Aunque todo el mundo se niegue a envejecer y ver el peso del tiempo sobre el cuerpo, nadie volvería a la adolescencia. Esa sensación de no pertenecer a nada y aún así, vivir en búsqueda de una manada se extiende como un agujero en el estómago que, poco a poco, vacía el cuerpo entero. Justo en esa edad los jóvenes enfrentan el primer sismo de su mundo propio: la duda sobre sí mismos.
En la infancia todo en la vida se reduce al juego, a la dicha y al deseo de la adultez. Durante la adolescencia el mundo va adquiriendo dimensión pero no hay sentido de perspectiva. Todo es definitivo. Todo parece el fin. Pero nada se acaba todavía. De repente la vida está fuera de casa, de nuestros padres y de nosotros mismos y esa ausencia de un lugar al cual pertenecer es el punto de partida de una guerra contra el mundo que solo encuentra una tregua en la madurez, pero ese no es el punto.
Los relatos sobre la adolescencia, durante años, minimizaron las dudas de los jóvenes sobre la vida, convirtiéndolos a todos en una caricatura que vivía dentro de un musical y a quienes solo les preocupaba emparejarse con el capitán del equipo del deporte que fuera. Ser novios, tener un trabajo de verano y aplicar a universidades, pero nada más. Todos esos relatos estaban centrados en el exterior, en aquello que es visto y puede imitarse, mientras que Euphoria hace todo lo contrario, hace de la pantalla una imagen de la mente que se funde en negro y se ilumina con cada pensamiento, con cada preocupación, con cada miedo de los personajes.
Euphoria, escrita y dirigida por el cineasta Sam Levinson, plantea un tránsito en el discurso, una inversión de las prioridades que es mucho más fiel al sentir real de los adolescentes. En este texto ahondamos en ese cambio.
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La serie se estrenó el 16 de junio del 2019, a través de HBO. El estreno desencadenó cientos de críticas que elogiaban tres puntos en particular: la historia, la dirección de fotografía y las actuaciones. A grandes rasgos, la historia presenta la vida de Rue, interpretada por Zendaya, quien junto a un grupo de estudiantes sortean la adolescencia entre drogas, sexo, amor, depresión y amistad.
El éxito de la serie se debe a la honestidad con la que se presentan cada uno de los personajes, atravesando la imagen idílica que presentaron producciones como High School Musical, sin la pretensión de crear personajes malos o buenos, sino navegando en la oscuridad y en la escala de dolor de cada uno de ellos. Aunque el argumento es sencillo, hurga en las nociones que se habían mantenido en silencio hasta el momento y esa capacidad de conectar emocionalmente, ha convocado a cerca de 2.4 millones de espectadores, cada domingo con la primera y segunda entrega de la serie que se estrenó el pasado 9 de enero.
Los relatos generacionales: el debate público en las pantallas
Buena parte de la tensión de la serie está concentrada en dos de los personajes principales: Rue Bennett y Jules Vaughn, quienes ven convertirse su amistad en un romance extraño en que el que se aman y se hacen daño, se abandonan y se acompañan, pero ninguna tiene una piel única de ser quien hace daño o quien sale herida. Como pasa en las relaciones reales: los roles se comparten. Los encuentros sexuales, las relaciones abiertas llegan a Euphoria no como una exotización de los vínculos, sino para dar cuenta de las múltiples formas en las que el amor surge.
Las drogas y la facilidad de compra es también la ruptura de un tabú y un imaginario que ronda el consumo. Por el contario, hay un espacio para ver el alcohol y las drogas como un factor de movilidad social, elementos que facilitan los encuentros entre jóvenes y una vez más, no están inscritos en el espectro de lo bueno y lo malo, sino de un elemento que está presente y cada uno de los personajes esquiva o atraviesa según decide.
Si bien, la mayoría del elenco está conformado por mujeres, buena parte de ellas tienen poder creativo y de decisión en medio de la serie. Zendaya, por ejemplo, además de su papel protagónico es parte del equipo de productoras ejecutivas y de acuerdo con Levinson, ha sido indispensable en medio de los rodajes y la planeación de las escenas. Este no es un punto menor, teniendo en cuenta que el histórico de directoras, productoras y mujeres en cargos de poder en medio del universo cinematográfico se ha ido revirtiendo desde hace muy poco. No es que las mujeres no hayan estado, es que estaban demarcados muy juntos los límites de sus interpretaciones.
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Así se habla de salud mental
Las redes sociales funcionan como una burbuja de la realidad y del mundo. Un par de comentarios o fotos que hablen de lo mismo, bastan para creer que decimos, pensamos, e incluso, sentimos cosas parecidas; casi nos hermana la tristeza con otras personas-perfiles y no hay que hacer una búsqueda exhaustiva para llegar a términos como terapia, depresión y suicidio. Sin embargo, este no es un tema de tendencias ni algoritmos, sino de salud pública. Al ser retratada en televisión como una enfermedad y no como un "problema", la barrera de la digitalidad no se rompe pero se expande y da cabida a conversaciones profundas sobre el tema, elevando las soluciones hasta las instituciones competentes.
"Sé que lo he dicho antes, pero quiero repetirle a todo el mundo que Euphoria es para un público adulto. Esta temporada, quizá incluso más que la anterior, es muy emotiva y lidia con asuntos que pueden resultar perturbadores o difíciles de ver", anunció Zendaya a través de sus redes sociales justo un día antes del estreno de la segunda temporada de la serie, el pasado 9 de enero. El mensaje de la protagonista y ganadora de un premio Emmy por su actuación en la serie, da cuenta de la repercusión que la serie ha tenido en audiencias jóvenes adultas, el grupo objetivo de la segunda temporada, quienes pueden encuentran en la serie un relato compartido, una experiencia propia en la piel de otros que puede funcionar como un ejercicio de alivio de la carga propia.
Sin duda, Euphoria es el punto de partida de representaciones y relatos más conectados con las conversaciones actuales del mundo. Quizás, ese sea un vehículo para romper los silencios que existen muchas veces dentro de las familias, convirtiéndonos en enemigos y desconocidos bajo el mismo techo. Además, nos convoca a encuentros colectivos cada vez más escasos en un mundo que se vuelve a enfrentar a las ciudades, luego de periodos extensos de cuarentenas. Cada domingo, casi por una hora, cientos de personas se enfrentan a una pantalla para recorrer una historia de la que se sienten parte y detona en ellos recuerdos, sentimientos y momentos particulares que enfrentaron en soledad. Quizás eso haga parte de sanar, tener perspectiva del dolor propio.
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