Alabado como un héroe, Eliécer Molina sube a las gradas malherido para recibir unos cuantos pesos como recompensa por su exhibición en las corralejas, un espectáculo que se repite todos los comienzos de año, principalmente en el Caribe colombiano.
"Ese es un riesgo del torero (...) me iba fallando" el cálculo, confiesa con una venda improvisada que le cubre un tajo cerca al ojo izquierdo.
"Afrecho de coco" se apoda el arrojado lidiador de 37 años que se dedica a "oficios varios" como cortar pasto. Las corralejas son una herencia de la colonización española en las que, a diferencia de las corridas, el toro no muere.
En Guaranda, en el departamento de Sucre, en un improvisado anfiteatro construido para la ocasión desfilaron 58 toros prestados por acaudalados ganaderos para el disfrute del poblado, de unos 15.600 habitantes.
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Especialmente los jóvenes van de pueblo en pueblo detrás de estos espectáculos y se hacen un nombre desafiando la muerte ante los pesados animales.
Por gusto y "por necesidad me tocó esta vida", dice antes de ingresar a la enfermería Ricardo Rodríguez , un obrero corneado en la pierna derecha. Es "banderillero", como se les conoce a los aficionados que clavan las coloridas varillas de acero. Otros osados lidian al bovino con capotas o sombrillas. Por ese y otro corte que sufrió dos semanas atrás, Rodríguez fue intervenido con 36 puntos de sutura.
Debido a la tradición que arrastran, las corralejas son un eslabón sensible en los intentos por prohibir espectáculos en los que se maltrate a los animales. Algunos congresistas lo han intentado sin éxito, pero no se rinden.
¿Prohibición?
El traqueteo de la pólvora avisa que los toros están a punto de salir. L uego, uno por uno y en turnos de hasta diez minutos, ingresan furiosos y corretean a la gente. Algunos los enfrentan con intrepidez. Otros huyen despavoridos o se ocultan bajo las graderías.
Las corralejas trascurren durante casi una semana al son de bandas musicales y bebidas alcohólicas con el patrocinio de políticos que pagan para que sus nombres aparezcan en el recinto con capacidad para unos 3.000 espectadores. La arena tardó 12 días en construirse y será desarmada luego para rehacerla en otro pueblo.
En Guaranda se preocupan por las iniciativas legislativas que buscan enterrar su fiesta. La senadora Andrea Padilla lidera el proyecto de ley que pretende prohibir los "espectáculos crueles con animales" , en debate en el Congreso.
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Son actividades "de violencia y crueldad contra(...) seres sintientes", deplora en entrevista con la AFP. La iniciativa quiso vetar corridas de toros, peleas de gallos y corralejas, pero esta última se excluyó del texto por decisión de algunos parlamentarios que la consideran muy arraigada en la cultura.
Padilla, respaldada por el presidente Gustavo Petro, desea ahora que se regule el uso de instrumentos punzantes , el ingreso de menores de edad y la venta de licor.
El mandatario ha pedido a los alcaldes suspender en sus ciudades "actos donde exista el maltrato animal" , pese a que la Corte Constitucional reconoció en 2018 las corridas como tradición cultural y delegó al Congreso eventuales restricciones.
No hay cifras oficiales de muertos o lesionados por cornadas, ni de víctimas en los frecuentes desplomes de graderías. En 1980 al menos 500 personas murieron cuando se derrumbó una plaza en Sincelejo, capital de Sucre.
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En Latinoamérica las corridas de toros están prohibidas en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Guatemala. Costa Rica celebra a final de año un espectáculo similar a la corraleja, pero en la que se evita herir a los toros.
"Últimos cartuchos"
Vendedores de comida rondan por todas partes. Algunos espectadores observan el espectáculo tumbados en hamacas que cuelgan de cualquier palo de la arena.
Dionisio Suárez, organizador de las corralejas en Guaranda, las define como "una tradición" que "va en la sangre". De prohibirse el evento más esperado del año "se acaba la felicidad (...) Entramos en una tristeza (...) la gente se muere de hambre", advierte.
La economía de la región se mueve a la par de la ganadería y las corralejas. Los niños también se emocionan cuando jinetes y sus caballos desatan la algarabía.
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Pedro Chaves, de 57 años, se divierte junto a dos nietos de ocho y dos años. "Hay que irles inculcando también la misma cultura nuestra (...) Esto viene de generación en generación" , dice antes de lanzar una sentencia: "Hay que aprovechar los últimos cartuchos que quedan" de la corraleja.
Sin condolerse por tales ruegos, la senadora Padilla tiene su propio análisis: "El símil con el Coliseo romano es muy claro", es "llevar a unos pobres indefensos (...), que son seres humanos o animales, para el entretenimiento de unas élites" . Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.