Olivier Messiaen fue un católico devoto que encontró su inspiración en el canto medieval y escribió una extensa ópera sobre la vida de San Francisco de Asís. Pero su música es también una celebración de la vida terrenal, con una gran cantidad de elementos provenientes del mundo natural. Fue el inventor de una música emocionalmente sensual, llena de colores brillantes y con un vocabulario que con impaciencia fue aprovechado por Iannis Xenakis, Pierre Boulez y más concretamente por Karheinz Stockhausen, quien aplicó el trabajo detallado de Messiaen en su música electrónica.
La música de Messiaen es rítmicamente compleja (él estaba interesado en los ritmos de la antigua Grecia y de orígenes hindúes), y se basa armónica y melódicamente en los modos de transposición limitada, que fueron una innovación propia de Messiaen. Muchas de sus composiciones representan lo que él llamó ‘los aspectos maravillosos de la fe’, mostrando su inquebrantable catolicismo.
Olivier Messiaen ingresó en el Conservatorio de París en 1919, con solo 11 años de edad y tuvo como profesores a Georges Falkenberg (piano), Baggers (timpani y percusión), Paul Dukas (composición y orquestación), y Marcel Dupré (órgano e improvisación).
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En el Conservatorio Messiaen hizo excelentes progresos académicos, siendo muchas veces de los mejores de la clase: en 1924, con 15 años, ganó el segundo premio en el curso de armonía de Jean Gallon; en 1926, el primer premio en el curso de contrapunto y fuga de Noël Gallon; en 1927, también el primero en acompañamiento de piano; en 1928, de nuevo el primer premio en el curso de historia de la música dictado por Maurice Emmanuel.
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Dado que la mayoría de la obra de Messiaen tienen inspiración religiosa (y en concreto católica), durante la composición de la Sinfonía Turangalila estaba fascinado por el mito germánico de Tristán e Isolda, razón por la que esta obra forma parte integral de una trilogía de composiciones centradas en las ideas románticas del amor y de la muerte.
La obra es considerada una de las obras maestras de la música clásica del siglo XX, y la más representativa del catálogo de Olivier Messiaen. En respuesta a preguntas sobre el significado de la duración de la obra, su división en diez movimientos y el porqué del uso de las ondas Martenot, Messiaen simplemente respondió: «Se trata de una canción de amor».
“Concibe la obra que tú quieras, en el estilo que tu desees, con la duración que creas conveniente y con la formación instrumental que desees”, le escribió en 1945 el director Sergio Koussevitsky a Messiaen cuando le encargó una obra para la orquesta de Boston. Dos años de trabajo y cuatrocientas páginas de partitura se tomó el compositor para crear esta monumental sinfonía que tuvo su primera audición en Boston el 3 de diciembre de 1949 bajo la dirección de Leonard Bernstein, con Yvonne Loriod al piano y Ginette Martenot, en las ondas martenot (instrumento formado por un teclado, un altavoz y un generador de baja frecuencia).
La relación de Olivier Messiaen con el órgano comenzó en el otoño de 1927, cuando ingresó en el curso de órgano de Dupré. Desde 1929, Messiaen sustituyó regularmente a Charles Quef, organista de la Iglesia de Santísima Trinidad de París, y el nombramiento como organista titular de Messiaen se confirmó en 1931, cuando tenía solo 22 años. Messiaen fue organista en la Sainte-Trinité durante más de sesenta años, escribiendo grandes obras para el instrumento y siendo, probablemente, quién más contribuciones ha hecho a su repertorio desde J.S. Bach.
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Las Tres pequeñas Liturgias de la Presencia Divina, para coro femenino, piano, ondas Martenot, celesta, vibráfono, percusión y orquesta de cuerdas, con poemas escritos por el propio Olivier Messiaen, forman un tríptico religioso para la sala de concierto.
Cada uno de los movimientos: Antífona de la Conversación interior; Secuencia del Verbo; Cántico Divino; y la Salmodia de la ubicuidad del amor, expresan un aspecto de la omnipresencia de Dios.
La primera audición generó controversias. Si bien durante el estreno parisino de 1945 tuvo una buena acogida, algunos críticos acusaron al compositor de pésimo gusto. Una recriminación que le perseguiría durante muchos años y, visto desde la perspectiva de su época, es una apreciación tan injusta como comprensible.
La manera en que el católico Messiaen profesaba su fe, no con la mirada dolida sino con alegría, de manera sensual y directa y a veces francamente sentimental, no puede calificarse de una expresión de mal gusto sino más bien como descarada.
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Messiaen alaba a Dios como un trovador lo hace al amor y es este el aspecto de la partitura lo que probablemente sea lo más innovador. Al igual que las grandes obras orquestales de Claude Debussy, esta composición es revolucionaria en su magnífica vestimenta.
Aquí una omnipresente y despreocupada La mayor puede seguir resplandeciendo con total libertad, las ondas Martenot tararean radiantes de felicidad el canto unísono del coro y el piano deja cantar a las voces de los pájaros en el primer movimiento, pero la música es tan novedosa como lo fuera cincuenta años antes, el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy.
Podrá escuchar obras maravillosas de Olivier Messiaen en la nueva edición de El Músico de la semana el lunes 9 de diciembre a las 3:00 p.m. por la señal en vivo de la HJCK.