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El correctismo societal no deja ángulo sin supervisar. Permea la forma en que nos vestimos, en cómo ocupamos nuestro ocio y hasta el valor mínimo que debemos introducir en una lluvia de sobres. ¿Su última adquisición? (O por lo menos, la última que he sentido como un ataque personal): cómo hacer un duelo correctamente. Adecuadamente. A los ojos, a los oídos, a la tranquilidad de quienes nos rodean. De quienes osan rodearnos en medio del dolor.
Hace casi cinco años que vi a Shakira por última vez, y más que nunca nos veo hermanadas en esa preocupación. Nuestra Shakira (y digo "nuestra" porque sus letras han moldeado la simbología del amor de más de una generación de mujeres) se ha convertido en objetivo militar por atreverse a advertir, en un álbum completo, que amar duele.
Si le gusta Shakira, debería leer:
¿A qué le hacemos duelo? ¿A la muerte de alguien? ¿A la terminación de una relación que nos consumía? ¿A la versión de nosotros mismos que ya no reconocemos en el espejo?
Shakira dejó ir su cabello negro. Sus canciones a gusto de bandoneón. Su camiseta azulgrana marcada con el número 3. Sus lágrimas —nuestras lágrimas— en 33 años de carrera, para que nosotras abrazáramos la idea de que verbalizar un duelo no nos hace ruines. Lo que nos permite es inmortalizar un sentimiento. Así, con esa vida propia que le damos, podemos distanciarlo y revertir nuestra suerte, a pesar de él o con él de la mano.
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La gira Las mujeres ya no lloran nos da la oportunidad de decirle adiós a las formas del amor en soledad. Esas que procuran limitar la incomodidad de los otros. Las que asumen que siempre se debe estar bien, que todo el mundo está pasando por algo y que, si algo hay que entregar, es nuestra empatía infinita. Que si somos fuertes, mental y físicamente, ¿por qué no hacer de tripas corazón y tirar hacia adelante con las dificultades ajenas a cuestas?
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De Shakira aprendí que hay momentos en que el sentimiento puede y debe escribirse. Que quizás, en los momentos más felices, optas por vivir la vida antes que relatarla. También aprendí que dedicar una canción sigue siendo una de las formas más íntimas de guardar a alguien para siempre. Y que irte en silencio es una opción, sí, y solo sí, se te da la gana.
Empecé este escrito porque nunca he sido buena para decirle adiós a nada. Siempre conviviendo con la idea de que todo lo que hago y con quién lo hago cobrará algún sentido en el camino que voy construyendo y, por ende, no debo desecharlo. Reformularlo, sí. Aferrarme a ello, mientras se pueda. A veces, a costa de quien sea —sobre todo, de mí misma—.
A pocas horas de repetir la hazaña de verla en vivo, me preparo desde ya para volver a decirle adiós. A ella y a una versión de mí misma que ya no reconozco frente al espejo.
🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
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