Habitaciones cómodas, magníficas vistas y comida deliciosa. Envueltos en mantas de lana, los adinerados huéspedes se pasan el día tumbados en las terrazas del "Berghof", un lujoso sanatorio situado en los Alpes suizos, donde los tuberculosos esperan curarse gracias al aire fresco. Ese es el escenario elegido por Thomas Mann para su novela La montaña mágica.
La historia comienza en 1907, cuando Hans Castorp, hijo de un comerciante de Hamburgo y aspirante a ingeniero, viaja al sanatorio para visitar a su primo enfermo. Su intención es quedarse solo tres semanas, pero, al final, se convierten en siete años. Lo curioso es que, en realidad, el propio Hans Castorp está sano.
"Pero queda literalmente absorbido por la vida en el sanatorio", explica a DW Kai Sina, experto en literatura. "Los pacientes, sus debates filosóficos y costumbres, las estrictas rutinas sanitarias, las lujosas comidas y la obsesiva medición de la fiebre. Castorp se convierte en parte de ese mundo".
Una época de radical agitación
El sanatorio, completamente aislado, es un microcosmos que revela la crisis de una sociedad cambiante. El comienzo del siglo XX es una época de radicales transformaciones. La industrialización ha variado profundamente la vida, las certezas religiosas son cada vez más cuestionadas por la ciencia y los movimientos nacionalistas y socialistas aumentan por igual.
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La pérdida de los valores tradicionales y la desorientación provocan tensiones y agresiones, incluso entre el ilustre grupo del sanatorio. Hans Wißkirchen, presidente de la Sociedad Thomas Mann, profundiza en esta sensación: "Se percibe un tremendo malestar, miedo al futuro", dice a DW.
La "gran irritabilidad
"
Si no fuera por el lenguaje anticuado, podría pensarse que la obra ha sido escrita por un autor contemporáneo y no por Thomas Mann. Porque la "gran irritabilidad, el punto de quiebre", como lo llama Caren Heuer, es algo que hoy puede percibirse en todas partes.
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"Basta con encender cualquier programa de entrevistas los domingos por la noche", dice Heuer, directora de la Casa Buddenbrook de Lübeck (N. de la R.: la antigua casa de los abuelos de Thomas Mann, llamada así por su famosa novela). "La gente se interrumpe, no se escuchan unos a otros, se trata solo de lanzar opiniones".
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El héroe de Thomas Mann, Hans Castorp, también se encuentra con defensores fanáticos de distintas ideologías que debaten amargamente. Por un lado, está el humanista Lodovico Settembrini, por otro, el archirreaccionario jesuita Leo Naphta. En sus diálogos, el liberalismo y la creencia en el progreso chocan con el entusiasmo por un régimen totalitario como única forma correcta de sociedad. Ambos se disputan el favor de Castorp, que se debate entre sus ideas. Al final, se produce un duelo a pistola entre los dos rivales, en el que Settembrini dispara deliberadamente al aire a Naphta. Este, por su parte, no puede soportar la humillación y se pega un tiro de rabia.
De fanático de la guerra a defensor de la democracia
Cuando Thomas Mann escribió La montaña mágica, tenía en mente su propia transformación política. Puso las primeras líneas sobre el papel en 1913 y terminó su obra doce años después, tras la interrupción que supuso la Primera Guerra Mundial. Comenzó el libro como un "convencido fanático de la guerra", dice Kai Sina. "Thomas Mann se dejó llevar por la euforia bélica que animaba a muchos intelectuales, artistas y escritores de la época. Y en 1918, cuando acabó la guerra, se encontró en una posición completamente perdida".
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A partir de entonces, se convirtió en uno de los más elocuentes luchadores contra el fascismo. "Lo que más me impresiona de Thomas Mann", dice Sina, "es su coraje para la autorrevisión, su voluntad honesta y sincera de poner a prueba sus puntos de vista una y otra vez. Y La montaña mágica refleja exactamente eso".
Las tensiones y peligros que más tarde llevarían a la caída de la República de Weimar -el primer intento alemán de una auténtica democracia parlamentaria, que acabó con la toma del poder por los nazis- resuenan en ella. En 1933, Thomas Mann abandonó Alemania con su familia y se trasladó a Suiza. Vivió en Estados Unidos de 1938 a 1952, antes de regresar a Suiza. Defendió la tolerancia y la dignidad humana hasta su muerte en 1955.
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