Tendría que empezar con un poema. Decir, por supuesto, que no encuentro una mejor forma de iniciar este ensayo que con un poema, porque es el rompimiento del lenguaje y del espacio y este texto será —al menos— un acercamiento a eso, a la fractura. Los versos son de Piedad Bonnett :
Abro la puerta de mi casa, enciendo las luces,
saco de mi maleta la ropa sucia, el cepillo de dientes,
los libros recién comprados,
apilo los periódicos de los últimos días, las cuentas,
abro una ventana para ventilar un poco,
y en el reflejo miro, de reojo,
a la recién llegada
que así
sin más ni más
se deshabita.
Busco entre estas palabras el espejo. Intento localizar un reflejo silencioso que me encuentre, me sitúe y no haga lo mismo que yo, sino todo lo contrario, invente movimientos, cree nuevas formas de afectar al mundo. Cuando leí Ceremonia secreta (1961), de Marco Denevi destelló la imagen del espejo lunar en el que se refleja Leonides.
“La señorita Leonides se puso de pie, se quitó el sombrero, se quitó el abrigo, se aflojó el cinturón, y fue a instalarse en la poltrona de terciopelo. (Al pasar cruzó una miradita con la Leonides del espejo de luna, las dos se encogieron de hombros, lanzaron una breve risa y puestas de acuerdo, se separaron). La señorita Leonides se sentía súbitamente optimista y no sabía por qué. Olas de abnegación y de bondad le trepaban por el cuerpo. Tenía ganas de conversar” (Denevi, 1960).
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Lo primero que se puede decir respecto a esta visión es cómo Denevi logra despersonalizar a Leonides de su reflejo. Los paréntesis indican que hablará la verdad, o sea el ojo que ve desde arriba el relato y puede contarlo, como se mencionó en clase es posible asegurar que los paréntesis son la forma textual (física si se quiere) en la que la forma literaria se impone. Dentro de ellos se muestra esta descorporalización, la mujer que antes era una ahora son dos, tal como sucede en el poema de Bonnett. Hablamos de un campo de simulación, en la historia de Denevi toda la materialidad invoca al artificio.
El inicio del libro presenta una aparición, al comienzo siniestra, de una mujer, de una joven, de una foto. La constante pregunta por el tiempo del relato que parece una mezcla entre un pasado lejano: victoriano si se quiere, y una modernidad que podría extirpar como un grano a una vieja casa sobre la calle, nos planta frente a diferentes preguntas en la referencia, porque el argentino intenta todo el tiempo deshacer un mismo personaje en varios: multiplicarlo por cien, como lo dice de forma explícita en el caso de Natividad: “Se hubiera dicho que Natividad se había multiplicado por ciento y que las cien Natividades chillaban todas juntas”.
Es pertinente preguntarse por el yo en este momento. El yo en la referencia de un personaje que son varios, pues la novela está narrada en primera y tercera persona, pero lo importante (al menos no para mí) no es la persona gramatical del caso, sino cómo ese yo, que es la primera persona del singular, se transforma en un nosotros, la primera del plural. Tiene que ver con la misma transformación de los personajes y de la casa. La individualidad es desplazada por lo colectivo. Lo que era una sola cosa, por ejemplo una mujer pillando su reflejo en un viejo espejo, se convierte en varias cosas: una mujer que mira a otra que, como ella mira a otra.
El juego de los otros le da un sentido distinto al yo. Lo motiva, como dije antes, a una simulación sobre la identidad, el deseo, la forma de habitar una casa y sobre la vida al fin y al cabo. ¿Quién es el yo en la referencia? En el caso de Denevi parece que no hay un solo yo, sino múltiples, distintas capas de significados de la personalidad que producen al mismo tiempo que un abanico de acciones contrarias todas entre sí, una resignificación del pensamiento, o sea del lenguaje.
Las palabras, que pueden volver ortigas en serpientes venenosas, arman y desarman salas y cocinas. Lo que al principio era una mansión enorme y antigua pero por eso mismo bellísima, va desmoronándose en el relato. Va convirtiéndose en una casa tomada por el narrador en la que el campo de disputa se renueva siempre que avanza la historia. Esta casa es cualquier casa y, sin embargo, no puede ser cualquiera pues aunque no hay una geografía “real” en el relato (a pesar de que se nombren calles y lugares de Buenos Aires) solo esta edificación podría contener la historia, podría alimentar a los personajes de sí mismos, de sus propias identidades. Denevi inventa una geografía emocional dentro de la casa, en los cuartos derrumbados y en los muebles corroídos. Quiénes son estas mujeres sin sus ropas, por ejemplo. Qué es un cuarto sin un espejo. Quiero decir, sobre todo, que una tierra sin nombre no deja de ser una tierra, el afecto es el lugar, así que esta casa número 78, en medio de un tiempo descuadrado, parece ser la verificación que es el lenguaje y su aparto, su ostentación, lo que ratifica la materialidad, la fractura. Por su puesto hablo de la materialidad del reflejo que no es otra cosa que la forma en la que actuamos de nosotros mismos.