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Sísifo y las formas de la caída

En el marco del Festival internacional de artes vivas se presentó el monólogo "Sísifo". Con un teatro lleno y una ovación al final, esta pieza nos hizo sentir que atravesamos el mundo para llegar al mismo lugar donde iniciamos.

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"Sísifo" es protagonizada por el actor brasilero Gregorio Duvivier.
Annelize Tozetto

No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.

Píndaro

 Una piedra no es una piedra.
Una montaña no es una montaña.

 ¿Qué es un escenario?

 En una única función se presentó en Bogotá el monólogo Sísifo, de los brasileros Gregorio Duvivier y Vinicius Calderonil. En el marco del Festival internacional de artes vivas (Fiav) el Teatro Astor Plaza, en Bogotá, recibió esta pieza que lleva cinco años en diferentes teatros de Brasil y Portugal. La idea de esta obra nació cuando Jair Bolsonaro se posesionó como presidente de Brasil, cuenta el actor, comediante y poeta Gregorio Duvivier. “Necesitábamos hablar de eso de alguna forma. Así que me reuní con Vinicius Calderoni y comenzamos a escribir juntos algo que hablara sobre esa fragilidad de la democracia en Brasil”.

La mejor forma que encontraron para hacerle frente a la situación que años atrás preocupó a toda la escena cultural brasilera fue llevar a cabo en forma de monólogo el mito de Sísifo. Los dioses condenaron a Sísifo a empujar una roca sin descanso hasta la cima de una montaña, solo para que esta volviera a rodar hacia abajo por su propio peso. Creyeron, con razón, que no existe un castigo más cruel que el esfuerzo inútil y carente de esperanza.

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Entonces pusieron sobre el escenario una rampa que es una montaña y a un hombre que es una piedra. Durante 60 minutos Duvivier realiza 60 escenas en las que nos engaña, nos conmueve y nos divierte. La premisa “Para llegar a un lugar hay que atravesar otros lugares” se transforma en una bala y en un ramo de rosas. El trabajo del actor es físico y emocional: subir y bajar la rampa sin parar durante una hora con una cantidad de texto abrumadora no deja dudas del esfuerzo. Sin embargo, lo más importante de esta obra es como la poesía, que es al fin y al cabo la materia prima del teatro, se libera por todo el escenario hasta llegar a los últimos asientos del recinto. Tanta risa y tristeza dentro de tan poco tiempo. Todos cargamos la piedra con el protagonista y, al mismo tiempo, nos dejamos caer como él, con él.

La rampa/ montaña es el centro de gravedad del hombre que la sube, la baja, la abraza y la atraviesa. No hay separación entre la una y el otro porque el mito de la piedra siempre deslizándose hasta su origen no sería posible sin la inclinación.

Esta obra demuestra la destreza de la palabra y la magia del teatro: invocar al amor, desear caer al abismo, detener a la muerte. De todas las formas de lucha, el escenario ofrece un terreno fértil y efímero, dos palabras que irían separadas si no hubiéramos visto lo que vimos esa noche del 8 de octubre, donde Sísifo no fue un hombre sino un grito.

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