"Ha habido un momento, tal vez excesivo, en el que el museo se ha convertido casi en un búnker de protección más que en un lugar abierto, y yo creo que es bueno devolver el arte a la comunidad", afirma Plensa, que desembarca en Bélgica en el marco de la presidencia española del Consejo de la Unión Europea, que comienza este sábado, al igual que la inauguración de su exposición.
La exposición, bautizada como "Algo sagrado", ocupará hasta octubre varios de los espacios más icónicos de Mons: la plaza mayor, el ayuntamiento y la iglesia gótica, uniendo de manera simbólica el poder civil y religioso de la ciudad a través de esculturas cuidadosamente seleccionadas para cada lugar.
"Es posible que esta exposición empiece cuando acabe, porque creo que la gente va a sentir este vacío enorme cuando retiren las obras, después de haberse acostumbrado a verlas dulcemente durante todo el verano", reflexiona Plensa en una entrevista con EFE.
El artista catalán medita sobre el alcance de las esculturas que expone en los espacios públicos de las ciudades, ya que pasan a formar parte de la cotidianidad de sus habitantes: "Tiene mucho valor porque te das cuenta de lo importante que es el arte en tu vida diaria, pero no lo notas hasta que lo echas en falta".
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Plensa (Barcelona, 1955) ha sido internacionalmente reconocido por su trabajo, a caballo entre lo figurativo y lo abstracto, que se centra en la representación del ser humano, sobre todo a través de la cabeza. "La cabeza es el resumen perfecto del cuerpo, es como el palacio de los sueños, de la razón, de todo lo que nos ocurre aunque no queramos (...) Y es donde está el rostro, que es el lugar donde se expresan mejor los deseos del alma", sostiene.
Las cabezas de Plensa siempre son mujeres. Para el escultor, la idea de lo femenino "atesora la memoria y el futuro", una "doble virtud" que él compara con la "fugacidad" del mundo masculino. Además, sus característicos ojos cerrados son una invitación al espectador a mirar en su mundo interior: "A veces, por educación o cultura nunca nos parece adecuado hablar de nosotros, y yo animo a la gente a mirar la cantidad de belleza que ocultamos en nuestro interior para compartirla con los demás".
La obra de Plensa entra en diálogo con la espiritualidad. En la iglesia de Mons, dos rostros inacabados conformados por mallas de acero y suspendidos en el aire hacen con el dedo índice sobre los labios el gesto de silencio, e invitan al espectador a meditar.
"Cada exposición es un reto porque cada lugar tiene una personalidad muy fuerte. Es muy importante entrar en diálogo con tus ideas, sueños o emociones y encontrar este equilibrio entre tu trabajo y la ciudad", esgrime el artista catalán.
Plensa vivió en Bélgica durante un año a finales de los 80, donde empezó a trabajar con técnicas de hierro y hierro fundido que luego exportó al resto de su obra, y que ahora cobran fuerza en la ciudad de Mons, marcada por el pasado industrial y minero de la región de Valonia, al sur del país.
Tres grandes cabezas forjadas con hierro fundido se erigen, con casi siete metros de altura, en la plaza mayor de la ciudad. Son rostros de gente real, explica Plensa. Primero escanea sus cabezas y después las manipula para hacer la escultura.
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Al lado de las tres cabezas, otra escultura, pero de acero inoxidable teñido de blanco, representa un cuerpo humano sentado. La estructura se abre hacia fuera para permitir la entrada del público en las entrañas de su cuerpo, y así ofrecerles protección. ¿Su mejor obra? Para Plensa, "todas son imprescindibles" porque para llegar a una nueva escultura ha tenido que crear la anterior formando "una cadena perfecta, que no tiene ningún error".
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