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Schopenhauer y las epístolas de amor

“Correspondencia escogida” es un libro inédito al castellano que reúne las cartas del filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Publicado hace pocos meses, en él se detallan las conversaciones que sostuvo con su familia, además de algunas de las intimidades de su vida afectiva.

Schopenhauer
Arthur Schopenhauer defendió y asumió el idealismo occidental como parte de su vida. Su pensamiento realista sobre la voluntad, el deseo y el dolor lo llevaron a ser uno de los filósofos más importantes en los siglos XIX y XX.
Jacob Seib#Seib

Fue una mañana de 1811 cuando el filósofo Arthur Schopenhauer visitó, como tenía por costumbre, al compositor Richard Wagner en su casa. Aquel genio de la música se disponía a interpretar su composición más reciente, cuando de pronto aquel muchacho de ojos claros y al mismo tiempo tristes lo interrumpió con un “Maestro, quiero estudiar filosofía”. Wagner inmediatamente volteó a verlo arrugando el ceño, un gesto que solo emitía en señal de desaprobación: “No estoy de acuerdo. La filosofía no es materia sólida”.

El muchacho caminó por el salón lentamente hasta llegar al piano, tocó con suavidad su tapa, optó por una mirada decisiva y rompió su silencio con una frase solemne: “La vida es un asunto desagradable: he decidido pasar reflexionando sobre ella”. Al escucharlo, Wagner sonrió —algo que casi nunca pasaba, mucho menos en ese horario en el que normalmente gritaba, se reconciliaba y volvía a pelear con sus notas musicales—. “Ahora pienso que ha elegido usted bien, joven. Ahora entiendo su naturaleza; quédese en la filosofía”. Le contestó satisfecho.

Leyó de manera obsesiva los textos de Matthias Claudius y, sin darse cuenta, los textos hindúes se volvieron sagrados para él. En vez de preguntarse: “¿Por qué el ser y no la nada?” cómo originariamente se preguntaban sus maestros de aquella época, dio un paso al costado y se quedó con la frase “Lo que no debería ser”. Esto lo motivó a buscar nuevos caminos filosóficos. Además, el desamor y la ausencia de su madre, junto con el misterio que desató la muerte de su padre lo llevaron a preguntarse por el miedo, la enfermedad, la traición, la injusticia y la muerte. Fue allí donde se preguntó —y a la vez se sumergió— por la maldad que rodeaba al ser humano durante su existencia. “El sujeto se conoce a sí mismo como volente, no como cognoscente (…) lo conocido en nosotros como tal no es lo cognoscente sino lo volente, el sujeto de querer, la voluntad”. Aquí rompió una vez más con la tradición filosófica, pues para Schopenhauer el cuerpo no es un suplemento más, así como se concebía en aquellos tiempos. El cuerpo está relacionado con la autoconciencia del sujeto, mostrándole su naturaleza esencial.

Su interpretación del mundo manifestó que la afirmación de la voluntad deviene de la afirmación de la negatividad. Afirmaba que al desear o querer cumplir una meta esto nos traería sufrimiento, bien sea durante o al final de haberla cumplido. Schopenhauer solía decir que una vez culminamos nuestros proyectos, sentiremos algo peor que el sufrimiento: el aburrimiento.

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Para él, la voluntad jamás terminará por saciarse. Todo lo contrario, cada vez anhelaremos algo más. Fue su verdad y sinceridad al decir las cosas lo que causó que muchos de sus maestros y compañeros estuviesen en su contra. Lo acusaron de antropomorfismo por atreverse a hablar de la maldad y los sentimientos que aquejan al ser.

Al convertirse en un filósofo famoso lo acusaron de ser frívolo y aseguraban que su sistema filosófico se hundía en la tragedia, el pesimismo y la decepción.

El libro “Correspondencia escogida” cuenta con una traducción de Luis Fernando Moreno Claros. En estas ochocientas páginas el lector podrá disfrutar de un hombre que se refugió en las cartas y les contaba a sus amigos de sus desaciertos en el amor: “En cuanto a su Ida, me parece de lo más natural que tema perderla. Dudo muchísimo que ella parta más adelante para reunirse con usted (...) también creo que si usted hubiera sido capaz de ahorrarse su desconfianza ahora mismo su Ida estaría a su lado”. Así le contestaba su amigo Heinrich Von Lowtzow en 1831, quien le aconsejaba sobre el amor que sentía por la cantante de ópera Caroline “Ida” Meron, aprovechándose de que Schopenhauer y ella habían coincidido en varios lugares, pues el filósofo daba clases en la Universidad de Berlín y ella cantaba ópera en Unter den Linden. Aquel hombre que muchos aseguran definir como frívolo y egocéntrico resultó ser todo lo contrario a través de estas cartas.

La relación entre Ida y Schopenhauer duró más de diez años. Leer esta correspondencia es tener el privilegio de dejar a un lado, si se quiere, al filosofo e intelectual y permitirse descubrir al hombre inseguro e impulsivo en los ámbitos del amor. Una situación dolorosa que estas cartas nos permiten confirmar sucedió en la epidemia de colera en Berlín. Schopenhauer huyó de la ciudad mientras que Ida se contagió y cayó enferma. “Acabo de hablar con su Ida. No es pérfida, sino que ha estado enferma de cólera desde el 31 de agosto: cayó enferma ese día y tuvo que guardar cama durante cuatro semanas, aquejada de unas fiebres muy altas (...) Ahora, a consecuencia del cólera , está muy demacrada y débil. Su prima de dieciocho años ha muerto, como muchos otros vecinos de su calle”.

Al no recibir ni una sola carta de su amada, Arthur le dio quejas a su amigo Von Lowtzow. Este le respondió de manera cortante ya que sabía todo el dolor y el padecimiento que aquejaban a su amiga. Una vez recuperada —e ignorando que aquel hombre no apareció durante su enfermedad— se animó a escribirle. “A causa de la enfermedad de la que acabo de salir (...) en mi vecindario ha habido 22 muertos del cólera en solo diez casas y me temo mucho que para librarse de este horror haya que huir del mundo (...) Yo he superado la enfermedad, pero mi prima Marie ha muerto, y temo muchísimo por los demás. No pasa una hora en la que no piense en ti, me reuniría contigo si las seis semanas de enfermedad no me hubieran dejado cargada de deudas”.

Sus frases y versos al parecer no conmovieron ni un poco al filósofo, lo que condujo a que la cantante diera por terminada su relación en 1831. “Como prueba de que eres injusto conmigo te devuelvo una de tus cartas sin abrir que solo recibí ayer (...) Si mi palabra no basta nada tengo que hacer, no obstante, tu desconfianza me duele muchísimo (...) Me despido, y te ruego que no juzgues mal a nadie hasta tener pruebas concluyentes. Acuérdate con cariño de tu I. M. Tu carta es buena cura para un corazón herido”. Más que un hombre orgulloso y prepotente buscaba su admiración y respeto, por lo que nunca más regresó a Berlín. Una vez la fama lo hizo aparecer en los periódicos, Ida dejó su orgullo de lado y decidió escribirle nuevamente. En 1860 ella le envió un corto mensaje: “En primer lugar, mi más sincero agradecimiento por tu regalo (...) De momento acuérdate de vez en cuando de tu vieja Ida”.

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Precisamente ese mismo año Arthur Schopenhauer había muerto a causa de un paro respiratorio. Una semana después de su deceso la cantante de ópera y el ultimo amor del filósofo se enteró por medio de una carta que antes de morir Schopenhauer le había dejado en su testamento 5000 taleros, antigua moneda alemana que se traducía en unos 15.000 marcos de la época.

En este libro de epístolas también se deja entrever la relación extraña y distante que siempre tuvo con sus padres. Aunque el señor Heinrich Floris, su padre, siempre le dio gusto de viajar a Francia e Inglaterra, le escribía cartas enojado por su distanciamiento y frialdad: “Hoy, el octavo día, tu madre te ha remitido una larga carta que te pido que te tomes en serio, si no, me disgustaré mucho”. Se observa a un hombre distante de los suyos y que está orgulloso de sus logros y publicaciones.

Fue en 1851 cuando publicaron su recopilación de ensayos “Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores”, que consiguió amigos en cada rincón de Europa y se convirtió en uno de los pensadores más importantes del final del siglo XIX y comienzo del siglo XX, de la misma talla que Nietzsche, Wittgenstein o Borges.