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Irene Vallejo y la tarea de imaginar el mundo

La escritora española Irene Vallejo hace un recorrido histórico por momentos que marcaron la historia de la literatura, pero no han sido narrados lo suficiente. En este texto nos aventuramos a ubicar el infinito.

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En la infancia, las brujas y los magos se nos presentan como entidades superiores —macabras acaso—, pero todas verosímiles porque no hay distancia ni límite entre la fantasía y el instante en el que escuchamos esas historias en las voces de quienes nos enseñan sobre el mundo: nuestras madres y padres. A nuestros oídos, todo es una posibilidad y esa fascinación por universos distintos adquiere dimensión y cuerpo cuando aprendemos a leer. Le puede interesar: Regresa el "Laboratorio de Creación" de editoriales independientes .

Entonces el libro se convierte en piel y ventana, y para sentirlo aún más propio hacemos todo un ritual de lectura: marcamos frases, elegimos un color, anotamos la fecha en la que leemos y al terminar, algunos incluso anotan sus cambios durante la lectura. Así se conjura una complicidad que es propia y única de cada lector con cada libro. Así es como se siente la construcción de un refugio en las palabras.

Para ser un escritor, hay que ser lector de tiempo completo y eso es la que la escritora Irene Vallejo desarrolla en El Infinito en un Junco , un compendio de ensayos que reconstruye la historia del libro en varias de sus dimensiones: forma, elaboracion, hechos históricos, distribución, personajes y detalles que revelan el deseo curioso de una lectora. Así como algunos escriben sobre el oficio de escribir, Vallejo recoge los pasos de quienes han escrito y hecho libros, como una forma de dimensionar el valor de estos objetos y particularmente, para ahondar en la intimidad de la relación lector-libro. Lea también: Hagan parte de la donación de libros de la FilBo 2021 .

La escritora española Irene Vallejo hace un recorrido histórico por momentos que marcaron la historia de la literatura, pero no han sido narrados lo suficiente. Este proceso de escritura podría entenderse como un homenaje a quienes la han acompañado y también como un ejercicio de defensa de las palabras ante tres riesgos permanentes: la censura, la desaparición y el olvido.

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Sin embargo, más allá de los conteos cronológicos y la minucia de los datos duros, Vallejo apela a la compañía, a la ternura y a la sensación de amparo que procuran los libros a los lectores, más aún en tiempos donde la proximidad y el contacto, necesarios para la construcción de cualquier lazo, se convirtieron en mayo riesgo de peligro.

“Las páginas de los libros funcionan como un refugio cuando la vida diluvia a nuestro alrededor”, asegura Vallejo cuando habla de lo que ha significado la literatura en su vida. Bajo esa figura del diluvio y ante un mundo que cada vez encuentra más estructuras para fragmentar, las librerías hacen de barcas en las ciudades y cada persona que se adentra en ellas, lo hace en búsqueda de una especie en particular.

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Una vez adentro, las fuerzas del azar —y la magia, si se quiere— hacen lo propio. A veces, por suerte o astucia, un lector encuentra el libro que es, aquel que va a darle respuestas, sonrisas y angustias, y cuando sucede, lo único que queda en rendirse ante el encanto de la historia y disponer el cuerpo a la inmovilidad que requiere el ejercicio de leer, mientras los músculos se tensan y la respiración varía al ritmo de la historia.

Aunque afuera la lluvia no da tregua, hay un lector que ahora cree que puede navegar lo que sea, porque ese otro mundo que hay en el libro es también una coraza, un disfraz de valentía que pone en pausa el presente que no tuvo en cuenta quien haya escrito la novela, el ensayo o el cuento, y a quien cada lector le agradece.

A pesar de la inmensidad de la historia y la deuda que siempre tenemos con los libros por leer, cada uno de los que atraviesa nuestro tiempo amplía el fuero interno en el que palpitan las palabras. Y quizás ese lugar sea el infinito.