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"El ruido del tiempo" una novela de Julian Barnes sobre el arte y el poder

Una novela sobre la relación entre el arte y el poder. La historia de Shostakóvich y Stalin. En el “Ruido del tiempo”, Julian Barnes reconstruye la vida de Dmitri Shostakóvich, su infancia, sus relaciones amorosas y su resistencia desde la música.

Dmitri Shostakóvich
Dmitri Shostakóvich
Dmitri Shostakóvich

La novela de Julian Barnes fue publicada en 2016. Presentamos una fragmento de esta "elegante meditación ficcionada sobre los conflictos de un genio de la música y su complicidad con el poder" batalla entre la creación de un hombre y los totalitarismos.

Quienes no le conocían y los que seguían su música sólo a distancia probablemente imaginaban que éste había sido su primer contratiempo. Que el brillante compositor de diecinueve años cuya primera sinfonía fue enseguida aceptada por Bruno Walter, y luego por Toscanini y Klemperer, no habla conocido nada mas que una clara y limpia década de éxitos desde aquel estreno de 1926. Y aquellas personas, quizá conscientes de que la fama conduce a menudo a la vanidad y el engreimiento, tal vez abrieran el Prada y conviniesen en que los compositores fácilmente podían desviarse del tipo de música que el pueblo deseaba oír. Y más aún, puesto que todos los compositores eran empleados del Estado, era deber de éste, si cometían ofensas, intervenir y obligarles a una mayor armonía con su público. Lo cual parecía totalmente razonable, ¿no?

Con la salvedad de que desde el principio se habían ejercitado en afilar las garras con su alma: mientras todavía estaba en el conservatorio un grupo de condiscípulos izquierdistas había intentado que lo expulsaran y le suspendieran el sueldo. Con la salvedad de que la asociación rusa de músicos proletarios y otras organizaciones culturales similares habían hecho campaña desde el comienzo contra lo que él representaba, o más bien contra lo que pensaban que representaba. Estaban decididos a quebrar el dominio burgués sobre las artes.

(...)
La quinta, que escribió aquel verano, se estrenó en noviembre de 1937 en la sala de la filarmónica de Lenin-grado. Un anciano filólogo le dijo a Glikman que sólo una vez en su vida había presenciado una ovación tan grande y prolongada: cuarenta y cuatro años antes, cuando Chaikovski había dirigido el estreno de su sexta sinfonía. Un periodista -idiota?, ¿optimista?, ¿favorable?-describió la quinta como «una réplica creativa de un artista soviético a una crítica justa». Nunca abjuró de esta frase; y muchos llegaron a creer que estaba escrita de su puño y letra en la portada de la partitura. Estas palabras se convirtieron en las más famosas que escribió jamás o, mejor dicho, que nunca escribió. Permitió que perdurasen porque protegían su música. Que el Poder posea las palabras, porque ellas no pueden manchar la música. La música escapa a las palabras; es su propósito y su majestad!

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La frase también permitió que los oídos de asno oyeran en su sinfonía lo que querían oír. No captaron la ironía estridente del movimiento final, la mofa del triunfo.

La frase también permitió que los oídos de asno oyeran en su sinfonía lo que querían oír. No captaron la ironía estridente del movimiento final, la mofa del triunfo.

(...)

Sólo oyeron el triunfo, un leal respaldo a la música y la musicología soviéticas, a la vida bajo el sol de la Constitución de Stalin. Había terminado la sinfonía en fortissimo y en tono mayor. Y si la terminaba pianissimo y en tono menor? En cosas así podía convertirse la vida, varias vidas.

Bueno, «todo es absurdo en el mundo».

El 5 de enero de 1948-doce años después de su vis abreviada para ver -Lady Macbeth de Misensk-, Stalin y séquito volvieron al Bolshói, esta vez para asistir a La gran amistad, de Vano Muradeli. El compositor, que era también presidente del Fondo de Música Soviética, se enorgullecía de escribir música melódica, patriótica y realista-social. Su ópera, encargada para conmemorar el trigésimo aniversario de la Revolución de Octubre, y fastuosamente producida, ya había gozado de dos meses de gran éxito. Su tema era la consolidación del Poder comunista en el norte del Cáucaso durante la guerra civil.
Muradeli era georgiano y conocía la historia; por desgracia para él, Stalin también era georgiano y conocía mejor la historia. Muradeli había narrado la insurrección de los georgianos y los osetios el Ejército Rojo, mientras que Stalin - y no sólo porque su madre era osetia- sabía que lo que realmente había sucedido entre 1918-1920 fue que los georgianos y los osteios se habían unido a los bolcheviques rusos para luchar en defensa de la Revolución. Habían sido las acciones contrarrevolucionarias de los chechenos y los ingusetios las que entorpecieron la forja de la gran amistad entre los muchos pueblos de la futura Unión Soviética.
Muradeli había agravado este error político-histórico con un error musical igualmente craso.
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