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Mario Vargas Llosa habló del episodio de abuso sexual que sufrió cuando era niño

Durante una entrevista en la Feria Virtual del Libro de Cajamarca, Vargas Llosa habló del episodio y sentimiento de espanto que lo invadió en ese momento.

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“Yo era muy católico, porque había nacido en una familia muy católica, muy practicante y lo fui hasta los 12 o 13 años cuando tuve un incidente con un hermano del colegio La Salle", así empezó el relato de Mario Vargas Llosa, sobre el episodio de abuso sexual que sufrió siendo un niño. El tema surgió en el marco de la Feria Virtual del Libro de Cajamarca, en la que el Premio Nobel era uno de los invitado más esperados.

Vargas Llosa había hablado de este suceso en "Pez en el agua", una antología de sus memorias, publicada en marzo de 1993. Allí el escritor cuenta:

"No pude ir a recoger la libreta de notas, ese fin de año de 1948, por alguna razón. Fui al día siguiente. El colegio estaba sin alumnos. Me entregaron mi libreta en la dirección y ya partía cuándo apareció el Hermano Leoncio, muy risueño. Me preguntó por mis notas y mis planes para las vacaciones. Pese a su fama de viejito cascarrabias, al Hermano Leoncio, que solía darnos un cocacho cuando nos portábamos mal, todos lo queríamos por su figura pintoresca, su cara colorada, su rulo saltarín y su español afrancesado. Me comía preguntas, sin darme un intervalo para despedirme, y de pronto me dijo que quería mostrarme algo y que viniera con él. Me llevó hasta el último piso del colegio, donde los Hermanos tenían sus habitaciones, un lugar al que los alumnos nunca subíamos.

Abrió una puerta y era su dormitorio: una pequeña cámara con una cama, un ropero, una mesita de trabajo, y en las paredes estampas religiosas y fotos. Lo notaba muy extasiado, hablando deprisa, sobre el pecado, el demonio o algo así, a la vez que escarbaba su ropero.

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Comencé a sentirme incómodo. Por fin sacó un alto de revistas y me las alcanzó. La primera que abrí se llamaba Vea y estaba llena de mujeres desnudas. Sentí gran sorpresa, mezclada con vergüenza. No me atrevía a alzar la cabeza, ni a responder, pues, hablando siempre de manera atropellada, el Hermano Leoncio se me había acercado, me preguntaba si conocía a esas revistas, si yo y mis amigos las comprábamos y la Sofía vamos a solas. Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pene. Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo como a mi papá. Empecé a gritar “¡suéltenme, suéltenme!” con todas las fuerzas y el Hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como “pero por qué te asustas”. Salí corriendo hasta la calle”.

En otros espacios, el escritor peruano ha hablado de su distancia con la religión y luego de compartir públicamente