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Ni el fuego pudo quemar a Juana de Arco

Más de 600 años han pasado de su nacimiento y a pesar del tiempo la leyenda al rededor de su nombre no mengua. Entre la guerra, la herejía, la magia y los santos, Juana de Arco es una de las mujeres más importantes de la historia y ni el fuego al que fue sometida arrebato su presencia de los libros, las películas y la literatura.

Juana de Arco
Ilustración de Juana de Arco en medio de una batalla. Al contrario de lo que podría pensarse, fue vestir prendas de vestir de hombre lo que la llevó a la hoguera.

Tenía trece años cuando las escuchó por primera vez. En medio de un césped a medio crecer, como si estuvieran a penas a dos pasos de ella las voces de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita rompieron el suelo de su cerebro y la hicieron sentir, por primera vez, parte de algo. Después de ese momento, en el campo de Domrémy-la-Pucelle, Francia, Juana de Arco no volvería nunca más a estar sola.

Uno de lo los Santos que inspira a Juana es Miguel, un santo militar, que lidera al ejército hacia la victoria en el final de los tiempos. Según Helen Castor, historiadora y autora de la elogiada biografía Juana de Arco: una historia, algo que hace diferente a las voces que escucha Juana, es que "ella dice que Dios quiere que sea ella misma la que luche. Normalmente, los visionarios traían mensajes de Dios para los reyes o políticos, pero eran estos últimos quienes tenían que implementar las órdenes".

En los primeros meses de 1429, en el transcurso de la Guerra de los Cien Años y cuando los ingleses estaban a punto de capturar Orleans, esas voces la exhortaron a ayudar al Delfín, más tarde el rey de Francia Carlos VII, quien todavía no había sido coronado debido a las luchas internas y a la pretensión inglesa al trono de Francia.

Juana de Arco le explicó que ella tenía la misión divina de salvar a Francia. Un grupo de teólogos aprobaron sus peticiones y se le concedieron tropas bajo su mando con las que condujo al ejército francés a una victoria decisiva sobre los ingleses en Patay al tiempo que liberaba Orleans.

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Respetada, creída y seguida por el rey y sus discípulos, la suerte de Juana dio un giro brusco poco tiempo después. En mayo de 1430 fue capturada por soldados franceses aliados a Inglaterra, vendida a los ingleses y condenada por herejía a la hoguera, en la que murió calcinada.

Todo su cuerpo quedó hecho cenizas, no quedó nada

Cuando Juana fue llevada a juicio por la Iglesia, el proceso se centró —además de en sus vestimentas de hombre—, en el origen de sus visiones. No se trataba de entender si Juana había o no escuchado voces, sino de dilucidar su procedencia: o eran del paraíso, o eran un mensaje del demonio, tal y como finalmente determinó la autoridad eclesiástica.

"Todo su cuerpo quedó hecho cenizas, no quedó nada", explica Linda Seidel, profesora emérita del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, y autora del ensayo Changing images of Joan of Arc. "Los ingleses querían que no quedase ninguna señal de ella, ninguna reliquia que pudiera ser rescatada y que pudiese inspirar un movimiento religioso en su nombre".

No bastó el fuego

A pesar de los intentos por borrar de la historia a Juana de Arco, su papel en la guerra y las leyendas que se tejieron alrededor de su nombre lograron que hasta la actualidad sea un personaje que inspira películas, libros, poemas y hasta hechizos. Estas son algunas de las cintas que han contado la vida de esta guerrera.

Juana de arco, de Cecil B. DeMille (1916): La primera película de entidad sobre la Doncella de Orleans llegó de la mano de Cecil B. DeMille, en los comienzos de la carrera del prolífico cineasta. Este cumplió con creces con su idea de conformar un largometraje espectacular, empezando a dejar patente su habilidad para dirigir a grandes masas en las secuencias de las batallas. Por contra, el conjunto quedó lastrado por su escasa fidelidad a la historia real. La producción fue concebida con fines propagandísticos en apoyo a la intervención de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.

La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer (1918): En los últimos años de la época muda, el danés Dreyer firmaría la indiscutible obra maestra sobre la heroína francesa. El realizador se ciñó a las actas originales del juicio, desarrollando una narración cimentada en el profuso empleo de primeros planos. Juana tuvo los rasgos de una excelsa Maria Falconetti, que no haría nada reseñable ni antes ni después, pero quedaría inmortalizada para la historia con su atormentada composición. Toda una lección de cine.

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Santa Juana, la dama de hierro, de Otto Preminger (1957): Hollywood volvería a colocar el foco en la santa francesa, a través de este acercamiento de estilo teatral, llevado a cabo por Otto Preminger. El papel protagonista recayó en la debutante Jean Seberg, elegida entre miles de candidatas. Pese a la presencia de Preminger, la propuesta se resiente por ciertas incongruencias argumentales y por la inconsistente traslación a la pantalla del rey Carlos VII.

El proceso de Juana de Arco, de Robert Bresson (1962): El personalísimo Robert Bresson, siempre interesado por las temáticas espirituales, abordó el mismo episodio de la vida de Juana (su juicio y condena) que Dreyer, con un trabajo mucho más sobrio y pausado. El francés confeccionó el reparto con intérpretes no profesionales, logrando una de las mejores aproximaciones hacia su compatriota, aunque sin alcanzar el magistral nivel de la versión de Dreyer, con la que es inevitable la comparación.