y la genialidad

Vincent van Gogh encarna al genio creativo cuya obra cautivo a todos los públicos por su fuerza y energía expresiva. Este pintor holandés de pinceles chorreantes de mucho color, influenció de forma decisiva el desarrollo de las principales vanguardias artísticas del siglo XX.

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Aunque van Gogh realizó más de cuarenta autorretratos, su rostro hoy sigue siendo un misterio.
Archivo

Vincent van Gogh encarna quizás al genio creativo cuya obra cautivo a todos los públicos por su fuerza y energía expresiva. Su vida, breve y surcada de efusivas amarguras que le condenaron a la locura empujándole a un trágico final, constituyeron una parte fundamental de este pintor holandés de pinceles chorreantes de vigor y mucho color que transformó paisajes y objetos e hizo de la luz un exquisito estilo para la historia del arte, creando un lenguaje artístico y personal que influenciaría de forma decisiva el desarrollo de las principales vanguardias artísticas del siglo XX.

Fueron treinta y siete años los que vivió Vincent y aunque como escribió en sus memorias, siempre se consideró un hombre de pasiones. Pero se equivocó: él era la pasión de un espíritu atormentado por la grandeza de unos ideales por los que sacrificó toda su vida. Lograr adentrarse en la mente de este genio es penetrar un alma capaz de renunciar a todo para comunicar sus más íntimos sentimientos aunque pese a sus más de cuarenta retratos, su rostro aún siga siendo un misterio.

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Todo en su vida está estrechamente entrelazado: su correspondencia, sus sentimientos y su vida; es una mezcla indisoluble y homogénea que no es común en cualquier artista. La proclamada locura que padecía Vincent se entrecruzó entre las absentas y el brandy que solía beber en el segundo piso del pueblo en que vivía. Algunos llegan a creer que poseía demencia sifilítica; otros en cambio, decían que sufría de esquizofrenia. No obstante, la versión más aceptada (y aceptada por algunos académicos) afirma que Van Gogh padecía de psicosis epileptoide de carácter hereditario.

Los primeros conocimientos que aprendió, los adquirió de manera irregular, pues tan solo acudió a la escuela un año y pasó dos en un internado de Zevenbergen. En su adolescencia viajó a Bruselas donde sufrió su primer desengaño al no conseguir la mano de Eugénie Loyer, la hija de la posadera donde se hospedaba. Tuvo varios pasajes en su corta vida, entre los que vivió junto a los hombres más pobres en Borinage, reduciendo su dieta en agua y pan, dándolo todo a los más necesitados. En 1880 partió a Bruselas siguiendo el consejo que su hermano Theo le había dado: dedicarse a la pintura.

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Vincent asistió a la Escuela de Bellas Artes donde sintió gran admiración por la obra de Millet y su cercanía con las pinturas campesinas. Durante su estadía en la casa de su padre, se enamoró de Kee Vos, su prima, una reciente viuda que tenía a su cargo un niño de cuatro años. Pero nuevamente los desengaños vendrían luego que ella se rehusara a amarlo y al sentirse rechazado, huyó a Ámsterdam.

Vincent reconoció en alguna de sus memorias que no le era posible vivir sin amor y se declaraba un hombre con pasiones. Temía en convertirse en una piedra si no encontrara una mujer pronto. En tanto como olvidó a su prima, conoció a Clarine Hoormik; ella no solo había posado de modelo para él, sino gran parte de su vida había ejercido la prostitución. Sin embargo, esta historia de amor no duraría mucho, pues Clarine lo abandonó luego de tener otro hijo. Van Gogh estaba solo de nuevo.

Era 1883 y para entonces, este genio había pintado ya más de treinta y cuatro óleos y empezaba a vivir la etapa más productiva de su obra. Dos años más tarde, sufrió la muerte de su padre y las indiscriminadas acusaciones por el supuesto asesinato de Margot Begemann, una mujer que se enamoró obsesivamente de él y que al no ser correspondida, decidió envenenarse.

Vincent viajó a Amberes y allí se reencontró con el sentimiento puro de Rembrandt y los colores de Frans Hal, donde desarrolló la etapa media de su obra antes de viajar a París en 1886 donde estableció una amistad con Toulouse-Lautrec. Allí en la ciudad luz consolidó su pasión por la estética japonesa, cuyas estampas que había empezado a coleccionar desde su estadía en Amberes, le proporcionaron más lecciones de arte que sus propias conversaciones con Pissarro, Gauguin y Signac.

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En París empezó a pintar flores, abandonando las gamas grisáceas de sus primeros óleos y adentrarse en una escalada de colores exóticos y vivos. El artista ya había pintado desde la heterodoxia a partir de conceptos puntillistas y simbolistas pero sin encontrar un estilo que fuese suyo. En 1888 llegó a Arles, la que consideró un sueño japonés por la gama de colores de sus paisajes y el lugar que habría de servir para asentar una comunidad de artistas que el había soñado una vez. Si Van Gogh encontró en París el color, en Arles encontró la luz que plasmó una y otra vez en los lienzos que pintó.

Aunque fueron los girasoles los que le aglutinaron su sentir con el amarillo como la síntesis de la luz, fueron las intensas noches provenzales las que despertaron en él una gran pasión por las estrellas impregnando sus obras nocturnas de un vertiginoso dinamismo y una energía que no había aparecido en sus anteriores óleos. Una de sus obras capitales, "La noche estrellada", lo demuestra.

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Una persona altiva y segura como Gauguin no podría jamás entender un espíritu indefenso como el del apasionado van Gogh y en cambio, debía tener en cuenta que pudiera terminar enfrentándose violentamente con él. Y sí sucedió. Para diciembre de 1888, la situación entre estos dos viejos amigos se agravó al punto que Vincent intentó agredirlo con una navaja de afeitar y al no lograrlo, se cortó el lóbulo de una de sus orejas para entregárselo a una prostituta amiga suya.

Aunque estos sucesos señalaron a Gauguin de intentar asesinar a su amigo, en aquella ciudad no simpatizaban para nada con el pintor extranjero y exigían que fuera recluido en un sanatorio mental. A finales de 1890 fue internado en Saint Paul de Mausole, lugar donde convivió con quince enfermos mentales. Allí aceptó perder el miedo a la locura, una enfermedad que el mismo creía padecer. Como si presintiera el fin de sus días, aceptó la propuesta de su amigo Pissaro de trasladarse a Auvers-Sur-Oise, muy cerca de París a casa del doctor Paul Gachet, un amante del arte que podría cuidarle.

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En casa del doctor Gachet, van Gogh siguió pintando y entabló una estrecha amistad con él hasta junio de 1890, cuando recibió una carta de su hermano Theo en que le contaba las penurias y la enfermedad que sufrían él y su esposa. Luego de visitar a su hermano, cayó en un nuevo episodio depresivo, lo que llevó a que esta vez se disparara una bala en el estómago. Herido y ensangrentado, logró llegar al albergue por su propia cuenta y donde falleció cerca de la una de la mañana del 29 de Julio de 1890. "Me gustaría ir a casa ahora", fueron las últimas palabras que pronunció antes de morir.