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La identidad ucraniana vs. La revolución conservadora de Putin

En el segundo capítulo de este especial hablaremos sobre la construcción identitaria que tiene cada bando en la guerra ruso-ucraniana, cómo son concebidos por el enemigo y cómo aquellos relatos pretenden la negación y la justificación de la asimilación o el exterminio del bando contrario. ¿Es verdad que los ucranianos son nazis y que los rusos son tristes, depresivos y fríos?

Rusia cap 2
Este es un breve recuento histórico sobre qué es lo ucraniano, qué es lo ruso y cómo emergen como relatos de verdad que afectan a la cultura de cada país en el desarrollo de esta guerra.
Nicolás Cáceres - HJCK

En la madrugada del 24 de febrero de 2022, frente a las cámaras de todos los canales de televisión de Rusia, con una corbata roja (que luego se repetiría en otras emisiones, como si todos los mensajes posteriores a este hubieran sido grabados en esa misma fecha) y bastante ofuscado, el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, indicaba que una “operación especial militar” sería lanzada sobre territorio ucraniano. Antes de aquella declaración y como justificación a la misma, Putin estuvo hablando sobre la identidad ucraniana, a la que relacionaba con un legado nazi, que debía ser “purificada” y reintegrada dentro de la sacrosanta nación rusa, heredera del Imperio Bizantino, del primer Rus’ y de toda la identidad de los pueblos eslavos del mundo.

Ocho años atrás, el 2 de mayo de 2014, tras el estallido de la Revuelta del Maidan en Kiev y con un país dividido y roto tras la renuncia del presidente Viktor Yanukovich y el estallido de la guerra del Donbas en Donetsk, los manifestantes ucranianos del Maidan y un sector de los protestantes que se identificaba con el grupo Pravyy Sektor y Svoboda (movimientos de extrema derecha de aquel país) incendiaba la Casa de los Sindicatos de Odessa. Una de las arengas que más expresaban mientras el edificio ardía y los cuerpos de algunos prorrusos caían de las ventanas era “¡levántate, Ucrania!, ¡que los moscalíes no duermen por una hora!, ¡arden sin parar!”.

Volvamos a las palabras de Putin enunciadas al inicio de este episodio. Aquel discurso del 22 de Febrero en la madrugada fue un resumen de un manifiesto que Putin ha compartido a lo largo de su gobierno, una idea que ha elaborado poco a poco desde que tomó el poder en el 2000 y que le ha funcionado para “salvaguardar” a la nación rusa de las amenazas interiores y exteriores posterior al derrumbe de la URSS y a la crisis social que vivía el país bajo el gobierno de Boris Yeltsin, que ya estaba enfermo y errático en su alcoholismo, reflejo de la pesadez y el pesimismo de la apertura post-soviética y de la fuerte desigualdad que los procesos de privatización estaban teniendo, incluso, a nivel cultural. Empezaremos por aquel ‘manifiesto’ porque demarca uno de los grandes problemas encarnados en esta guerra, que es la fragmentación y fragilidad de algunas de las identidades nacionales de los antiguos países que conformaban la Unión Soviética, especialmente de aquellas naciones que no nacieron sino en la modernidad tardía del siglo XIX, como es el caso de Ucrania, Bielorrusia, Letonia y algunos de los países del Asia Central que para la época en la que fueron absorbidos por el Imperio Ruso no eran sino el rezago de tribus y clanes de las antiguas hordas de origen mongol o turco que durante la edad media habían habitado aquella región del mundo.

Centrémonos en este momento en Ucrania y desglosemos un poco su historia. Ucrania fue un territorio que históricamente vivió la presencia de muchos reinos, imperios y culturas, empezando por los pueblos búlgaros y cumanos de origen túrquico hacia el siglo IX y X, los pueblos eslavos y varegos que luego establecerán el Rus de Kiev durante el siglo XI y XII, los mongoles con sus hordas que asolaron todo durante el siglo XIII, inmediatamente después el establecimiento del Reino de Rutenia, tras ello su conquista e inclusión en la Gran Mancomunidad Polaco-Lituana, en el siglo XIV y XV, luego los turcos con el avance otomano sobre Crimea a finales del siglo XV también, el mismo Kanato de Crimea y finalmente los colonos eslavos que luego darían origen al pueblo cosaco, que emigrarían hacia esos territorios (que eran la frontera del Ducado de Moscovia, luego Zarato de Rusia, a inicios del siglo XVI), hasta la integración de aquel territorio al Imperio Ruso finalmente en el siglo XVIII. La presencia de todos estos actores influyó en la construcción de la identidad ucraniana, que para antes del siglo XVIII estaba más ligada a la existencia de pueblos eslavos “menores” (como los rutenos y los bielorrusos) cuyo papel fundamental en sus sociedades fue servir como fuerza laboral campesina en los feudos de los grandes nobles de cada imperio que se impuso allí. No hubo literatura ucraniana escrita hasta bien entrado el siglo XVIII, ni hubo una idea de un “territorio ucraniano” hasta finales del siglo XIX, cuando el nacionalismo romántico de la época fue explotado por el Imperio Austrohúngaro con la finalidad de levantar a los pueblos integrantes de la frontera rusa y desestabilizar aquel imperio. La idea de un pueblo ucraniano puede situarse también, como la mayoría de los pueblos eslavos actuales, más o menos hacia el siglo XVII- XVIII. Sin embargo esta idea estuvo siempre contaminada por los procesos de rusificación que los zares impulsaron en los territorios integrales del imperio, por lo que estuvo truncada por limitaciones tales como la imposibilidad de enseñar el idioma por fuera de los hogares (Ukaz de Ems), el establecimiento de colonias o la reubicación de estos pueblos dentro de otros territorios más allá de los Urales, en Siberia o el Asia Central e incluso su negación y desconocimiento por las autoridades imperiales, siendo categorizados como “campesinos” sin diferenciación étnica. En el caso ucraniano esto representaba un problema mayor en tanto la mayor parte del pueblo ucraniano estaba asentado en el antiguo Rus’ de Kiev, origen espiritual y material del Principado de Moscovia, el Reino de Rutenia y la República de Nóvgorod, partes integrantes fundamentales del Imperio Ruso. Así que el discurso sobre la identidad ucraniana comienza a fragmentarse aquí, cuando el pueblo ucraniano y su cultura fueron catalogados como variaciones regionales de un mismo pasado común que los rusos moscovitas heredaron y representaban. Es desde este relato que el Imperio Ruso consideró a los ucranianos como parte integral de su pueblo, otra forma “de ser ruso”, e intentaron desarrollar este relato con la finalidad de ampliar la noción de “lo ruso” por encima de diferenciaciones culturales y étnicas claramente diferenciables.

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El problema finalmente estalló con la I Guerra Mundial y el establecimiento de la República Popular Ucraniana, que en un principio apelaba a ser una “confederación de pueblos eslavos que habitaban aquella región del Imperio Ruso entre Crimea, Kiev y Galicia”. Estalla en tanto es la materialización final de un proyecto de Estado-nación que tiene forma y que permite, por primera vez, la expresión de la identidad ucraniana en términos de soberanía y autodeterminación territorial. Es problemático en tanto los rusos habían establecido amplias colonias de rusos autóctonos de Moscovia y otras partes del Imperio en el llamado “Margen Oriental” (territorios al oriente del río Dnipro, que parte al país en 2), en Odesa y en Crimea. La mayoría de estos rusos habían aceptado ingresar en esta República Popular (cansados del régimen autocrático y la servidumbre feudal que todavía pervivía allí), pero era claro que las tensiones dentro de la República no tardarían en emerger, especialmente con la presencia de ejércitos llamados “blancos” que luchaban por la reintegración de aquellos territorios a Rusia, con la presencia de los bolcheviques que pretendían una confederación de estados obreros como parte de la revolución como un proceso mundial, con la presencia de los anarquistas makhnovistas y el ejército “negro” que pretendía una confederación obrera y campesina sin distinción étnica y los ejércitos polacos que tras el final de la guerra y la firma del Tratado de Versalles consideraban a una parte de Ucrania como territorio integral de Polonia.

Los bolcheviques lograron instrumentalizar de buena manera este meollo. Las tropas de Trotsky y de Tujachevsky lograron someter poco a poco a la Primera República que, fragmentada y rota por la presencia de otros entes políticos que reclamaban su estatus de representar al pueblo ucraniano (como el hetmanato de Pavlo Skoropadski y la presencia de Peter Wrangel con su ejército blanco o la proclamación de una “República de Ucrania Occidental”) y desgastada por la guerra civil rusa y la guerra polaco-ucraniana, finalmente se desmoronó en 1920. Tras su inclusión dentro del nuevo territorio soviético, los bolcheviques se comprometieron a garantizar la existencia de la nación ucraniana dentro de la Unión, iniciándose un proceso de “ucranización” de la sociedad y el territorio que luego sería la República Socialista Soviética de Ucrania. Durante una década se implementaron políticas de enseñanza del idioma ucraniano, traducciones de las obras extranjeras y rusas al ucraniano, se implementó la lengua ucraniana en la educación y en el arte y prácticamente se enlazó a la lengua ucraniana con la propaganda y publicidad soviéticas, con la finalidad de evitar levantamientos y permitir una mayor presencia del pueblo ucraniano en los escenarios de decisión dentro de la URSS. Aunque estas políticas fueron finalmente instrumentalizaciones culturales que la URSS realizó durante su proceso de consolidación para garantizar que el proceso revolucionario bolchevique se enraizara en la cultura de los diferentes pueblos sometidos por el antiguo Imperio Ruso, también es cierto que fueron estas medidas las que aseguraron la existencia del pueblo ucraniano y les permitieron construir su propio relato independiente, reconociéndose como pueblo más allá de la herencia rutena, polaca y rusa que habían heredado. Sin embargo, fue con el reversazo de estas políticas que decretó Stalin a inicios de los 30, el Holomodor, la Segunda Guerra Mundial y los procesos de rusificación de la URSS durante los 50, 60 y 70 que finalmente marcaron la ruptura que Ucrania realizaría con su herencia rusa tras 1990 y la elaboración de un nuevo relato que buscaba distanciarse lo más posible de aquella herencia (que consideraban impuesta) y acercarse, de nuevo, a Occidente por medio de Polonia, Lituania y otros referentes nacionales contemporáneos en la época medieval y moderna a Rusia. Del mismo modo, aquellas medidas también reforzaron la identidad étnica y nacional de los pueblos rusos que seguían habitando dentro de las fronteras ucranianas y que construyeron un relato en el que Ucrania, como albergue de la cuna de los pueblos eslavos orientales, era parte integral de Rusia y de su historia. Esta tensión sería la que sobreviviría tras la caída de la URSS y que en 30 años daría pie a la guerra del Donbas, la crisis en Crimea y la actual guerra que aún se desarrolla.

Putin indicaba en su discurso del 22 de febrero que “Permítanme enfatizar una vez más que Ucrania para nosotros no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra propia historia, cultura, espacio espiritual”, Se equivoca entonces Putin, en tanto desconoce que la identidad ucraniana emerge a finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando empiezan a surgir todas las identidades nacionales en el imperio ruso, y sigue replicando aquel discurso que ya tenía eco durante la época imperial en la que se denigraba lo ucraniano a otra expresión más de la identidad rusa.

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